Mucho se escucha hablar del Canal del Dique y poco se sabe sobre él. Su historia, el propósito para el cual fue construido, la función que cumple, su situación actual y la visión sobre su futuro, son algunos temas que pretendo abordar en esta columna. Para hablar de lo primero, trataré de resumir de manera muy sencilla lo que le he aprendido a una eminencia en este tema, el exministro José Vicente Mogollón.
El Canal del Dique es un brazo artificial del río Magdalena. Fue construido en el siglo XVI, y contó con una longitud inicial de 129 kilómetros. Su propósito era unir el río Magdalena, a la altura del municipio de Calamar, con Cartagena. Navegar entre estos dos puntos demoraba al menos cuatro días y solo se lograba durante ciertas épocas del año. Pasaron los siglos y numerosas intervenciones se hicieron con un objetivo: mejorar la navegabilidad.
Hacia 1950, este canal sinuoso contaba con 270 curvas y aquí viene una de las decisiones más determinantes de la época, y que marca el inicio del daño a este ecosistema, la reducción a 115 kilómetros y a 50 curvas el total de su recorrido. La finalidad era aumentar la velocidad del agua y así generar un efecto de autodragado que mejoraría la profundidad y, por tanto, permitiría un tránsito más seguro y eficiente de las embarcaciones que recorrían este canal.
Se priorizó la navegabilidad y se dio poca relevancia a la dimensión ambiental. Las consecuencias de esta decisión saltan a la vista. Solo hay que recorrer la bahía de Cartagena y ver el color de sus aguas. Todo el sedimento que arrastra el Canal del Dique se deposita en esta bahía y en otras desembocaduras, como la bahía de Barbacoas. Otra de las consecuencias fueron las inundaciones que afectaron a estos municipios, corregimientos y veredas a lo largo de estos años, como la ocurrida en el departamento del Atlántico en 2010, que afectó al 40 por ciento de su población.
Hoy, la visión ha cambiado. A buena hora se realizará una importante inversión cuyos objetivos son netamente ambientales y se pueden resumir en cuatro frentes. El primero, restaurar el ecosistema mediante el control de entrada del flujo de agua hacia el interior del canal y las conexiones que hacen parte de este entorno de 435.000 hectáreas de área de influencia. El segundo, un proyecto adaptado al cambio climático, considerando y estimando los flujos máximos de agua que puedan ocurrir en la fuente de alimentación de este canal, como es el río Magdalena. El tercero, garantizando el suministro de agua para el consumo humano, el riego, la agricultura y la ganadería. Y el cuarto, no menos importante, el control y tránsito adecuado de sedimentos.
De esta forma se garantizará la recuperación de un ecosistema que beneficia a 1,5 millones de habitantes de tres departamentos del país. Hoy se ve un Gobierno articulado, que tiene el propósito de salvar un ecosistema y esto en nada riñe con mantener la navegabilidad de este canal. El transporte fluvial es más eficiente, menos contaminante y más amigable con el medioambiente. En la medida en que se pueda ser competitivo, cumpliendo estándares ambientales, preservaremos las mejores condiciones de un entorno. ¿Al final de qué vivimos? De lo que se produce en el medioambiente y por esto la infraestructura que se desarrolle debe ser sostenible, resiliente y preservar las condiciones del ambiente en el tiempo.
*Director de Asuntos de Gobierno y Relaciones Públicas de SACYR Colombia.