Muchos años antes de que Camilo Zamora se convirtiera en imagen, anfitrión y bailarín de Delirio, uno de los espectáculos de salsa más grandes del mundo, ni jefes ni compañeros hubieran podido siquiera sospechar de su potencial en un escenario. No solo por el bajo perfil con el que empezó en el área de producción, sino por su estatura: 1,97 centímetros.

“Mi contextura no es la de un bailarín de salsa caleña. Siempre se piensa que una persona que es tan grande no puede bailar bien”, recordó Zamora, nacido en Cali, pero criado en el municipio de Jamundí, en el Valle del Cauca. El estereotipo estaba tan arraigado en la industria que cuando ingresó a Delirio, a mediados de 2006, mientras hacía sus prácticas en otra empresa, prefirió ocultar su talento para bailar.

Se remitió a sus estudios de diseño de vestuario en la Academia de dibujo profesional de Cali y en el Instituto Popular de Artes de Rosario, Argentina. Nadie en Delirio conocía la pasión por el baile que había cultivado desde niño, oyendo cantar a Leonor González Mina, hermana de su abuela Laura y conocida como ‘La negra grande de Colombia’.

“Yo estoy en Delirio desde su primera función, pero nadie sabía que bailaba. Vestía mesas, hacía ramos y cosas de decoración. Patinaba en todo lo que me pusieran a hacer”, explicó. Y lo hacía con estoicismo. Al fin y al cabo, se sentía ejerciendo su profesión, pero la tarima no dejaba de llamarlo. Su situación era un poco el reflejo de Delirio en su etapa de definición. En esa época, se presentaba en un escenario desmontable para 600 espectadores y bajo una carpa que se alquilaba a una escuela de circo.

El colectivo fue fundado en mayo de 2006 por Liliana Ocampo, Andrea Buenaventura, Ángela Gallo y Eleonora Barberena. | Foto: Cortesía Delirio

“Cuando vemos los primeros shows en fotos, nos tapábamos los ojos”, confesó Liliana Ocampo, directora y una de las cuatro fundadoras de Delirio. “En ese momento éramos una tarima pequeña con unos resortes que parecían un palo con una cortina. Aunque a la gente le parecía espectacular, es mucho lo que hemos evolucionado”, aseguró.

El colectivo, fundado en mayo de 2006 por Ocampo, Andrea Buenaventura, Ángela Gallo y Eleonora Barberena como una excusa para promover la cultura vallecaucana a través de la unión de salsa, cabaret, circo y orquesta, también estaba lejos —como Zamora— de alcanzar sus límites por muy claros que estuvieran en las mentes de sus fundadoras. Zamora tampoco tenía dudas sobre su sueño, que nació a los ocho años cuando entró a clases de baile en la Casa de la Cultura de Jamundí, y tomó fuerza a sus 18 en Rucafé, una compañía artística con la que ensayaba en el Teatro Jorge Isaacs de Cali. La oportunidad de concretarlo en Delirio se presentó dos años después de ingresar.

Un bailarín excepcional

Ante la posibilidad de que otros aspirantes pudieran superarlo en agilidad, Zamora sabía que su esfuerzo debía ser doble, como siempre que se subía a un escenario. Esa vez no fue la excepción. Las pisadas de sus zapatos talla 43 se impusieron como las de nadie y la cadencia estuvo a la altura. El descubrimiento de su talento en Delirio fue sorpresivo para sus jefes y compañeros. Su estatura no le impedía brillar ni seguir el ritmo de otros con la mitad de su peso.

“Para mí fue bien importante porque no me dijeron: ‘Usted no puede’. Todo lo contrario. Desde ahí se empezaron a buscar espacios donde yo pudiera brillar más. Me dejaron ser y empecé a sentar un precedente con mi estilo y corporalidad, algo muy importante en una ciudad como Cali, donde nace un bailarín nuevo todos los días”, cuenta.

Zamora empezó a asumir más funciones en escena. Su protagonismo creció con el mismo Delirio, que en 2009 se instaló en una sede propia con un escenario de 3.600 metros cuadrados. Mientras el colectivo crecía en personal, llevaba el show a nuevos países y llegaba a muchas más personas —incluyendo celebridades como Barack Obama y Marc Anthony—, Zamora evolucionaba dentro de la carpa.

Desde que nació, Delirio se propuso trabajar a través de escuelas. Un impacto social en las comunidades. | Foto: Cortesía Delirio

La estatura, que en muchas etapas de su vida pareció dificultar el camino, en Delirio se convirtió en su distintivo, su mayor fortaleza. Además, aprendió a jugar con ella a través del vestuario, buscando verse distinto al resto de bailarines sin dejar de combinar con ellos. “Lo bueno de todo esto es que de mí la gente no se olvida tan fácil”, dice.

Convertirse en anfitrión, bailarín y diseñador, desde la pandemia, le ha concedido tanta exposición que ya ha asistido al Carnaval de Río como abanderado del Salsódromo de la Feria de Cali, y ha sido presentador en eventos como el Festival Petronio Álvarez y el Mundial de Salsa. Sin contar con sus apariciones en documentales y transmisiones de Telepacífico.

Todo gracias a Delirio. Hoy sigue liderando sus funciones el último viernes de cada mes en la carpa o cuando se presentan por fuera. “Delirio me cambió la vida. Gracias a esta compañía construí mi casa y he conocido muchos países. Además, ha sido el puente hacia otros lugares en los que yo no creía que podía estar”, comenta.

Delirio también ha sido su trinchera para luchar contra estereotipos, incluso los relacionados con su profesión. “A nosotros nos veían como los que bailaban por monedas en un bar, pero no sabían que había carreras detrás. Delirio trajo personas importantes a sus funciones y empezó a codearse con altas esferas. Eso demostró que el arte que hacíamos era de una factura muy grande y la gente empezó a respetarnos”, aseguró Zamora.

Muchachos más sanos

Delirio se fue convirtiendo en la prueba de que se podía vivir bien de bailar salsa, y en una de las razones por las que aumentó la demanda de bailarines en la ciudad. “Han existido más de 100 escuelas de salsa en Cali, pero los niños y jóvenes no siempre tuvieron donde presentarse”, recordó Ocampo. “Desde que nacimos dijimos que íbamos a trabajar a través de esas escuelas. Les dimos esa oportunidad y eso ha generado un impacto social a los bailarines. Ellos saben que estar en Delirio les da prestigio y recursos para su labor”, insiste.

Jhon Jairo Rodríguez es una de esas historias. Surgió de un barrio deprimido de la ciudad, esquivó la violencia y la drogadicción que lo rodeaba, y sembró su futuro en la escuela Nueva Dimensión, uno de los semilleros de Delirio. Desde que ingresó a la carpa como bailarín, hace unos 17 años, ha podido construir una familia, hacerse a una casa, ser campeón de salsa, abrir su propia escuela y consolidarse como creador de contenidos del género en redes sociales.

Jhon Jairo Rodríguez, bailarín. | Foto: Cortesía Delirio

Sin embargo, no solo los bailarines han encontrado un mejor estilo de vida en Delirio. “Trabajamos más de 350 personas, incluyendo productores escénicos que se encargan de luces, sonido, vestuario, utilería… Muchos tienen larga trayectoria con nosotros, y gracias a Delirio se han fortalecido”, añadió Ocampo.

Con cada uno de los 17 montajes que se han realizado en estos 18 años no solo ha ganado Delirio. Han ganado también los cerca de 670.000 espectadores que han pasado por la carpa o por algún otro escenario en los más de 20 países que ha visitado el colectivo. Y, sobre todo, han ganado cientos de bailarines y productores.

“El baile forma clanes y familias, y vuelve a los muchachos más sanos”, recalcó Ocampo. Camilo Zamora la secunda: “Aquí el 70 por ciento de los bailarines son hijos del sufrimiento. A mí nunca me faltó un plato de comida, pero a muchos compañeros, sí. Pero eso me hace trabajar a la par de la gente que salió adelante a pesar de eso y que, gracias al arte, evitó caer en cosas peores por violencia, drogadicción o familias disfuncionales”.

Liliana Ocampo, directora de Delirio. | Foto: Cortesía Delirio

Resulta paradójico que una compañía lleve casi dos décadas obsesionada en honrar las costumbres del departamento y recordar sus patrimonios culturales, y que al tiempo se haya convertido en un motor transformador de la sociedad vallecaucana, cambiando miradas y preconcepciones de su público, y tantas vidas de quienes han trabajado bajo su carpa.

Delirio se ha presentado en más de 20 países. Unas 670 mil personas han disfrutado este espectáculo único.