Cali y América son dos símbolos innegables de la vallecaucanidad. Ambos clubes representan no solamente una región, sino dos formas de amor pasional y que perdura en el tiempo, sin importar victorias o dolores deportivos.
Desde 1931 se vieron las caras y marcaron una rivalidad desde dos ángulos de una ciudad mágica: América fue la representación de los pobres, de los marginados y oprimidos, de los que son mayoría en población y minoría en las decisiones de su propia ciudad.
Ese acto fundacional de 1927 enraizó a los escarlatas con eso de ser la “pasión de un pueblo”, la misma que en su instante hizo hervir de la ira a Benjamín Urrea, directivo de los rojos que no soportaba ver cómo la institución se dejaría tentar por el profesionalismo que llegó en 1948. Y el pobre Urrea, apodado Garabato, dentista de profesión, comentó airadamente que si los diablos rojos se dejaban seducir por los ruidos del profesionalismo, jamás serían campeones. Su sentencia casi se transforma en realidad porque hasta 1979 el lado más sufrido de la ciudad no pudo ganar nada.
Caso contrario el del Deportivo Cali: a la hora de hablar del verde, solamente apellidos rimbombantes, crema y nata, familias de linaje y casta eran los que gozaban del divertimento futbolístico. Su fundación tuvo a los Lalinde y también a los Cucalón, que, reunidos en la casa de Rafael González, le dieron la bandera de salida a un proyecto que no solamente alzaría vuelo con la práctica del fútbol, el mismo que los hermanos Lalinde quisieron implementar luego de gozar al ver al Aston Villa y al Arsenal jugar en Inglaterra, sino en otras disciplinas. Era 1912.
Tiempo después, la idea de ser profesionales no les importó y en medio de bailes en los clubes sociales más reputados y reuniones en las que el tintineo del hielo contra los vasos de whisky era parte de la banda sonora, congregaron esfuerzos para que en 1949, un año después de su primera participación en los torneos de la Dimayor, vincularan al club al ‘Rodillo negro’, que no era más que una extraordinaria alianza ofensiva de cracks peruanos como Valeriano López, Vides Mosquera y Gerónimo Barbadillo, capaces de hacerles contrapeso a los otros grandes rivales del campeonato, capaces de contratar a Alfredo Di Stéfano, Néstor Rossi y Héctor Rial.
América tuvo lo suyo en ese arranque: Édgar Mallarino a la cabeza en la cancha y con el paso de los meses fueron arribando al América el argentino Mur y el peruano Castillo, pero claro, era complicado conseguir grandes fichajes porque el dinero lo tenían otros.
Ese elemento clave en el fútbol de ayer, de hoy y de siempre, le dio durante un tiempo al Deportivo Cali muchas más posibilidades de pelear arriba; América, a su vez, tuvo que remar desde atrás, llamándose la mechita, apodo que se creó en alguna crisis en la que los futbolistas no tenían uniformes y uno de los integrantes del plantel solo atinó a decir: “Hermano, nos va a tocar jugar con la misma mechita”, refiriéndose a los harapos viejos que cargaban cada domingo en las canchas. Hoy, América ostenta más estrellas que su némesis futbolística (15 consagraciones rojas, contra 10 de los azucareros).
Esos orígenes tan disímiles, la disputa por sentirse dueños de la ciudad y el fútbol hicieron que el clásico vallecaucano se pudiera potenciar, sin importar cuál era la situación del uno o del otro en la tabla de posiciones. El Grupo Niche lo hizo canción en Cali Pachanguero:
Un clásico en el Pascual
adornado de mujeres sin par,
América y Cali a ganar,
aquí no se puede empatar
Por eso este juego en especial ha dejado en el recuerdo tantas postales inolvidables, como la primera vez que chocaron, en ese famoso torneo del 48: Cali derrotó al rojo 4-3. De ahí en adelante las páginas se han abierto para registrar 338 enfrentamientos en la era profesional. El Cali se ha llevado 125 victorias y el América 105.
Muchos nombres granados pisaron la cancha para darse cita en este duelo, que trascendió las fronteras del Valle del Cauca y convirtió en un encuentro de interés nacional, pero más relevantes fueron los relatos que ha dejado el tradicional choque.
Cómo olvidar que Javier Solarte supuestamente le robó de un zarpazo una cadena de oro a Anthony De Ávila en un derbi y que luego se la tragó para no ser descubierto; el 5-0 de 1960 en el que el América despachó a su adversario de patio con una humillación insostenible; el 2-0 de 1996 en el que hubo drama por un choque de cabezas entre Walter Escobar y John Freddy Tierradentro que obligó al zaguero a salir en ambulancia por cuenta de una gravísima conmoción cerebral, esa misma dolencia que evitó Jorge Rayo, arquero verdiblanco, cuando tuvo que agachar la cabeza ante un fusilamiento de Freddy Rincón en el Cali-América que definió el título en 1992; aquel inolvidable 5-3 de 1995 para los rojos que se disputó en el inusual horario de las once de la mañana por cuenta de los caprichos de la televisión…
La lista sigue: el día que el argentino Martín Morel se disfrazó de Supermán y metió gol de media chilena y otro de mitad de cancha para golear 6-3 al América; el trepidante 3-3 de noviembre de 1982 en el que el América desaprovechó una ventaja de 3-1 y el Cali se lo igualó gracias al gigantesco Carlos Amaro Nadal; la misma noche en la que por cuenta de ese tanto, varios hinchas que iban saliendo de las graderías se devolvieron a la tribuna para observar lo sucedido y se produjo una avalancha que dejó 22 muertos y 200 heridos; la noche en la que Freddy Rincón sometió al arquero Carlos Trucco con un golazo de taco en 1990; la tarde-noche que, en 2008, hubo trompada de Diego Umaña al director técnico Daniel Carreño e invasión de campo; el reciente clásico en el que con nueve hombres América se llevó los tres puntos con un 1-0 a su favor…
Siempre quedará una historia detrás del Cali-América. O del América-Cali para que nadie se sienta ofendido.
- Periodista deportivo.