La oleada invernal ha dejado a su paso en Colombia más de dos millones de damnificados y varios centenares de muertos. Ambientalistas advierten que el fenómeno se debe al calentamiento global. Mientras tanto, el Gobierno alista un plan de recuperación para aliviar el daño económico y social. En entrevista con Semana.com Gustavo Wilches Chaux, analista de RazónPública.com y experto en medio ambiente y gestión del riesgo, aduce que la recuperación del país se debe enfocar en los derechos de la población damnificada. En su criterio, es necesario revaluar el modelo de desarrollo que permite que el hombre intervenga sin control su hábitat. Semana.com: En un artículo recientemente publicado en RazónPública.com, usted plantea que la política de recuperación de las zonas afectadas por el invierno se debe enfocar en fortalecer la capacidad de las personas. ¿Eso qué significa? Gustavo Wilches Chaux: Entré al tema ambiental porque mi ciudad, Popayán, fue destruida por un terremoto en 1983. No llegué de afuera a esa situación, sino que comencé a vivirla desde adentro. Entendí que un desastre es una ruptura, es una especie de muerte en la que nace una nueva persona con una nueva relación en un nuevo territorio. La recuperación de una comunidad es como una araña y una telaraña. La araña es la comunidad y la telaraña es el objeto de intervención. El reto es fortalecer la araña que ha quedado viva, pero traumatizada, para que pueda poner al máximo toda su capacidad de crear una nueva telaraña. Pero si le reconstruyo su telaraña –así sea con materiales de la era espacial–, y la pongo sobre la telaraña, probablemente no funcione. Este es un trabajo de recomposición de relaciones entre seres humanos y sus territorios. Semana.com: Usted hizo una lista de derechos de las comunidades afectadas o en riesgo. ¿Cuáles son los derechos más importantes de una persona damnificada o en riesgo de un desastre? G.V.C.: El enfoque de derechos tiene una ventaja, y es que se centra en los seres humanos. Los discursos aguantan todo y la mayor parte son impecables, el problema es llevarlos a la práctica. El primero de los derechos es el de protección, y el Gobierno ha hecho un esfuerzo por garantizarlo. Es fundamental. Pero hay otros como el derecho a la continuidad, que es necesario atender. Por alguna razón, cada gobernante tiene sus desastres. El terremoto de Popayán ocurrió en el gobierno de Betancur, el de Tierradentro en la etapa de transición de los gobiernos de Pastrana y Samper. Pero por alguna razón cada uno se vuelve problema del gobierno anterior, y dejan de ser prioritarios. Hay volcanes que siguen activos y procesos que siguen funcionando. Es necesario entender que estos son procesos de muy largo plazo que duran mucho más de un período presidencial. Otro derecho es a la prioridad. Se dice con frecuencia que un desastre es una oportunidad. En 1984, cuando era director del SENA en Cauca y estábamos instrumentando el plan de recuperación después del terremoto de Popayán, llevé un documento a Jamaica en el que argumentaba que el ideograma que usaban los chinos para significar la crisis es una mezcla de peligro y de oportunidad. En la medida en que ha pasado el tiempo me doy cuenta de que la característica de un desastre es que es un desastre. Puede ofrecer algunas oportunidades para hacer algunas transformaciones que sería difícil hacer en condiciones normales, pero no se puede descuidar la prioridad que tienen quienes han sufrido. Primero hay que lograr la recuperación real, sólida y sostenible de la relación de la gente con su territorio. Semana.com: En algunos de sus escritos usted cuestiona el enfoque desarrollista… G.W.C.: Pienso que el cambio climático va en serio. Lo estamos viendo en Australia, en Europa, en Japón, en China... La capacidad de convivencia entre las sociedades humanas y las dinámicas del planeta se ha perdido en algunos sitios de manera más dramática que en otros. Se está agudizando la variabilidad climática. La ‘Niña’, por ejemplo, que es un fenómeno normal, por el efecto del cambio climático, ahora se presenta con más intensidad. No me extrañaría que el ‘Niño’ que viene sea más fuerte. Lo que ha producido esa variabilidad climática es la manera como hemos entendido el desarrollo. Por miles de años las plantas habían almacenado el gas carbónico bajo la tierra en forma de petróleo y carbón. Ahora lo estamos liberando. Como la tierra es un ser vivo, que tiene su sistema de inmunización, está haciendo sus ajustes. Paradójicamente, lo que se propone es reconstruir con más de lo mismo que ha causado el daño, en lugar de mirar, por ejemplo, cómo algunas comunidades de la costa caribe han logrado mantener la relación con su entorno. Pero fue tanta el agua, que esa adaptación se rompió. Sin embargo, los gérmenes conceptuales para lograr la recuperación de las comunidades con su territorio están en esas culturas. Pero en lugar de mirar eso, pensamos en obras de infraestructura en aras de la competitividad económica del país y dejamos un aspecto fundamental de la competitividad, que es tener un país capaz de aguantar los efectos del clima, la visita de un huracán, una sequía, y sobre todo capaz de mantener la convivencia entre los seres humanos. Semana.com: Usted ha trabajado en los programas de reconstrucción del Terremoto de Popayán (1983) en el de Tierradentro (1994) y en el del Eje Cafetero (1999). ¿Qué aprendimos en esas experiencias y qué nos falta? G.W.C.: Hemos aprendido muchas cosas. Eso está consignado en las normas. Después del desastre de Armero se creó el Sistema Nacional de Atención y Prevención de Desastres, que nació formalmente en 1986. Con la Constitución de 1991 nació el Sistema General Ambiental, Ley 99 de 1993. Pero parece que en la práctica no hemos aprendido tanto, que no hemos hecho una evaluación profunda de los hechos. Hace años, para un encuentro sobre la reconstrucción de Bogotá, ante la posibilidad de un terremoto de gran magnitud, me preguntaba qué desastre ha habido en Bogotá de características nacionales. La respuesta fue el 9 de abril de 1948, el asesinato de Gaitán, que tuvo repercusiones nacionales. La manera como se reconstruyó, entre comillas, no sólo la ciudad sino la gobernabilidad en el país generó la violencia y sentó las raíces para esa guerra que vivimos todavía. En zonas tan críticas como son las que hoy están afectadas por la oleada invernal hay unos procesos complicadísimos entre los sectores sociales y sus territorios. Lo que puede ocurrir es que se agudicen las razones del conflicto y se esfumen las posibilidades para la paz. Semana.com: Usted dice que los desastres no son ni naturales ni “castigos de Dios”. ¿A qué se refiere? G.W.C.: Esa es una pelea que considero perdida. Que los desastres son castigos de Dios se escucha con menos frecuencia, pero siempre se habla de tragedias naturales, desastres naturales o de catástrofes naturales. ¿Cuál es la importancia de quitarle el adjetivo? La humanidad se demoró mucho tiempo en ver la relación entre el coito y el parto, después de nueve meses. De la misma manera, aún no es tan notoria la relación entre desastres y errores o decisiones del desarrollo equivocadas que se han tomado en algún momento. Sin embargo, cada vez la gente afectada por el desastre dice que eso no es natural, o sea que no es la naturaleza la que lo genera, sino que nosotros creamos las condiciones para que la naturaleza pase una cuenta de cobro que tiene que pasar tarde o temprano. Semana.com: En Gramalote todavía hay casas habitadas por personas que se resisten a evacuar. ¿Hasta dónde llega el derecho de las personas a permanecer en el sitio afectado, y el deber del Estado de protegerlos? G.W.C.: Ese tema es muy polémico. Tengo la imagen marcada de unos indígenas que fueron evacuados de las orillas del río Paez, en 1994, ante una inminente inundación. Cuando bajaron de los helicópteros, tenían terrones de tierra en las manos. No querían desprenderse de su origen. Pero, por otro lado, en Argelia, Valle, ante una amenaza de un deslizamiento, había gente insistiéndole a un jefe de familia para que evacuara. Él no quiso, vino el deslizamiento y mató a la familia. Llegaron unos voluntarios rescatando los cadáveres y cayó otro deslizamiento y también murieron. Lo que digo es que el Estado tiene la obligación de evacuar, pero, por otra parte, para la gente es más aceptable un riesgo conocido que un riesgo por conocer. Considero que no hay que esperar a que las situaciones sean extremas, sino que se pueden prever con mucho tiempo de anticipación y crear territorios seguros para que cuando la gente salga de su sitio no le sea tan traumático abandonar su territorio. Semana.com: ¿Además de las instituciones del Estado, cómo se debe vincular la gente en el proceso de recuperación de una región? G.W.C.: Las personas afectadas, los actores locales son la araña. Todo lo que venga de afuera debe fortalecer esa araña. Los procesos verdaderamente participativos se dice que son más lentos, que se agotan en discusiones, que para eso hay técnicos que saben hacer las cosas. Pero el hecho de que sean más lentos puede generar verdaderos compromisos y soluciones duraderas. Mafred Max Neef, un chileno que ha aportado mucho a la teoría del desarrollo humano, hace una comparación entre la leche materna y la leche en polvo. Dice que mientras la leche materna nutre al bebé, crea lazos afectivos entre la madre y el niño, espacia los períodos gestantes de la madre –entonces es una especie de control natal– y fortalece el sistema inmunológico del niño como el de la madre, la leche en polvo sólo satisface la necesidad nutricional. Puede ser más cómodo para algunas mamás preparar el tetero con leche en polvo, pero esa comodidad y esa eficacia van en perjuicio de otros procesos que son fundamentales. Cuando alguien ha intervenido en la construcción de su casa, y me refiero no sólo a su lugar de residencia, sino a su hábitat, es posible que su relación con el territorio sea mucho más profunda. Ahora, si una persona ha perdido todo y está viviendo en un cambuche, pues una casa le puede solucionar un problema inmediato. Pero todo lo que se haga en términos de proteger las necesidades inmediatas de la gente debe ser un insumo para el más largo plazo. Semana.com: Desde su óptica, parece muy importante ligar la gestión del riesgo con la protección del medio ambiente. ¿Por qué? G.W.C.: Porque es lo mismo. Son dos maneras de decir lo mismo. Una buena gestión ambiental es la mejor gestión del riesgo. Por eso es que ahora aparecen cuestionadas las CAR. Recuerdo que en una charla la posición de algunos directores de esos organismos era que ese tema de la prevención no les correspondía. Yo le decía a un director de rescates de la Defensa Civil: “En la medida en que usted trabaje más es porque hemos fracasado”. Semana.com: Finalmente, ¿cómo le ha parecido la actuación del Gobierno en esta emergencia? G.W.C.: Uno se entusiasma cuando ve al Presidente de la República con el chaleco del Sistema Nacional de Atención y Prevención de Desastres y a los gobernadores. Creo que el Estado y la sociedad en general están haciendo lo posible en el manejo de la emergencia, están haciendo lo posible por rescatar a los náufragos. En lo que no se está haciendo lo necesario es en evitar que haya más naufragios.