La economía colombiana mostró durante el primer semestre de 2021 un ritmo de recuperación interesante, por decirlo de alguna manera. Según las cifras del Dane, se expandió a una tasa de 17,6 por ciento en el segundo trimestre, y a una de 8,8 por ciento si se toma el primer semestre como un todo. No obstante, esta cifra, que es alentadora y ligeramente por encima de lo esperado, incluye algunos lunares que deberían preocuparnos.
Para empezar, el más evidente de todos: el ritmo al que nos recuperamos es insuficiente, pues el Producto Interno Bruto de los últimos cuatro trimestres se mantiene 3 por ciento por debajo de su nivel de diciembre de 2019, y al menos 8,5 por ciento de su tendencia esperada según lo observado entre 2005 y 2019. Preocupa especialmente que actividades con gran participación en el empleo, como el comercio y la construcción, se encuentren por debajo de su nivel prepandemia (9 y 24 por ciento, respectivamente).
El siguiente hecho tiene que ver con el ritmo al que estamos generando empleo. A la luz de los datos de mercado laboral que conocimos para el mes de junio, no solo la tasa de desempleo se mantiene 5 puntos porcentuales por encima de junio de 2019 (14.4 por ciento versus 9.4 por ciento, respectivamente), sino que seguimos teniendo casi 2 millones de ocupados menos.
Aunque recuperaciones sin empleo (jobless recovery) como esta se han vuelto frecuentes en décadas recientes es de esperar que la tasa de desempleo en Colombia continúe cayendo en lo que resta de 2021. A su favor tendrá al menos cuatro factores. En primer lugar, en los próximos meses podemos esperar una reactivación más decidida de actividades como el comercio y la construcción, y con ella vendría una recuperación importante de la demanda laboral.
También ayudará el hecho de que el Gobierno haya implementado medidas de estímulo como el programa de subsidio del 25 por ciento de un salario mínimo al empleo de jóvenes, que solo en Antioquia ya movilizó a empresarios y sector público en una campaña de generación de 10.000 empleos (‘Qué hay pa’hacer’). Adicionalmente, si los niveles del dólar se mantienen, sería de esperar que el costo del capital relativo al trabajo siga siendo alto, lo cual podría frenar la tendencia de automatización que en ocasiones limita la generación de empleo.
Y para terminar, con el retorno a clases presenciales de buena parte de los colegios oficiales, llega la esperanza de que la participación laboral de las mujeres regrese. Pero, en todo caso, dada la rigidez estructural de nuestro mercado laboral, es poco probable que volvamos a los niveles de empleo observados en 2019 (que ya eran altos frente a nuestros pares y vecinos), y esto seguirá siendo uno de los más importantes obstáculos a la reducción de la pobreza y la desigualdad en Colombia.
Competir, innovar y crecer
Otra preocupación está asociada a los riesgos que en el corto plazo –comienzos de 2022– se ciernen sobre la recuperación de la economía. Estos son de tres tipos, fundamentalmente. En primer lugar, las condiciones de liquidez financiera internacional, que han sido favorables en demasía, podrían no mantenerse si en el mundo desarrollado la recuperación se acelera y el desempleo regresa a sus mínimos. Un cambio en la política monetaria de la Reserva Federal o del Banco Central Europeo incrementaría nuestros costos de financiamiento internacional.
Igualmente, es posible que con el comienzo del año –o incluso antes– veamos una postura menos laxa por parte del Banco de la República debido a la aceleración de la inflación, resultado de bloqueos y limitaciones temporales a la producción, y de incrementos en los precios de los bienes importados. Finalmente, tenemos sobre el calendario un ciclo de elecciones que, a juzgar por los candidatos y discursos ya anunciados, traerá volatilidad a los mercados y prudencia a la inversión y los proyectos.
Hacia el mediano plazo, los dos principales riesgos tendrán que ver posiblemente con la necesidad de estabilizar y consolidar nuestras finanzas públicas y de crecer a mayores tasas y buscar que de este crecimiento disfrutemos todos y no solo unos pocos. Para terminar, quizá la mayor preocupación que debemos tener los colombianos se relaciona con nuestra capacidad de competir, innovar y crecer a tasas que nos alcancen para mejorar sustancialmente los estándares de vida de todos.
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