La economía global ha transitado en pocos meses de una pandemia a una exuberancia en el gasto, y ahora a una confrontación militar sin paralelo, quizás desde la Segunda Guerra Mundial. En este contexto cambiante también se ha roto uno de los preceptos más custodiados por los economistas: la estabilidad de precios. La pandemia trajo consigo un ejercicio de política social jamás experimentado por el mundo, en cuestión de días se indujo la economía a un coma.

En pocas semanas se paralizó el tráfico aéreo, se limitó la movilidad y se congeló el aparato productivo. El objetivo: evitar poner en riesgo a la humanidad de un escalamiento sin control de la pandemia. Al tiempo, los gobiernos acudieron al unísono al auxilio de sus sociedades con una política económica sin precedentes. Esta es la génesis de nuestro dilema actual.

Cuando se paraliza la producción, pero se mantienen el deseo y capacidad de gasto, se crean presiones de demanda que se suman en esta coyuntura a una interrupción del comercio global. Allí nacen los famosos cuellos de botella, escasez de contenedores y los fuertes incrementos en precios de materias primas. Todo lo anterior trajo consigo un rápido ascenso de la inflación, que alcanzó en la mayoría de economías desarrolladas niveles no vistos en al menos 40 años, como ocurrió en Estados Unidos.

Países como Colombia, Perú y México, entre otros, reportan algunos de los niveles más altos de inflación de las últimas dos décadas. | Foto: Getty Images

En el caso particular de las economías emergentes, el alza de precios despertó fantasmas de un pasado poco amigable. Países como Colombia, Perú y México, entre otros, reportan algunos de los niveles más altos de inflación de las últimas dos décadas. Ante esta realidad, los principales bancos centrales comenzaron a virar su discurso de apoyos prolongados a la posibilidad de un ajuste más temprano de sus políticas monetarias laxas.

Para América Latina, la presión en este frente siempre es mayor. La experiencia que dejaron esos años de descontrol monetario e hiperinflaciones de las décadas de los ochenta y noventa hacen que ahora, frente al mínimo asomo de inflación, nuestros bancos centrales salgan con firmeza y decisión a aplacar las expectativas inflacionarias.

A esto se debe que, en los últimos meses, los bancos centrales de las principales economías de la región hayan subido en promedio 425 puntos básicos sus tasas, con Brasil a la cabeza, por ser el país que, tradicionalmente, más sufre con la inflación. Le sigue sorpresivamente Chile, por cuenta de la aceleración de su demanda interna.

Por su parte, Colombia, un poco más tímido, posiblemente a causa de que el fenómeno inflacionario tardó en iniciarse localmente, también ha acompañado las subidas con 225 puntos básicos a la fecha, casi en igual medida a las reducciones realizadas para atender la pandemia. Se espera que la política monetaria en la región continúe esta tendencia, con incrementos adicionales a los ya observados.

Por una parte, se busca controlar el gasto que excede la producción. Por otra, evitar que se despierten los mecanismos de indexación -que en el pasado hicieron que fuera muy difícil el control de la inflación- para contener la presión de los altos precios de materias primas por cuenta del conflicto en Europa y de la normalización de la política monetaria en Estados Unidos. Al final de cuentas, una inflación desbordada siempre será el mayor lastre de los más vulnerables en economías con una deuda histórica en lo social

*Economista principal de BBVA Research en Colombia.

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