Soy un viajero tardío. Fue hasta los 30, mientras planeaba mi luna de miel, que descubrí la pasión por los viajes y comencé a vivirlos al máximo. Luego quise conectarme con la gente a la que le gusta viajar, ¿a quién no?, y creé una cuenta en Instagram. Lo que allí ocurrió me llevó necesariamente a Tiktok, donde los amantes por conocer Colombia y el mundo, se multiplicaron. La idea nunca fue convertirme en un influencer, pero la consecuencia de ser coherente con lo que a uno le entusiasma da buenos resultados. De eso puedo dar fe.
Ahora tengo 36 años, viajar aún es mi hobby y profesión. Confieso que también llegué tarde a lo extraordinario que es hacer turismo en Colombia y hoy es una de las cosas que más le agradezco a las redes sociales. Estamos rodeados de maravillas y el Valle del Cocora, en Quindío, es una de las más asombrosas. He estado ahí en cuatro oportunidades y siempre me voy con ganas de volver, porque cada vez que regreso descubro un rincón nuevo. Recuerdo que la primera vez que lo visité la neblina no me permitió disfrutarlo como me lo había soñado, pero le di una segunda oportunidad, y fue tan increíble, que le di otra, y otra, y luego otra. Y vendrán más.
Seguramente habrán escuchado que en el Valle del Cocora las palmas se unen con el cielo. Y al llegar lo que te sorprende es que ¡es cierto! Es un paisaje tan inusual que uno no sabe si es una pintura o la realidad. Lo que es seguro es que es una obra de arte natural. Una de las tantas maravillas que tiene Colombia, antigua y moderna. Hay muchas alternativas para recorrerla, yo he probado con varias, entre ellas a caballo o a través de largas caminatas.
En mi primer viaje fui un turista desprevenido y lamenté no haber tenido más tiempo para explorar. En el segundo investigué y planifiqué cada una de mis paradas. Recuerdo que después de aquel primer desencuentro en un día nublado, me reencontré con un valle diferente, porque el clima hace que se muestre distinto, aunque siempre imponente.
Conocer distintos destinos en todo el mundo me ha dado la oportunidad de constatar que Colombia tiene una magia que la diferencia y la hace especial. Particularmente el Eje Cafetero lo tiene todo para ser un plan perfecto: maravillas naturales, gente amable, pueblos coloridos, café y cercanía para poder recorrerlo en carro. Filandia, por ejemplo, es uno de mis pueblitos favoritos. Siento que se mantiene auténtico a pesar del turismo y que resume perfectamente la magia del eje.
Entre gigantes
Sé que he repetido varias veces esa palabra, magia, pero es que cuando uno llega a esta región se da cuenta de que sí existe. Cada vez que he hecho referencia a esto me dicen que puedo ser un poco ingenuo. Pero descubrirla fue una experiencia memorable que me dejó uno de mis viajes al Valle del Cocora. La colina para llegar hasta el lugar donde me había puesto la meta de apreciar los bosques con sus palmas de cera resultó más empinada de lo que esperaba. Recuerdo el trayecto entre pasos lentos y temblorosos, aunque decididos a coronar la cima.
Mientras caminaba nunca pude ver los diferentes verdes de las montañas luciendo sus bosques y palmas, pero el paisaje era tan hermoso, que me motivó a seguir adelante. Cuando el sol se mostró tímido entre tanta nube supe que había llegado al lugar indicado. Me acosté sobre el pasto mojado por el rocío, pero más allá de mis pies solo podía ver niebla. Cerré los ojos y en medio de un “absoluto silencio” estaban los nevados, los bosques, las palmas, comunicándose a su manera. Yo, ahí, diminuto, sorprendido entre gigantes.
Más tarde tuve el privilegio de estar en primera fila frente al espectáculo que fue ver a las nubes moverse sutil y elegantemente para revelar una a una cada palma de cera, eran tantas que resultaba imposible contarlas, y tan altas que mi cuello debía estirarse al máximo. El sol por fin logró iluminar la silueta de las montañas y bastaron unos segundos para comprender que es fácil inspirarse en este lugar para crear pinturas, poemas y películas. El Valle del Cocora tiene un encanto que enamora a cada persona que lo recorre.
De regreso, la cordillera Central de los Andes me tenía otra sorpresa reservada antes de partir. Cuando comencé a descender de la colina pude ver, entre un grupo de gallinazos, que se abrían un par de alas imponentes: era el rey de los Andes, el majestuoso cóndor, que me daba la despedida perfecta. ¿Acaso esto no es magia?
*Influencer viajero @camiloduque.z en Instagram y Tiktok