Subiendo una de las lomas del barrio Ciudadela Sucre –en medio de un sinfín de casas de ladrillo, unas vías adoquinadas y otras sin pavimentar– se alza el centro cultural ‘Arte y Juventud por la Paz’. Hasta aquí llegan cada fin de semana unos 15 niños y adolescentes del sector para pasar el día en un mundo alejado de las dificultades cotidianas. El edificio alberga enormes salones dedicados a diferentes formas de expresión artística: un gran salón con cajones atiborrados de materiales de pintura y escultura; un espacio para teatro, danza folclórica y urbana; y un aula llena de guitarras y teclados que podría confundirse con un estudio de grabación profesional.
El centro fue construido en 2015 por la Fundación Artes Sin Fronteras. “La gente piensa que estamos enseñando arte, pero realmente esa es solo una herramienta para transmitir valores, para que aprendan a querer a la comunidad y a ellos mismos”, afirmó Karina Bermúdez, coordinadora del centro y habitante del barrio. Karina empezó a asistir a clases de baile en la Fundación a los 7 años, en ese entonces la sede quedaba en Bogotá. “Cuando tomaron la decisión de abrir una sede en el barrio, la misma comunidad colaboró en la construcción. No se había visto algo así aquí”, recordó.
Hoy los niños corren y ríen por los pasillos del centro, y abrazan a los profesores al llegar. Y es que todos los formadores son soachunos; la mayoría, incluso, nació y creció en el mismo barrio. Brayan Macana, uno de los coordinadores de teatro, contó que en estos espacios los niños pueden escapar de la cotidianidad y descubrir una realidad alejada de la delincuencia y el maltrato. “El arte despeja la mente. Hace que uno deje de pensar por un rato en los problemas que lo agobian, y pueda decidir mejor sobre su futuro”, aseguró.
Macana contó que él mismo es un ejemplo del impacto positivo que la fundación tiene en los jóvenes. A los 11 años unos amigos intentaron convencerlo de robar un celular para venderlo. Estaba a punto de hacerlo cuando de repente pasó un hombre vestido de payaso, en un monociclo haciendo malabares. “Ver eso fue como un rayo que entró en mi cabeza y que me detuvo. Desde entonces me dediqué al teatro, mientras muchos de mis amigos terminaron en la cárcel o muertos”, afirmó. Ahora como profesor, Macana recorre las lomas sin pavimentar montado en unos zancos con la esperanza de mostrarles a los niños que hay otros mundos posibles. Y que el arte es la nave que los puede llevar a descubrirlos.
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