Cuando Stefanía Batista vio que Juliana, su hija de 7 años, no se sentía a la par de sus compañeros de clase en Armenia, empezó a buscar ayuda. Le pareció urgente. No tanto por las materias perdidas sino debido a la causa: un trastorno de déficit de atención. Así descubrió a Beatriz Losada y su proyecto de enseñanza para niños y jóvenes a través de la música electrónica.
Juliana conectó de inmediato y empezó a absorber rápidamente la información. Beatriz la motivó a aprender matemáticas haciéndole contar los beats de las canciones e involucrando el controlador en las operaciones. ‘¿Cuánto es dos por dos?’, le preguntó en las primeras clases. Oprimir cuatro veces un botón bastó para moldear la canción y responder correctamente.
“En las aulas tradicionales, mi niña no estaba respondiendo. Si le ponían a hacer una suma, se tardaba más que otros”, recordó Stefanía. “Entonces empezaron las tutorías con Nena –como le dicen a Beatriz–. Eran tres veces por semana y al poco tiempo mi hija ya estaba adelantada. Incluso había aprendido a multiplicar”.
Juliana, ya con 12 años y un claro interés por la programación, es una de las casi 20.000 estudiantes beneficiarias de la metodología que Beatriz implementa en colegios y clases particulares en el Quindío a través de su programa Groundkids. Este proyecto nació hace cinco años después de terminar su incursión en pedagogía en la Escuela Superior del Quindío, mientras enseñaba en un jardín en Bogotá y un niño le pidió que quitara las rondas infantiles.
“Me dijo que por favor le tapara los oídos”, contó Beatriz. Entonces puso la música de su adolescencia, con la que había aprendido a mezclar a los 14 años en los tornamesas de un amigo en Armenia y luego en una escuela de la mano del DJ Blas. El tribal, el house y el trance se volvieron sus subgéneros favoritos para oír y tocar. Se convirtió en la DJ Nena y hasta los 18 años se presentó en distintos escenarios del departamento y en municipios de Risaralda, Antioquia y el Valle del Cauca. Luego se dedicó a estudiar, pero la electrónica volvió a su vida cuando entendió que aquel niño en el jardín de Bogotá se concentraba mejor en sus deberes oyendo techno en lugar de rondas infantiles.
“Entonces pensé que si a él le gustaba a otros también podría gustarles”, advirtió esta joven docente. Desde entonces usa su música favorita para enseñar matemáticas, biología, castellano e, incluso, arte. “Se pueden experimentar todas las materias a través de la electrónica”. Las pantallas de sus controladores también muestran letras cuando enseña a leer. “Les pongo consonantes en los pasos de las canciones y así los niños se las graban más rápido”, dijo. Otras mezclas incluyen cantos de aves con el fin de exponer la gran variedad de especies que habitan en el departamento; o ruidos de ríos, ciudades y máquinas para que sus nombres sean memorizados.
“La idea es convertir el aprendizaje en una fiesta en la que los niños se puedan divertir. Así es más fácil para ellos”. Su método no solo los ha empoderado. También les ayuda a ser personas más seguras de sí mismas.
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