Aunque lo que ocurrió tras el paso del huracán Iota por Providencia es algo en lo que procuro no ocupar mis pensamientos y trato de concentrar mis energías en lo bueno que llega, es inevitable mirar alrededor y no ser indiferente frente a la realidad que nos dejó. Antes de su llegada a la isla salía a pescar en una embarcación pequeña, que era mi medio de subsistencia durante la pandemia.
De hecho, esos días de noviembre de 2020 tenía un viaje previsto a los cayos y estábamos a la espera del paso del huracán, que jamás pensé alcanzaría esa magnitud. Hoy lo estoy contando, quizá, porque somos un milagro de Dios; porque por nuestros propios medios no hubiésemos podido seguir en pie. Más del 95 por ciento de la infraestructura resultó afectada. La mayoría sobrevivimos en un baño. Hasta diez personas llegaron a resguardarse en un mismo espacio, porque en Providencia, aunque las casas son de madera estos, particularmente, se construyen de cemento.
Durante los días que siguieron llegó mucha ayuda que nos hizo sentir apoyados y acompañados. De haber sido distinto, no sé qué hubiese sido de nosotros. Sin embargo, también se hicieron muchas promesas hasta hoy incumplidas, como la de los búnkers de cemento con las que contaría cada casa reconstruida. Hasta ahora no me ha tocado ver la primera.
No obstante, la cadena de solidaridad no se ha roto. En mi caso, que dirijo una tienda de buceo, fui uno de los primeros beneficiados por el Fondo Nacional de Turismo (Fontur) en recibir asistencia para reconstruir una parte de la infraestructura en la que opera el negocio desde 2002; aunque a la fecha, no ha llegado una ayuda adicional. De hecho, solo hasta mediados de junio comenzaron a regresar los turistas, porque en Semana Santa tuvimos dificultades para obtener, a tiempo, los permisos de la Unidad de Riesgo. Gracias al apoyo de instructores externos que han colaborado para reactivar la actividad en la isla, a inicios de julio llegamos a tener hasta 55 visitantes buceando.
Tiempos mejores
Antes de la pandemia trabajábamos con instructores de Bogotá, Medellín y Cali, quienes, durante las temporadas vacacionales, como Semana Santa y finales de diciembre, nos apoyaban para lograr atender a un promedio de 60 personas al día. En los mejores tiempos, a la isla podía llegar un número similar de personas que realizaban estudios de ingeniería ambiental y que demandaban nuestros servicios. Desde la pandemia, en Felipe Diving Center hemos subsistido gracias a Dios (y lo reitero porque aún no encuentro otra explicación) y a lo que teníamos ahorrado. El equipo de nueve se redujo a cinco, pero esperamos volver a completarlo próximamente.
Desde 1988 que ejerzo como instructor, jamás había tenido que enfrentar una crisis como la que nos dejó Iota, además en medio de la emergencia sanitaria. Pero tenemos fe en que progresivamente podremos ir recuperando turistas interesados en los servicios de buceo que ofrecemos, entre cursos para todos los niveles y excursiones. Aunque se podría decir que recibo por igual nacionales que extranjeros, en Providencia era muy habitual tener de visita personas de Argentina, Chile, Brasil y Uruguay. Esperamos que vuelvan, porque sabemos que no tenemos nada que envidiarles a otros destinos reconocidos por esta actividad como Estados Unidos, Aruba, Bonaire o Curazao.
Hombre de mar
El mar me ha dado de comer desde niño. Al regresar por la tarde de la escuela me iba a pescar la merienda del día siguiente. He sido pescador toda mi vida, aunque a finales de los años ochenta aposté al buceo como medio de subsistencia. La pandemia, sin turistas, hizo que retornara ciento por ciento a la actividad; y tras el paso del huracán me tocó incrementar las salidas por langosta, caracoles y varios tipos de pescados para sobrevivir: pargos, chernas, barracudas, margarita y jureles, entre otros.
Comencé a bucear en serio cuando tuve conciencia que esta era una de las principales fuentes de ingreso en la isla; y me hice instructor para contribuir con la formación de buzos locales y no dejar en manos de externos esa actividad en nuestro territorio. A esto he dedicado mi vida, y pese a las circunstancias, no tengo planes de salir por ahora. A mis 62 años me siento como un ‘pelao’, a quien todavía le falta mucho por retribuirle a esta tierra.
Son muchas las cosas que me atan a Providencia, aun en la dificultad. Pero soy un hombre de mar, del mar Caribe colombiano, que me ha dado el privilegio de conocer la belleza, en su más pura expresión, en sus profundidades. Un día cualquiera, mientras buceaba bajo las aguas de Providencia pude ver un cardumen de margaritas que parecían en celo. Formaban una masa circular que emulaba el descenso desde una montaña. Rodaban en perfecta sintonía. Fue algo impresionante. Es una imagen que sigue viva en mi memoria. ¡Qué maravilla!
Aunque el huracán Iota provocó una de las peores tragedias ambientales de la historia reciente en Colombia, también es cierto que no se puede desistir en la tarea de concientizar a la gente sobre cómo preservar este ecosistema día a día. Los corales se cuidan solos, el problema son las personas que siguen siendo las grandes responsables de las afectaciones por botellas o bolsas plásticas en el agua. Además, quieren tocarlos, y en el intento inevitablemente los pisan. Los corales son animales muy sensibles que además crecen a un ritmo muy lento (un centímetro por año). Nosotros, sin control, somos un constante huracán en su hábitat.
¿El futuro? Si Dios nos dejó vivos es porque nos tiene algo muy grande. En eso creo y confío cada vez que pienso en la reconstrucción, y no de la infraestructura, sino de nuestra riqueza ambiental, y de la alegría de nuestra gente. Mientras eso ocurre, todos son bienvenidos a bucear y aportar para que continúen los milagros.
*Director de Felipe Diving Center e instructor de buceo
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