“Yo vivo de una pajita de oro. Gracias a esa pajita puedo vestirme, educarme, viajar y mantenerme; así sea para comprarme un pan, esa pajita me lo ha dado todo”. Esto dijo Alba Garavito, a quienes todos conocen como Glorita y quien habla con orgullo de su labor de artesana mientras prepara el tinto en una pequeña estufa eléctrica de dos hornillas.
En su “ranchito”, como le dice de cariño al lugar en el que vive, nunca falta el café para los visitantes que llegan buscando sus famosos sombreros tejidos. En la sala de su humilde vivienda cuelga centenares de hilos con bolsos, carteras, mochilas, abanicos, diademas y hasta un traje diseñado para un reinado, así como algunos productos de una tienda improvisada con la que se mantiene en el corregimiento La Palma, del municipio de Gámbita, al sur de Santander.
Esta localidad es conocida por su producción lechera y la fabricación de un queso artesanal muy apetecido en Santander y Boyacá; así que la mayoría de sus habitantes se dedican a las labores del campo, la agricultura y la ganadería. Glorita no pasa desapercibida, todos saben dónde vive y acuden a ella siempre que tienen una emergencia y necesitan remendar una camisa o un pantalón.
“La labor del artesano es una lucha de vida y esa lucha se gana siendo constante. Yo nunca me he zafado de esa constancia que tengo con las manualidades para ser cada día mejor”, dice esta mujer de 63 años, quien recientemente fue invitada por la Universidad Jorge Tadeo Lozano y el laboratorio creativo aManoLab para dictar un taller de tejido de trenza con rabo e’ mula en Bogotá.
El proyecto aMano se propuso conectar las habilidades y conocimientos de los artesanos de diferentes regiones del país con el mercado, a través de procesos de formación artesanal y de desarrollo creativo.
“Me sentí muy bien al estar frente a estudiantes y docentes de la universidad; poder enseñarles lo que sé fue algo muy grande. Al ver cómo aprendían con tanta facilidad, yo pensaba: ‘qué elegante esto de que siendo del campo, pueda venir aquí con estos niños de la capital para formarlos sobre este arte que ha sido toda mi vida’”, recuerda Glorita con ilusión.
La invitación, además de haberle dado la oportunidad de experimentar como maestra, le abrió puertas para explorar la fabricación de accesorios, al combinar su tejido con técnicas de orfebrería en la elaboración de aretes, de la mano de una diseñadora de la universidad.
Esta experiencia sirvió para despertar el interés por el municipio. Actualmente 20 estudiantes de Diseño Industrial de la Tadeo adelantan un trabajo de investigación para identificar oportunidades de desarrollo social, turístico y económico en Gámbita a partir de su gastronomía, tradiciones, música y por supuesto de las artesanías.
La fabricación de sombreros, cestas, bolsos y otros artículos utilitarios para las faenas en el campo caracterizan la producción artesanal de Gámbita, en donde sus creadores se caracterizan por su ingenio para convertir en materia prima casi toda ‘maleza’ que crece en potreros, siembras y hasta en caminos de tierra como paja, rabo e´ mula, caña brava y fique, entre otros.
“Cada región tiene sus propios procesos identitarios que hacen de su producción artesanal una apuesta única y distintiva; eso, sumado al aprovechamiento de recursos naturales como el junco convierten a los artesanos de Gámbita en un sector con gran potencial económico y social. Sin embargo, para que prospere, es importante procurar apoyo institucional, empoderamiento personal y un mayor reconocimiento local”, señala la diseñadora Johana Velandia, docente de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y líder de esta iniciativa que cuenta con el apoyo de la Alcaldía municipal.
Para la alcaldesa de Gámbita, Aidubby Juliana Mateus Espitia, los artesanos del municipio constituyen una parte esencial de la riqueza cultural y turística del territorio y también forman parte fundamental del patrimonio cultural de la nación. “Por eso en alianza con el Ministerio de Cultura estamos identificando quiénes tienen una trayectoria en un oficio, y forman parte de la tradición del territorio, para otorgarles una pensión o plan de ahorro a través de los recaudos que los municipios puedan generar con la estampilla Procultura”, precisa.
El censo más reciente de esta población se realizó el año pasado gracias a un festival y concurso de artesanos organizado por la administración municipal, con el objetivo de identificar y dignificar la labor de esta población que en su mayoría supera los 60 años y no cuenta un relevo generacional que le permita garantizar la preservación de los saberes ancestrales. El evento permitió caracterizar a 30 creadores de distintas disciplinas, técnicas y materiales.
“Todo el sector de las artes tiene una dificultad de profesionalización y de valoración. El trabajo del artesano no siempre es bien remunerado, no cuenta con prestaciones sociales, ni salud o pensión, y Gámbita no es la excepción. Tenemos una población de artesanos principalmente en sectores rurales donde están aislados y su oficio es poco rentable; por ejemplo, un sombrero tejido que toma 30 horas de fabricación se vende en 50.000 pesos”, asegura Berzetti David, enlace de Cultura de Gámbita.
Es por esto que la administración municipal adelanta gestiones para mejorar las condiciones de vida de los artesanos locales a través de programas de seguridad social como los Beneficios Económicos Periódicos de Colpensiones (BEPS) y una alternativa de ahorro para que los colombianos que tienen ingresos menores a 1 SMLMV puedan recibir un ingreso de por vida, una vez cumplan la edad de retiro (mujeres 57 años y hombres 62 años).
De los 30 creadores locales, la administración municipal ha identificado a seis artesanos y gestores culturales con el perfil requerido para comenzar a recibir ese beneficio, entre ellos Glorita y la tejedora Cristina Suárez González, de 65 años, quien desde los 5 aprendió a raspar el fique junto a su papá y a fabricar los pretales para las sillas de los caballos. “Un día mi mamá se fue al casco urbano de Gámbita y le cogí la máquina de coser para hacer un sombrero, pero como no sabía me quedó al revés. Me regañó y ese mismo día me enseñó a coser”, recuerda González.
Los domingos sale del sector San Miguel donde reside, en la vereda Huertas, a vender sus sombreros en otros sectores de Gámbita y en los municipios santandereanos de Suaita y Oiba, y en Chitaraque de Boyacá. Cristina sacó a su familia adelante haciendo cubrelechos, manteles y camisas para caballero con su máquina de coser. Sin embargo, nunca dejó de tejer de la forma tradicional “ni de hacer sombreros, bolsos y canastos con paja, chusque, palmicho y caña brava”, precisa la artesana sentada en su casa, donde además de tejer, siembra café, plátano, maíz y tiene una tienda de camino, donde acostumbran detenerse los arrieros de la zona para descansar y darle de beber agua a los caballos y a las mulas.
Para Glorita y Cristina la posibilidad de seguir haciendo arte y tejer sueños con las fibras naturales que crecen a orillas del camino es una prueba de que “Dios siempre provee”.
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Recuerdos del viaje
Gámbita está ubicada en la provincia Comunera de Santander, una zona conocida por el temperamento fuerte y aguerrido de sus pobladores, pero en realidad los gambiteros son personas abiertas, hospitalarias y amables que rápidamente generan vínculos con los visitantes y eso puede contribuir en la construcción de una alternativa económica a partir del desarrollo del turismo cultural, artesanal y gastronómico que complemente la oferta ecoturística que ya existe.
“Normalmente cuando el turista viene, disfruta los paisajes, conoce las cascadas y todos los atractivos naturales, pero cuando se va no se lleva nada porque no hay un producto artesanal icónico de Gámbita que se convierta en un recuerdo de su viaje”, reflexiona
Velandia. Esta realidad ha impulsado distintas líneas de investigación de los estudiantes de Diseño Industrial sobre materias primas, técnicas, producción y alternativas de comercialización de los artesanos del municipio.
Contenido en colaboración con la Alcaldía de Gámbita
*Periodista.
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