Las ciudades son un área geográfica altamente conurbada con la presencia de un número significativo de personas, comercio, industrias, bienes y servicios donde la constante es el desarrollo. Son, además, el lugar donde se materializan las oportunidades para muchos, el sitio de los sueños de otros y la expectativa de mejorar calidad de vida. En ese sentido, se ha concluido que su consolidación se debe a coyunturas sociales y económicas en donde la planeación no ha sido una prioridad en el origen de las mismas.

Ahora bien, una vez se han afianzado como un punto de trascendencia para muchos actores, toma relevancia la necesidad de planear su crecimiento, que es inevitable debido a las dinámicas naturales del desarrollo, teniendo presente que, hoy en día, las regulaciones normativas van más lentas que los cambios y las realidades de los territorios. Justamente, esto último genera presiones a la hora de reforzar metrópolis inteligentes, sostenibles e incluyentes, con las que se lograría tener escenarios dispuestos para el disfrute de las personas, indistintamente de las estratificaciones sociales presentes en las regiones.

Muchas de las dificultades en las urbes, en términos ambientales, se centran en la generación y emisión de Gases de Efecto Invernadero (GEI), la degradación de la calidad del aire, el incremento del ruido, la generación de altas cantidades de residuos sólidos, el agotamiento y contaminación del recurso hídrico y la alteración de las conectividades ecológicas y funcionales, entre otros, pero aún nuestras metrópolis demandan cada día más infraestructura pública y privada y, principalmente, zonas verdes que permitan el sostenimiento ambiental y la conservación de la fauna, flora y de espacios de convivencia para los habitantes.

El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomiendan proporciones de entre 10 y 15 metros cuadrados por habitante. Pero con las realidades de las ciudades colombianas, ni siquiera llegamos a 4,5 metros cuadrados. He ahí la necesidad de que los gobiernos locales, departamentales y el nacional busquen estrategias que permitan recuperar, disponer o crear sitios para todos.

En América Latina hay experiencias que pueden servir como referencia. En México, por ejemplo, a nivel federal existen diversos proyectos impulsados por la Secretaría de Desarrollo Social. Uno es el programa de rescate de espacios públicos, que está encaminado a recuperar lugares en condición de deterioro o inseguridad para que la población se apropie de ellos cuando estén en mejores condiciones. En el caso de Chile, está el programa ‘Quiero Mi Barrio’, con el que se ha generado una “activación comunitaria”, a través del mejoramiento de la infraestructura de los barrios marginados.

A nivel local, una muestra es lo que sucedió en Medellín con Parques del Río, donde una vía de alta circulación fue soterrada para construir en la parte superior un parque que bordea el río y que hoy en día es enteramente para el disfrute de la gente. Pero no es suficiente.

El proyecto necesario, oportuno e ideal para un territorio como el área metropolitana del Valle de Aburrá, del que hacen parte 10 municipios (que suman 1.157 kilómetros cuadrados), con una población aproximada de 4′100.000 habitantes –lo que representa el 65 por ciento de la población de Antioquia– es la construcción de un parque central, como existe en Nueva York, que permitiría tener más de un millón de metros cuadrados de espacio público, aumentando en 0,5 metros cuadrados el promedio de la extensión per cápita de la región. Infortunadamente, las distorsiones locales han puesto en entredicho una necesidad social, con la que se podría recuperar mucho de lo que se ha perdido en términos ambientales debido al desarrollo de las ciudades.

En manos del presidente Iván Duque está la posibilidad de hacer una transformación histórica en el país. Incluso podría convertirse en un referente latinoamericano, si le apuesta a que una pista aérea en la capital de los antioqueños pase de ser un sitio de conexión aérea a uno de conectividad ecológica, pues allí se podría sembrar un bosque urbano con el que, en cuestión de años, lograríamos tener un nuevo ecosistema, dando lugar a la posibilidad de declararse como un Área Urbana Protegida creada por las autoridades gubernamentales. Este es tan solo un ejemplo de las apuestas que podríamos hacer a nivel nacional.

Las experiencias internacionales han logrado demostrar que los sitios públicos, acompañados de zonas verdes, reducen los niveles de violencia y mejoran la convivencia. Y este es un reto que debería ser prioridad en los actuales y futuros gobiernos en Colombia, pues estamos sedientos de noticias positivas y políticas públicas encaminadas a la toma de decisiones ambientales responsables que, además, estén pensadas en el bienestar de la fauna, la flora y las personas, a través de parches verdes que, en últimas, se traducen en pulmones de vida.

La infraestructura existente, que consideramos imprescindible para la competitividad del territorio, siempre se podrá replantear, reubicar y cumplir mejores propósitos, pues las adecuaciones ambientales son necesarias e inaplazables para la sostenibilidad y la supervivencia humana. Yo me sueño un país más amigable con el medioambiente y arriesgado en relación con los cambios positivos. Y usted, ¿cómo lo sueña?

*Director del Área Metropolitana del Valle de Aburrá

@JDPalacioC

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