Entre el 6 y el 18 de noviembre, los líderes del mundo se reunieron en la COP27 de Sharm El-Sheikh, Egipto, para retomar las discusiones sobre un asunto vital para la especie humana: cómo frenar el aumento de la temperatura que amenaza la supervivencia en el planeta. El evento se desarrolló en medio de la tensión entre el escepticismo generado por los escasos avances logrados hasta el momento y la urgencia de actuar contra un fenómeno que se muestra cada vez más hostil.

La historia oficial de la lucha contra el calentamiento del planeta comienza en 1992, cuando más de 197 países adoptaron la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, un acuerdo en el que se comprometen a evitar una “interferencia antropogénica peligrosa en el sistema climático” y estabilizar las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera. Desde entonces, el camino ha tenido algunos logros y múltiples retrocesos.

En 1997, el Protocolo de Kyoto reconoció que los países ricos son los principales contaminantes y los comprometió a limitar y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Pese a que fue un acuerdo inédito para la época, el rechazo de Estados Unidos y la no inclusión de China entre los países obligados a cumplirlo impidieron que tuviera el impacto esperado. Pasaron 18 años, hasta la COP21 de París, para que el proceso lograra otro hito esperanzador.

Tras largas y complejas negociaciones que se prolongaron hasta casi el final del evento, el Acuerdo de París establece un límite para el aumento de la temperatura de hasta 2 grados centígrados –haciendo esfuerzos para mantenerlo en 1,5– y la obligación de cada país de aportar a esta meta a través de contribuciones determinadas autónomamente. Siete años después, sin embargo, el panorama no es alentador.

Según un informe reciente del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), con las políticas actuales de reducción de emisiones la temperatura aumentará 2,8 grados centígrados a finales de siglo, y si se cumplieran los compromisos que han asumido los países hasta el momento, el incremento será de 2,4 grados. Desde la COP 26, realizada el año pasado en Glasgow, Escocia, solo 24 de los 194 países que forman parte del Acuerdo de París presentaron ajustes a sus metas para hacerlas más ambiciosas.

Mientras tanto, las evidencias de la debacle climática se multiplican cada año. Un reporte de la Organización Meteorológica Mundial, publicado a comienzos de noviembre, muestra que los últimos ocho años han sido los más cálidos desde que se tiene registro y que desde 1993 se ha duplicado la velocidad a la que aumenta el nivel del mar. Estos cambios se traducen en fenómenos extremos que generan graves consecuencias para los seres humanos.

Por ello el informe dedica un apartado donde se registran las recientes tragedias de origen natural en el mundo: las lluvias récord de julio y agosto que provocaron vastas inundaciones en Pakistán que causaron al menos 1.700 víctimas mortales, afectaron a 33 millones de personas y ocasionaron 7,9 millones de desplazamientos. Este desastre se produjo justo después de una ola de calor extremo durante los meses de marzo y abril.

En septiembre, el huracán Ian causó daños y numerosas víctimas mortales en Cuba y el suroeste de Florida. China sufrió la ola de calor más extensa y el segundo verano más seco desde que se tienen registros. Vastas zonas de Europa se vieron afectadas por repetidos episodios de calor extremo. En África oriental, las precipitaciones han estado por debajo de la media durante cuatro estaciones de lluvias consecutivas, algo que no había ocurrido en los últimos 40 años.

Pacto de solidaridad

António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, pronunció un duro discurso durante la inauguración de la COP 27. “Estamos en una autopista hacia el caos climático con nuestro pie en el acelerador. La humanidad se encuentra ante el desafío central del siglo, está ante la elección de cooperar o perecer. Un pacto de solidaridad climática o un pacto de suicidio colectivo”.

Durante su intervención, Guterres propuso un pacto entre los países desarrollados y en vía de desarrollo “para hacer un esfuerzo adicional para reducir emisiones en esta década en línea con el objetivo de no superar el umbral de 1,5 grados, un pacto para independizarse de los combustibles fósiles y de la construcción de nuevas centrales de carbón”. También puso sobre la mesa un tema espinoso: la creación de un fondo internacional para pagar los daños y las pérdidas generadas por el cambio climático, una idea a la que se oponen los países ricos por las implicaciones legales y financieras.

Este fue uno de los asuntos centrales en una conferencia que no tuvo grandes anuncios. Como explicó Ximena Barrera, directora de Relaciones de Gobierno y Asuntos Internacionales de WWF Colombia, “durante el evento se deberán proponer acuerdos que sirvan para atender a las prioridades de los países en desarrollo, siendo estos los más vulnerables al cambio climático y cuyas principales necesidades apuntan a la adaptación, los sistemas alimentarios, las pérdidas y daños ocasionados por este fenómeno y la financiación”.

Isabel Cavelier, exnegociadora de cambio climático ante Naciones Unidas y cofundadora de Transforma, coincide con esta postura. “Es muy probable que la región de América Latina busque mantener su liderazgo en temas como aumentar el énfasis y los recursos destinados a la adaptación al cambio climático, dada nuestra vulnerabilidad. Seguramente la región también va a unirse al llamado del mundo en desarrollo para avanzar en los temas de un fondo para cubrir pérdidas y daños”.

Según la experta, “si bien es importante mantener el reconocimiento de vulnerabilidad y necesidad de la región, América Latina tiene que dejar de esperar esa especie de recursos mesiánicos que van a llegar de un mundo rico para adaptarnos y mitigar los daños del cambio climático. Tenemos que empezar a operar con la mentalidad de que ningún país va a poder resolver esto sin una inversión significativa de sus recursos propios”.

En su mensaje de bienvenida a los participantes, la organización de la COP 27 afirmó que el objetivo del evento es pasar de las negociaciones y la planificación a la implementación. “Es tiempo de la acción sobre el terreno. Si queremos cumplir nuestras promesas y compromisos, las palabras deben convertirse en acciones”.

Una oportunidad para la Amazonia

Durante su discurso en la COP27 en Sharm El-Sheikh, Egipto, el presidente Gustavo Petro anunció que Colombia destinará 200 millones de dólares anuales durante 20 años para “salvar la selva amazónica, uno de los cuatro pilares del clima del planeta”. Se trata de una iniciativa que refuerza la importancia de la protección de esta región en la lucha contra el calentamiento global. Rodrigo Botero, director de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible, afirmó que “una eventual pérdida de la cobertura forestal amazónica implicaría un aumento de 1,5 grados centígrados en la temperatura del planeta. Se trata del mayor regulador climático que existe”.

La Amazonia es el bosque pluvial más extenso del mundo y enfrenta actualmente múltiples amenazas por cuenta de la deforestación para establecer ganado y monocultivos comerciales, así como por intereses mineros y petroleros. Según el Panel Científico de la Amazonia, en los últimos 36 años la región ha perdido un 17 por ciento de su cobertura vegetal por cuenta de la deforestación.

“Colombia debe convertirse en un líder regional para la gestión de la Amazonia. La formalización del fondo para la protección de esta región anunciado en la COP27 debe servir para buscar la articulación con otros gobiernos de la cuenca y establecer políticas comunes de largo plazo en términos de cooperación técnica, financiera y logística. La presión internacional para la conservación es altísima, esta es una oportunidad para que asuman su corresponsabilidad en este objetivo”, concluyó Botero.