Kena Marcela Romero se fue hace cinco años del Caribe, pero el Caribe aún se rehúsa a salir de ella. Se nota en su acento, sus costumbres y en los vallenatos que llenan de vida sus días en Bogotá cuando no está jugando para Millonarios. Muchas de esas canciones la llevan de regreso a su infancia en Valledupar. En especial Hija, de Diomedes Díaz, que le dedicó su mamá antes de morir en 2010.
La letra la pone nostálgica. También le da fuerzas para seguir. Fue su madre, Delcy Romero, quien le insistió que no abandonara el sueño de ganarse un lugar en el fútbol profesional. Seguir su consejo la llevó a Cartagena a probar suerte en 2017 y a dividir el tiempo entre su trabajo como guarda de seguridad en un hotel en la zona de Bocagrande y las pruebas para aspirar a un puesto en el Real Cartagena.
“Esos meses fueron muy duros, pero las mujeres costeñas somos berracas, luchadoras, echadas pa’lante”, aseguró. Hasta ese momento solo había estado en selecciones Bolívar y en un microciclo de la Selección Colombia. Estaba dispuesta a arriesgarlo todo para convertirse en futbolista de la liga profesional. Se despertaba a las 6:00, entrenaba hasta las 10:00 y luego cumplía su turno de 2:00 de la tarde a 10:00 de la noche en el hotel.
“No me alcanzaba económicamente. Ganaba más en el hotel y preferí seguir trabajando. Me dolió mucho. Estaba decepcionada y ya no quería saber nada del fútbol”, recordó Romero.
Desde los once años había empezado a jugar en un colegio rural en Manaure, donde vivía con sus hermanos, su mamá y su padrastro en una finca con cultivos de fruta, especialmente de mora, durazno y tomate de árbol. Nada ni nadie le inculcó el amor por el fútbol. Nació con ella, y aumentaba al marcar goles en recreos, clases de educación física e intercursos.
Cuando se mudó con su mamá a Valledupar, se volvió incluso más apasionada. Durante muchos años el fútbol fue su prioridad. Sin embargo, el balón dejó de rodar en su vida con el trabajo como guarda de seguridad, y luego en un puesto de comidas rápidas que montó a su regreso a Valledupar.
Vendía sándwiches y jugos con uno de sus hermanos. Pero al volver a su tierra, volvió a soñar. A finales de 2018 decidió probar de nuevo en el fútbol, esta vez con éxito. Una fundación de Fusagasugá la llevó al Deportes Tolima y desde entonces ha brillado con sus goles en cada torneo. Primero en Ibagué y luego con Huila, Santa Fe, Santiago Morning de Chile y ahora con Millonarios, donde también ha sido capitana.
“Todo lo que viví antes del fútbol y todo lo que me pasó me ayudó a forjar mi carácter y a tener la carrera que he tenido”, reconoció. Hoy, con 36 años, los sueños siguen siendo inmensos: un título con Millonarios y tener una casa propia en Valledupar para cumplir el anhelo de regresar a su tierra.