Por Mario A. Murcia L.*
Después de suplir nuestras necesidades básicas, la curiosidad es el rasgo más esencial y poderoso que tienen los seres humanos para explorarse a sí mismos y al universo que los rodea. Esa curiosidad nos ha convertido en asiduos viajeros y ha permitido darnos el epíteto de ciudadanos del mundo, mientras ampliamos las fronteras del conocimiento. En la actualidad, estas dos fuertes expresiones de nuestra habilidad inquisitiva se han conectado en el concepto de turismo científico.
Estamos llenos de personajes que retratan esta intersección entre viajes de aventura y generación de conocimiento. El naturalista alemán Alexander von Humboldt, por ejemplo, recorrió casi toda América del Sur, Asia Central y Europa mientras investigaba sobre las conexiones entre geología, geografía y botánica. Hoy en día se ha abierto una puerta a la generación de conocimiento ya no solo ligada a unos pocos eruditos; se avanza en su democratización, entre otras rutas, a través de la cada vez más nombrada ciencia participativa.
En mi experiencia como biólogo he tenido la gran fortuna de viajar por 30 de los 32 departamentos de Colombia, para investigar y trabajar en temas de usos sostenibles de biodiversidad con todo tipo de comunidades. Me he topado con fuertes contradicciones entre crecimiento económico, conservación y desarrollo sostenible de estos territorios. En el proceso de buscar nuevas opciones para articular estos elementos, me encontré con el turismo científico ligado al turismo de naturaleza que, en algunas de sus combinaciones, logra dar soluciones eficientes a las necesidades y visiones propias de bienestar de cada lugar.
Ciencia participativa
De acuerdo con la Red Internacional para la Investigación y Desarrollo del Turismo Científico, esta “es una actividad donde visitantes participan de la generación y difusión de conocimientos científicos, llevados por centros de investigación y desarrollo”. Una definición potente, pero que deja por fuera de la discusión otras formas de turismo científico que resultan de intercambios de saberes con sistemas de conocimientos en espacios naturales y que pueden involucrar comunidades locales.
Y Colombia ostenta una ventaja comparativa global: ser el segundo país más megabiodiverso del mundo con aproximadamente 58.000 especies, 314 tipos de ecosistemas y casi el 50 por ciento del área geográfica cubierta de bosques, lo cual permite concentrar el 14 por ciento de la biodiversidad del planeta.
La poca producción de datos y el insuficiente conocimiento de la biodiversidad, constituye una gran oportunidad para el turismo científico de naturaleza, pues tenemos aproximadamente 50 por ciento del área nacional con bajos registros o poco esfuerzo de muestreo.
Una solución práctica, económica y eficiente para el déficit de conocimiento es la ciencia participativa o ciencia ciudadana que integra a la sociedad a procesos de investigación y provee conexiones entre el turismo científico y el turismo de naturaleza.
El Instituto de Investigación de recursos Biológicos Alexander von Humboldt es pionero en el país en la promoción y el desarrollo de la ciencia participativa, considera que tiene un rol clave en la gestión integral y sostenible del territorio. A esto le agregaría que provee de condiciones habilitantes y eficientes para identificar nuevos activos bioculturales sobre los cuales diversificar y desarrollar nuevas ofertas turísticas más especializadas.
Carolina Soto Vargas, investigadora experta en ciencia participativa, expresa que apoyados en esta y a través de aplicaciones móviles como iNaturalist y eBird se han reducido las brechas. A la fecha se tiene registro de 367 mil observaciones que corresponden a 16 mil especies identificadas, con la intervención de 15 mil ciudadanos y 7 mil expertos y colaboradores. Esto representa un inmenso trabajo en red con datos abiertos que propende por la democratización de este conocimiento.
Colombia creó el Booking del Turismo Científico, con la plataforma ORORO (https://ororonature.com/), que busca visibilizar y comercializar este tipo de turismo especializado en el país. El 10 por ciento de sus ventas se reinvierte en consolidar estaciones científicas en algunos de los destinos ofertados.
De forma tangible, en Colombia podemos resaltar tres destinos que están consolidando sus ofertas de turismo científico de naturaleza, y que sin tener todas las condiciones ideales han logrado sortear las limitaciones.
El Santuario de Fauna y Flora de Otún Quimbaya
Es uno de mis destinos favoritos por sus prístinos ecosistemas. Se destaca como uno de los más atractivos para el aviturismo, aunque también es hogar de una gran variedad de especies de animales que es posible observar como el mono aullador, o el zorro gris El lugar es operado por la Asociación Comunitaria Yarumo Blanco, una organización que lleva forjándose desde hace más de 20 años, y que ha aprendido a vivir de la conservación sin dejar a un lado sus raíces.
Yarumo Blanco empezó su operación con los pasadías y una relativa buena afluencia de público, que no generaba suficientes retornos económicos. En 2012 inició ventas directas a universidades para que realizaran salidas de campo e investigación. Con este solo ajuste en su oferta, sin haberlo proyectado, pasaron de vender 250 millones de pesos anuales a gradualmente negociar 950 millones de pesos en 2019.
Bahía Solano, Mecana y El Valle
En Mecana crece un laboratorio en donde la unión entre turismo y conocimiento está generando oportunidades para todos, incluyendo a la naturaleza. El Jardín Botánico del Pacífico, en convenio con la Universidad Eafit, han realizado aquí prácticas de campo de estudiantes de biología. Una iniciativa que permitió que se pasara de no tener inventarios de fauna propios a registrar 44 especies de mamíferos, 35 de reptiles y 26 de anfibios.
A pocos kilómetros de Mecana se encuentra el corregimiento de El Valle, donde se estableció un proyecto de largo plazo de conservación de tortugas que ha involucrado a las comunidades locales. En la Estación Septiembre los turistas pueden hacer parte de una verdadera aventura científica al recorrer casi 8 kilómetros de playas con la Asociación Comunitaria Caguama, ser testigos de cómo se monitorea el desove y luego observar la liberación de las tortugas recién nacidas.
El Santuario de Flora y Fauna de Malpelo
En esta isla uno se puede literalmente sumergir en otro mundo, gobernado por grandes peces, tiburones y ballenas. La experiencia invita a la reflexión sobre lo vulnerables y a la vez privilegiados que somos de poder compartir los espacios de vida que otras especies han habitado por millones de años. Por eso es reconocida globalmente como la meca del buceo.
Según Felipe Ladino, de la Fundación Malpelo, antes de 2015 se hacían una o dos expediciones científicas para investigar variables biofísicas y, dependiendo del año, 10 viajes de vigilancia y control. Con la llegada del turismo y la implementación del programa de ciencia ciudadana con los buzos visitantes, los buceos se incrementaron de 28 en 2014 a 66 en 2015, 95 en 2018 y 120 en 2019. Esto evidencia el inmenso valor de las conexiones entre turismo, ciencia y conservación.
De acuerdo con Sandra Bessudo, directora de la Fundación Malpelo, antes recurrían a proyectos y donaciones para el sostenimiento de la fundación. Pero gracias a la ciencia participativa la realidad ahora es otra. Mientras antes vinculaban a algún turista a las expediciones científicas para poder cubrir sus costos; ahora llevan barcos con visitantes y la operación turística asume los gastos de hasta dos investigadores.
Vale la pena recorrer nuestra nación con ojos de entusiastas o de expertos. En cualquier caso, está la posibilidad de que se sumerja en un paraíso natural, en el que el conocimiento de la biodiversidad emana por donde quiera que uno vaya.
*Biólogo de la Universidad Nacional de Colombia. MSc. en Gerencia y práctica del Desarrollo de la Universidad de los Andes. Investigador adjunto en Bioeconomía y Turismo Científico de Naturaleza en el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt.
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