Acabo de terminar el libro sobre la jefe del gobierno alemán, Ángela Merkel, escrito por las colombianas Patricia Salazar y Cristina Mendoza. Hicieron un gran recorrido por la vida personal y política de la gobernante más trascendente de los últimos años en Europa.

Varias cosas me llamaron la atención de este extraordinario ser humano, ejemplo de liderazgo y de servicio público. Las compartiré porque el mundo y Colombia necesitan mujeres como ella y seguro las hay por montones. Ojalá las personas que lean el libro o esta columna se animen a forjar una vocación tan vigorosa como la que su trayectoria expone.

La canciller alemana -como se denomina a los jefes de gobierno en este país- nació en Hamburgo, parte occidental, pero se crió en la entonces República Democrática, ala oriental y comunista. De niña sufrió dificultades físicas que superó gracias a su disciplina y al acompañamiento de sus padres, un pastor protestante y una profesora a quien el régimen no dejaba ejercer.  En Templin, segundo poblado al que llegó su familia después de emigrar de la República Federal, aprendió a ser empática y discreta. La empatía fue construyéndose como consecuencia de la interacción con la personas en condición de discapacidad que vivían en el complejo Waldhof, regentado por su padre. La discreción era un salvavidas para quienes querían pasar desapercibidos ante un gobierno vigilante.

El consejo de su madre, a los 7 años, de “comportarse mejor que todos los niños” implicó honrar a pie juntillas esta instrucción, pero también aplicarse con rigor a sus estudios de primaria y secundaria.  Crecer con una mamá profesora debió haber sido inmensamente retador. Mi mamá fue 40 años maestra del magisterio en preescolar y primero de primaria. Cada día que iba a llevarle el almuerzo me pedía que, con cuentos de Rafael Pombo, les enseñará a leer a los niños en las escuelas más pobres de Rionegro.  Ahora lo entiendo. Esa experiencia de servicio sería la más aleccionadora.

La Merkel, excelsa en todas las áreas y ya bastante sensible al culminar su bachillerato, pudo haber optado por la docencia o las ciencias sociales. Sin embargo, su pragmatismo le indicaron que la mejor forma de estar lejos de la órbita del régimen era el camino de las ciencias básicas. Así terminó doctorándose en física.

Sus cartones no le impidieron ser una gregaria más cuando se afilió al movimiento político Despertar Democrático en 1989. Se impuso su ambición y vocación política, la cual -una vez reunificada Alemania-, le dio no solo su primer triunfo como diputada en el Parlamento en 1990, sino la posibilidad de ser ministra de Asuntos de la Mujer y la Juventud en el cuarto gobierno del canciller Kohl y de Medioambiente en el quinto. El camino hasta hacerse con la jefatura del Partido Unión Cristiano Demócrata y luego con el gobierno alemán no fue fácil para una mujer que era mirada con recelo por sus colegas, por su condición de género y su procedencia del este del país.

Siempre firme con sus convicciones, pero con una inmensa capacidad para “redefinirse” y escuchar todas las voces, supo lealmente emanciparse de Kohl finalizando 1999. También, sagazmente se quedó de un lado, con las banderas del Partido Verde al ordenar en 2011 el cierre de los reactores nucleares existentes en el país -causantes de accidentes en otros territorios-. De otro, en 2015 cooptó el programa de los socialdemócratas y liberales al abrirles amorosamente las puertas de su país a los migrantes del mundo.

Para su cuarto mandato -2017-2021- ya era una líder mundial, condición que le dio la legitimidad suficiente para hacerle contrapeso a Trump.  Sin embargo su austeridad, desprendimiento y sencillez nos sorprenderán hasta el final de sus días.  Al preguntarle qué pensaba de los documentales, libros, ensayos, etc., que se escriben sobre ella, respondió que no pensaba en eso, pues no mejoraba la “sopa de papa” que hacía para compartir con su esposo.  Renunció en 2018 a la jefatura del partido y a buscar un quinto mandato, teniendo todas las opciones de mantenerse en el poder. Y, en la era del covid-19, no ha tenido ningún reparo en reconocer cuando se ha equivocado y ha sabido brillar con su conocimiento científico y su potente liderazgo.

Necesitamos más ciudadanos -ojalá mujeres- en la política como Ángela Merkel.

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