Por Juan David Palacio Cardona, director del Área Metropolitana del Valle de Aburrá

La segunda mitad del siglo pasado fue, sin duda, la de mayor explosión demográfica que haya vivido la humanidad. Las ciudades colonizaron el horizonte, se convirtieron en el centro de la cultura, de la diversidad y, vaya paradoja, de nuestro encierro. En efecto, ese crecimiento exponencial y caótico que marcó, en buena medida, nuestro progreso es hoy el mayor reto que debemos enfrentar.

Para hacernos una idea, de los 48.258.494 habitantes que tiene nuestro país, según el último censo del Dane, el 77 por ciento reside en las cabeceras municipales y el 45 por ciento está distribuida entre las ciudades capitales. Lo anterior, nos reta a generar conciencia ambiental y a ser asertivos para mitigar el impacto de factores como la conurbación creciente, la falta de planificación urbana, la utilización y consumo desmedido de los recursos naturales y la generación de residuos.

Medios básicos para nuestra supervivencia, como el abastecimiento de agua, la seguridad alimentaria, la estructura ecológica principal y el recurso energético se generan, casi siempre, por fuera de las ciudades capitales.

Este es el caso del Valle de Aburrá, integrado por diez municipios con Medellín como ciudad núcleo; la región requiere, para hacer posible su existencia de forma sostenible, de al menos otros 40 municipios antioqueños que están por fuera del territorio metropolitano para la gestión del patrimonio hídrico y otros recursos.

El Valle de Aburrá requiere de al menos 40 municipios antioqueños, por fuera del territorio metropolitano, para la gestión del patrimonio hídrico y otros recursos. | Foto: Getty Images

Esta realidad aplica también para ciudades como Bogotá y Bucaramanga, las cuales no serían viables sin el aporte ecosistémico de los municipios aledaños. Es decir, la supervivencia de lo urbano depende en buena medida de los recursos que provienen de lo rural, una verdad sencilla que en ocasiones queremos obviar.

En cada uno de nosotros está entender, valorar y cuidar la importancia de los recursos naturales. Educar es el medio por excelencia para transformar la sociedad y generar conciencia ambiental. Los efectos producto del cambio climático y variabilidad climática desafían a los gobiernos departamentales, locales y, en términos generales, a todos, a participar de la transformación de los territorios y motiva también el cambio de algunos hábitos, si queremos que las ciudades y sus habitantes perduren en el tiempo.

Acciones cotidianas, optimizar el consumo de agua y la energía, hacer consciencia de los hábitos responsables en el consumo de los alimentos, comprar local para generar menos emisiones y lo justo para no desperdiciar comida, utilizar más el transporte público, la bicicleta y menos el vehículo particular, pueden significar mucho para cuidar el ambiente.

Para ser más sostenibles necesitamos más acciones constructivas y propositivas, así como el compromiso de los gobernantes, al entender que los retos ambientales deben ser ajenos a las discrepancias políticas.

Twitter: @jdpalacioc

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