La historia de la familia García Zabala empieza en Barranquilla, cuando Libardo, oriundo de Salamina, y Leonor, procedente de Tocaima, se conocieron en la década de los 50; se enamoraron, tuvieron seis hijos y decidieron dedicarse al comercio. En los años 60 una oportunidad de negocio los llevó hasta el Urabá antioqueño. Allí se convirtieron en una de las primeras familias productoras y exportadoras de la zona. Seis décadas después, la empresa familiar produce banano y plátano en más de 170 hectáreas, emplea a más de 100 campesinos y exporta a Europa, Asia y Norte América.
“Para conocer el por qué terminamos aquí debemos remitirnos a la historia de la United Fruit Company en el país”, comenta Carlos García, el cuarto de los seis hijos, quien hace 20 años decidió abandonar su profesión como médico cirujano para estar al frente de la producción. “En la década de los 50, por todos los problemas que tenía en el Magdalena, esa compañía empezó a buscar zonas del país para establecer nuevos cultivos’', relata.
García se refiere a todo el estallido social que se generó después de la masacre de las bananeras, ocurrida en 1928, cuando los trabajadores de las fincas ubicadas en Aracataca, Río Frío y Sevilla se negaron a cortar los bananos producidos. Fue así como encontraron en el Urabá antioqueño un territorio apto para la producción. “No fueron los primeros, porque a finales del siglo XIX llegaron alemanes a esta zona, pero se tuvieron que ir cuando comenzó la Primera Guerra Mundial”, explica.
Bajo el nombre Compañía Frutera de Sevilla, llegó la United Fruit Company hasta el Urabá antioqueño. Para ese entonces, Hernando García Castaño, tío de Carlos, era el director de aduanas en Turbo. “Él conoció a Mr. Howard y Mr Morrys, dos funcionarios de la compañía, y los acompañaba por la zona, así que conocía todo el proyecto”, comenta.
El plan consistía en que las personas compraban los terrenos, los adecuaban para el cultivo de banano y la compañía les hacía un crédito por 70 dólares para cada hectárea sembrada, siempre y cuando se hiciera de acuerdo con las instrucciones técnicas pactadas.
Fue así como entre 1960 y 1963 llegaron cientos de familias provenientes del interior del país. “Empezaron a hacer campañas en radio y periódicos convocando a invertir en la siembra de banano en la región”, cuenta García. Esto permitió el crecimiento del Urabá a través del banano.
“Mi papá compró unas tierras que bautizó Leonor Emilia, por la menor de mis hermanas, y empezó junto a mis tíos y mi abuelo a preparar el terreno para la siembra”. García explica que en esa época era un territorio selvático, húmedo, donde les toca abrir monte. “A los primeros les tocó hacer vías e infraestructura para poder exportar, pero también construir puestos de salud y hasta colegios”, añade.
Las primeras producciones de banano las sacaban de la finca en carretas tiradas por bueyes a través de vías que llamaban guardarrayas. Se acopiaban en estructuras de madera y paja donde se colgaban los racimos, se les echaba una solución a base de cal y se exportaban por vía marítima hacia Estados Unidos desde los embarcaderos de Nueva Colonia y Zumbo. “El primer embarque de exportación en el Urabá se hizo el 22 de marzo de 1964. Fueron un total de 7.541 racimos con destino a Estados Unidos en un barco a vapor llamado Alsferuser”, recuerda García.
Con el tiempo, los productores que iniciaron el proceso empezaron a sentirse incómodos con la Compañía Frutera de Sevilla por los costos y la forma en la que se estaba manejando el negocio. Decidieron exportar de manera independiente. Fundaron Augura, como una entidad gremial, y Uniban, que se encargaba de la exportación. Ambas compañías aún existen.
“A pesar de que ha habido épocas muy buenas, también hemos tenido tiempos difíciles”, señala García. Hace referencia al abandono estatal que en la época de los 80 permitió la llegada de guerrillas y grupos paramilitares que se empezaron a disputar la zona. Muchos productores abandonaron el territorio y la tenencia de las tierras empezó a cambiar, pasando de pequeños y medianos productores a grandes terratenientes con mayor capacidad económica y administrativa.
“Nuestra familia pudo resistir, sin embargo, en todo este tiempo nos tocó lidiar con muchos peligros”, comenta García, quien hoy en día lidera la producción de 174 hectáreas en las fincas Leonor Emilia y Pan Gordito, además de emplear 107 colaboradores, los cuales se encargan de garantizar la calidad del producto que llega a toda la Unión Europea, Estados Unidos, China y Japón. “Nos toca competir con la producción de los países centroamericanos, Filipinas y Australia, pero aquí tenemos un gran producto”, expresa con orgullo García, quien no cree todavía que en una hora haya podido contar 60 años de tradición bananera.
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