El páramo del Almorzadero no es un lugar en el que se suela madrugar para avistar aves. El frío obliga a esperar como mínimo la salida del sol. Calentarnos frente al fogón de leña donde Lucecita prepara el café cada mañana es una tradición. Aquí nos tomamos la primera taza del día; la segunda, usualmente, es a más de 3.400 metros sobre el nivel del mar. Cuando los miembros de Birding Norte de Santander logramos compaginar agendas por el puro placer de ir tras las aves, nos reconocemos como afortunados.
Desde hace algún tiempo con Axel Pabón (biólogo), Bladimir Becerra (biólogo), Liliana Peña (administradora de empresas) y Said Molina (comunicador social) hemos coincidido en varias oportunidades para fotografiar colibríes; y aunque observar aves, diferenciar sus tipos de canto, saber cómo vuelan y clasificarlas es una pasión que despertó mientras cursaba quinto semestre de biología, la que tengo particularmente por los colibríes llegó en plena pandemia, en medio del encierro, ojeando fotos, redescubriendo las joyas que habíamos registrado en distintas salidas. Por eso los pajareros siempre regresamos a las montañas por más.
La belleza de los colibríes es indescriptible. Varían de formas y colores. Se podría decir que son ‘instagrameables’ por naturaleza. Es inevitable querer fotografiarlos para poder verlos una y otra vez; e incontrolable el impulso de buscar compartir ese encanto con el mundo, lo cual ratifica, por qué, esta es una tierra de gracia.
Ese día en particular salimos equipados con la ilusión de poder fotografiar una especie de distribución restringida solo para esta parte de Colombia y un poco de Venezuela: el colibrí pico espina (Chalcostigma heteropogon), una especie casi endémica y con un color muy particular en su garganta. En raras ocasiones visita el lugar, debido a que se siente presionado por otras especies como el colibrí paramuno (Aglaeactis cupripennis), que domina estas zonas.
Hasta hace unos años era muy raro poder avistar ambos colibríes, en especial el colibrí paramuno, que ahora es muy común y además en abundancia. En buena parte se debe a la transformación del entorno y al empeño de diferentes actores del territorio para que la vegetación nativa vuelva a crecer.
Seguimos el trayecto que nos habíamos trazado. En un punto más alto, y con vegetación propia del páramo, frailejones en floración, nos dispusimos a esperar la joya de la corona: el barbudito paramuno (Oxypogon guerinii), una especie endémica que se deja ver entre los meses de julio y septiembre, cuando florecen los frailejones y otras especies de plantas que facilitan su llegada. De hecho, Colombia cuenta con tres de las cuatro especies de Oxypogon que hay en el mundo: este de la cordillera Oriental, otro en el Nevado del Ruiz y el tercero en la Sierra Nevada de Santa Marta; el cuarto se encuentra en el estado Mérida, en Venezuela.
En ese punto, solo era cuestión de oír y esperar. Los machos hacen varios llamados para marcar su territorio, mientras se posan en las partes más altas de la vegetación, en especial los frailejones. Su plan era ser escuchados por otros barbuditos paramunos mientras les dicen: “hey, no pases este límite”. Allí nos posicionamos evitando interferir; mientras disfrutábamos del privilegio de poder avistar este ejemplar tan perfecto y hermoso.
Los colibríes de Pamplona
Avistar maravillas aladas y lograr registrarlas en nuestras cámaras fotográficas nos ha inspirado a recopilar imágenes, conocimientos y experiencias en una publicación enfocada en los colibríes de Pamplona, especialmente del páramo de Tierra Negra, un ecosistema que, por su buen estado de conservación, nos ha facilitado observar muchas de las especies de esta familia de aves. A este esfuerzo se vienen sumando voluntades que nos han permitido identificar ejemplares que son difíciles de ver en el país o que solo habitan en Norte de Santander, como el rumbito colirrufo (Chaetocercus jourdanii) y el colibrí de Marte (Heliangelus mavors), del cual, tenemos la única foto que, hasta hoy, comprueba su presencia en Colombia.
Este libro, el primero que proyectamos producir sobre la riqueza de las aves que habita en el departamento, hace parte del legado que queremos entregar a la nueva generación de pajareros de la región; como el grupo de observación de aves Ruwásira (que en idioma uwa significa ave pequeña), del que hacen parte Camila Serna, Cristy Trujillo y Lauren Chamorro. En un trabajo conjunto, avanzamos en el propósito común de despertar un interés genuino por las aves, no solo entre estudiantes de biología, sino de personas distintas, abiertas a encontrar la paz interior en el canto de un ave o a la expectativa de disfrutar de un espectáculo único de la naturaleza entre las montañas del Norte de Santander.
De hecho, cada vez son más quienes en medio de los primeros rayos de luz del día son capaces de identificar formas de aves pequeñas que se suspenden en el aire, y el zumbido característico que indica que los anfitriones de este festín de la naturaleza ya empiezan a llegar. Esto me incluye, porque hasta hace seis años creía que mi pasión eran los reptiles, serpientes y lagartos, pero desde que decidí unirme al plan de ir a pajarear al páramo, la vida me cambió. Vaya fortuna que tienen aún por descubrir tantos colombianos en todo el territorio.
*Biólogo, ornitólogo de la Universidad de Pamplona.