El oficial de Policía Luis Alberto Moore Perea levantó ligeramente la vista, observó el cielo azul, diáfano, exhibió una leve sonrisa y miró orgulloso al presidente Álvaro Uribe Vélez. El Jefe del Estado se le acercó, lo felicitó y puso sobre su pecho la primera estrella de brigadier general. El hasta este jueves coronel y actual comandante de la Policía en Cali, de 45 años, con 1,90 de estatura, es desde ahora el primer general negro que hay en la historia de Colombia. Muchos años atrás, Moore quería ser médico. Sin embargo una conversación con un amigo de la juventud lo hizo cambiar de opinión. Olvidó su idea de pasar el resto de su vida en los hospitales y cambió su destino por el de servir a la comunidad de otra manera: enfundado en un uniforme de policía. Esa decisión, que tomó hace 30 años, fue aplaudida hoy por toda la Fuerza Pública. No era para menos, Moore es el primer hombre de la comunidad afrocolombiana en llegar a ser general de la República. Este general ingresó a la Escuela de Cadetes General Santander de la Policía Nacional en 1975, a escondidas de su familia. “Había hecho varios cursos de medicina en la Javeriana, pero no me gustó, cuenta. Entonces me presenté a la Policía y sólo cuando ya pasé los exámenes de admisión le conté a mi familia. Fue la única vez que vi a mi papá con lágrimas”. Tenía 17 años y era el tercero de cuatro hijos del matrimonio de una abogada, ex gobernadora del Chocó, y de un matemático samario. Sus hermanos habían ingresado a estudiar derecho, medicina y odontología, y por eso su familia confiaba que él optaría por estudiar lo que consideraban una carrera ‘convencional. Luis Alberto era el único negro de los 63 cadetes de su promoción y el único en toda la Escuela. “Mi mamá, que no quería que estuviera en la Escuela, habló incluso con el director de la Policía de la época para que me sacaran, pero cuando me preguntaron si quería quedarme obviamente dije que sí”, recuerda. A pesar de la oposición de su familia, Moore continuó en la Policía y se destacó como uno de los mejores de su promoción. En 1977 se graduó como subteniente y fue trasladado a trabajar en Tolima y Caldas. Aunque algunos le decían que por el color de su piel “llevaba las de perder”, Moore nunca sintió que eso fuera un obstáculo para alcanzar sus metas. “Algunas personas de mi cultura me decían que no teníamos las mismas oportunidades que los demás, dice Moore. Pero siempre he sido un convencido de que ese argumento a veces se utiliza como una justificación para no luchar por lo que se quiere”. Sin ponerles atención a los prejuicios y seguro de que un buen trabajo es la mejor carta de presentación, Moore incursionó en un campo al que ningún hombre de grupo étnico había llegado. En 1981 fue uno de los nueve oficiales de la Policía seleccionados para hacer parte del primer curso de pilotos de helicóptero de esa institución. En ese momento Moore era el único piloto negro de la Policía y las Fuerzas Armadas. “En mi curso mis compañeros me decían ‘manchita”. Rápidamente se destacó como uno de los mejores pilotos y por su labor recibió varias condecoraciones y felicitaciones. Una de las que más recuerda fue la que obtuvo por su papel durante la toma al Palacio de Justicia en noviembre de 1985, cuando debía esquivar las balas de los guerrilleros del M-19 para dejar a los miembros de las fuerzas especiales en el techo de la edificación. Como piloto desempeñó labores que fueron desde ayudar en labores de rescate en desastres naturales, como la avalancha de Armero, hasta repeler y apoyar a las tropas en combates con la guerrilla en diferentes zonas de Colombia. Fue el encargado también de comenzar, a finales de los años 80, con los operativos de fumigación contra los cultivos ilícitos en el país. Aunque vio a varios de sus compañeros morir en la guerra contra el narcotráfico y la subversión, afirma que sólo una vez sintió de cerca la muerte. En 1986, cuando regresaba de una misión antinarcóticos en el sur de Santander, el helicóptero Bell 212 que comandaba sufrió un desperfecto en las turbinas y se vino a tierra. Milagrosamente sobrevivió, pero estuvo fuera de combate durante ocho meses debido a las graves lesiones que sufrió en la columna vertebral. Por 16 años Moore fue comandante de helicópteros y durante ese tiempo fue reconocido como uno de los más respetados instructores de la nueva generación de pilotos. Aunque afirma que a lo largo de su carrera policial pensó algunas veces en ‘tirar la toalla’, no duda en reconocer que fue su familia, la misma que se había opuesto a que se convirtiera en policía, la que en los momentos de dudas le dio fuerzas para continuar en la institución. En octubre de 2000 Moore nuevamente llegó hasta donde ningún hombre de su comunidad había llegado: fue llamado a curso para ascender a coronel. Después de ascender abandonó el mundo de los helicópteros y fue designado para trabajar en la Policía Metropolitana de Bogotá. De allí pasó a ser el subcomandante del departamento de Policía de Cundinamarca. Como un reconocimiento a una exitosa carrera fue designado agregado de policía en la embajada de Colombia en Londres. Luego regresó, fue llamado a curso y asumió la responsabilidad de la seguridad en Cali. En las tres décadas que lleva de policía, Moore afirma que el color de su piel jamás ha sido un motivo para sentirse discriminado o para recibir un trato diferente al de sus compañeros. Sin embargo, al convertirse en el primer general negro en la historia de Colombia, todos los focos se dirigieron este jueves hacia él. Hoy ya figura en las páginas de la historia de Colombia.