En toda Colombia hay 1.912 especies de aves. En un lluvioso sábado de mayo, 13 aficionados que se repartieron por las zonas rurales de apenas dos municipios del Guaviare -San José y el vecino El Retorno- vieron 279 de ellas, ilustrando el enorme potencial que tiene el país en un segmento de turismo bastante especializado y rentable.Le recomendamos: Los 10 paraísos colombianos para observar avesEse día era el Global Big Day, un concurso mundial en el que gana el país que más documente especies distintas de aves. Este año, el primero en que Colombia gana, vio pajareros de todo el país avistar 1.486 pájaros. Es decir, casi 3 de cada 4 que tenemos.Al frente del grupo en el Guaviare estuvo César Arredondo, un ornitólogo de 25 años y sonrisa permanente que trabaja como guía turístico y que en sus ratos libres anda con binóculos persiguiendo nuevas especies de aves. Y quien, junto con otros científicos y emprendedores locales, está viendo en el turismo una oportunidad para un departamento que está saliendo de décadas de violencia, donde la Gobernación es la mayor fuente de empleo y el sector privado prácticamente no existe.“Aunque no lo crea, a punta de pájaros podemos hacerle frente a la ganadería extensiva y la deforestación”, dice César, mientras maneja su moto por una vereda al oriente de San José, tan atento a los árboles alrededor como a la trocha en frente suyo. “Estamos haciendo una apuesta productiva al turismo, porque se está convirtiendo en una alternativa económica viable y también, cuando se hace de forma sostenible, en una de conservación”.De repente frena su moto frente a una arboleda. ‘Juuu juuu juuu juuu’, comienza a silbar y luego se queda en silencio, atento a los sonidos que salen de entre las ramas. “¿Sí los ve? Ya se alborotaron y están alistándose para pelearle”, dice.

Su imitación del canto de un pequeño búho diurno que se come las crías de otras aves –el llamado buhíto ferrugíneo- surte efecto. En menos de veinte minutos, se dejan ver 18 especies distintas de aves típicas de la frontera entre la Amazonía y la Orinoquía. Primero una tangara turquesa, con su barriga amarilla y su cuerpo color zafiro. Luego un jacamar café, con su cuerpo regordete y su pico agujado como el de un colibrí. Más abajo un trepatronco, saltando mientras martillea la corteza de un árbol. Allá un picoplata, su silueta rojiza interrumpida por un pico platinado. Revoloteando un ermitaño barbiblanco, picaflor de pico curvo y larga cola. En un cable de luz, una monjita rabiblanca de cuerpo azulado y barriga vinotinto.Es apenas un abrebocas de lo que tiene fascinados a turistas extranjeros.“Para mí es extraordinario lo que se ve acá. Puedes ver aves muy especiales de la selva como el gallito de la roca guyanés, muy cerca de la ciudad y sin necesidad de ir tan al sur en el Amazonas”, dice Chris Bell, un inglés que trabaja con una agencia de viajes y tiene un popular blog en inglés de viajes por Colombia.

Esa es una de las apuestas centrales de Arredondo que, tras terminar biología en la Universidad del Quindío, regresó a su natal San José y fundó Biodiverso.travel, una agencia de viajes especializada en ‘turismo de naturaleza’.Aún falta mucho para que la naciente industria se consolide, pero poco a poco han ido alejando los fantasmas del conflicto y el turismo está creciendo velozmente. Ya hay ocho empresas turísticas y 30 guías certificados que se acaban de agremiar, respaldados por una pequeña pero activa oficina de turismo que depende de la Gobernación y una policía de turismo con 10 efectivos.Le recomendamos: Las cinco aves colombianas que desaparecerían por culpa del cambio climáticoLos visitantes se han ido multiplicando: de apenas un centenar que se aventuraban hace una década, San José pasó a registrar 12.000 en 2015 y 16.000 el año pasado. Con la paz, siguen aumentando: en lo que va de este año ya sobrepasaron los 19.000 y aún falta la temporada más popular. Ese auge viene también con varias señales de alerta.Le sugerimos: Las mafias de la deforestación en el Guaviare“Hay muy buen potencial, pero el ecoturismo solo no puede mantener a las comunidades de la región y debe haber una cuidadosa deliberación sobre el futuro en la región, con proyecciones detalladas de los impactos económicos, sociales y ambientales de cada opción de desarrollo. Una decisión final debe ser basada en un equilibrio de todas esas opciones”, dice Megan Epler Wood, la gurú del turismo sostenible que enseña en la Universidad de Harvard y que escribió el libro Turismo sostenible en un planeta finito. Ella precisamente visitó Guaviare el año pasado y habló del potencial de industrias como el avistamiento de fauna.El otro riesgo es más inminente. Su nombre es la Carretera Marginal de la Selva, una vía que busca conectar los 381 kilómetros desde San José del Guaviare hasta San Vicente del Caguán. Aunque apenas está en su fase de planeación en el Ministerio de Transporte, tiene muy preocupados a los biólogos porque el trazado ya se convirtió –según el IDEAM- en uno de los ocho mayores focos de deforestación en Colombia.

Y, con esa deforestación, viene la pérdida de hábitat de esas especies que los turistas extranjeros están dispuestos a pagar por ver.Los pajareros como negocioEn el caso de César, su hobby alimenta su trabajo y al revés. Desde hace seis años viene haciendo monitoreos de aves y ayudó a crear el Grupo de Observadores de Aves del Guaviare (GOAG), que acaba de publicar la primera guía de aves de la región y que también escribe artículos científicos contando sus hallazgos.Hasta ahora han documentado 550 especies distintas en Guaviare (un cuarto del total nacional), la gran mayoría en lugares que antes eran difícil acceso por presencia de la guerrilla o porque un forastero con cámara generaba suspicacia. Lo mismo sucede con el turismo: hasta el 2013, por ejemplo, no podía llevar a sus clientes a ver aves en los bosques alrededor del El Capricho o a la Laguna Damas del Nare, donde hay un incipiente proyecto de turismo comunitario en torno a un grupo de delfines de río (las famosas toninas).

“El Acuerdo de paz ayuda a que la frontera científica se expanda. Cada vez que nos alejamos del casco urbano, vamos encontrando nuevas especies”, cuenta César, cuyo sueño de biólogo es hallar el raro y diminuto colibrí esmeralda que teóricamente solo existe en Chiribiquete y que los científicos llaman ‘de Gary Stiles’ en honor al profesor emérito de la Universidad Nacional que lo descubrió.Como dice la revista británica The Economist, que le dedicó este año un artículo al ‘paraíso aviario’ de Colombia, “el turismo tiene el potencial de ofrecer un dividendo de paz relativamente rápido y es ahí donde el avistamiento de aves se convierte en un nicho de negocios crucial”.Quizás sea un tipo de turista bastante especializado, pero tiene la capacidad de jalonar una economía local. Solo eBird -el portal más consultado por los pajareros y el que organiza el Global Big Day- tiene 256.000 miembros en todo el mundo. En un contexto similar al colombiano, Sudáfrica estimaba en 1997 –solo tres años tras la transición democrática que acabó con el apartheid- 21.000 pajareros, que habrían dejado unos 26 millones de dólares al país.César y los otros guías están intentando consolidarse en el nicho, para no perder esas oportunidades con agencias que lleguen de Bogotá o Medellín. Él funge como operador local y lleva a los turistas a observar animales a lugares operados por organizaciones comunitarias, como Nare o el Raudal del Guayabero, con lo que ambos se benefician.

“Nosotros venimos de una cultura cocalera, que los campesinos pensaban como la única posibilidad económica. No es de culparlos: en zonas alejadas, con vías de acceso terribles, era más fácil sacar unas bolsitas con mercancía que un camión de plátano o yuca. Que ahora pasemos de tumbar bosques para la coca a conservarlos para el turismo, como apuesta productiva, es una gran diferencia”, dice Arredondo.Como dice Jairo Bueno, el director de la oficina de turismo considerado como el pionero del turismo en el departamento, “la paz es herramienta para que el turismo sea sostenible y el turismo es herramienta de sostenibilidad para la paz”.*Este reportaje se hizo gracias a una beca de reportería del Earth Journalism Network en temas de biodiversidad.