Hasta la semana pasada pocos sabían en el mundo quién era Robert E. Lee, un hombre que hace siglo y medio fue general del ejército de los Estados Sureños Confederados que se opusieron a la abolición de la esclavitud y perdieron la guerra, pero no su mentalidad de superioridad. Su fantasma vive y hoy ha vuelto a dividir a la opinión de ese país y poniendo a prueba al líder de la Casa Blanca.Tocar a Lee en su pedestal ha vuelto a atizar el odio de los grupos radicales que abundan en EE.UU. y que ven en el presidente Donald Trump una esperanza para empoderarse de nuevo y hacer valer su raza, sus creencias religiosas y su ideología sobre afros, latinos o todo aquel que les resulte ajeno a su microcosmos. Todo empezó el 12 de agosto cuando cientos de personas pertenecientes a varios grupos de odio calificados como “supremacistas blancos” protestaban frente a la estatua del general Lee en contra de la intención de trasladarla de ese lugar. Un vehículo arrolló a docenas de personas dejando a una defensora de derechos humanos, Heather Heyer, de 32 años, muerta. Ya en mayo y julio habían estado ahí con gente de temer como la del Ku-Klux-Klan (KKK). Más que muertos, lo de Charlottesville ha causado profundas heridas y ha puesto de relieve la otra verdad de esa sociedad: las guerras en las que se ha involucrado EE.UU. en los tiempos recientes, desde el ataque a las Torres Gemelas, han tenido como justificación combatir a los grupos extremistas religiosos. Su Gobierno y su sociedad están convencidos de que estos son su peor amenaza (según Gallup, el 84 por ciento considera al ISIS una “amenaza crítica”), pero las cifras demuestran que han vivido equivocados y que la amenaza está dentro de sus fronteras y los actos de Charlottesville (Virginia) ponen esta realidad a flote. Desde el 11 de septiembre de 2001, los supremacistas blancos y grupos de extrema derecha han atentado más del doble de veces en territorio norteamericano que los islamistas radicales y dejado más muertos como refleja un estudio de la fundación New America: 19 ataques contra siete; 46 víctimas mortales frente a 28. Nada extraño en un país donde hoy en día hay 917 grupos de odio activos.Luego de esa falta de liderazgo y de desatinos sobre los hechos de Charlottesville, Trump parece más aislado que nunca; sus asesores empresariales y de arte le dieron la espalda, Al Gore le pide la renuncia, las portadas de las revistas más influyentes lo muelen y un tuit de Barack Obama, “Nadie nació odiando a otras personas por su color de piel, sus antecedentes o su religión”, batió récord en las redes. El incendio está al rojo vivo y se acerca a la Casa Blanca. El problema hoy es que el bombero que debería ayudar a apagar ha atizado las llamas con unas declaraciones destempladas que parecen más combustible que líquido extintor. *Abogado, MPA, MSc