Colombia es el segundo país más biodiverso del mundo. El primero en número de especies de anfibios y de aves. En su territorio se encuentran 64 áreas protegidas: 1 Área Natural Única, 4 Distritos Nacionales de Manejo Integrado, 43 Parques Nacionales Naturales, 3 Reservas Nacionales Naturales, 1 Santuario de Fauna, 9 Santuarios de Fauna y Flora, 2 Santuarios de Flora y 1 Vía Parque.
Además, junto a otras 17 naciones, pertenece al bloque de países megadiversos, en los cuales se encuentra el 70 por ciento de la riqueza natural del planeta.
Sus atractivos naturales no solo son motivo de orgullo. Gracias a ellos se mueve una industria vital para la economía nacional: el turismo. Proteger y preservar los ecosistemas y las especies que habitan en ellos es una responsabilidad de todos.
Aquí encontrará los esfuerzos de cinco colombianos que han dedicado su vida al estudio, protección y conservación de algunas de las especies amenazadas que habitan en nuestro territorio.
La mamá de los manatíes
“La gente decía que estaban extintos”, dijo Dalila Caicedo, quien lleva 30 años protegiendo a los manatíes, considerados los seres más pacíficos del mar. Su historia con estos animales comenzó de manera fortuita. “Tenía un afiche en la oficina donde trabajaba y recuerdo que un día, por allá en 1989, una persona me dijo que, en San Bernardo del Viento, Córdoba, habían encontrado a un animal como ese”.
Su trabajo de conservación inició con el rescate de un macho llamado Pedro. Luego vinieron otros dos y desde entonces Dalila se consagró a la protección de las dos especies de manatíes que habitan en el Caribe: Orinoco y Amazonas.
Dalila es bióloga marina egresada de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, y se convirtió en defensora, protectora y lideresa en procesos de protección, conservación, rehabilitación y liberación de estos mamíferos acuáticos en las cuencas de los ríos Sinú y Magdalena.
Esta especie tiene un ciclo de vida que genera beneficios en el entorno acuático en donde habita. Por ejemplo, al alimentarse, los manatíes controlan las poblaciones de plantas acuáticas como el buchón y el gramalote, que si se reproducen en exceso reducen la cantidad de oxígeno en el agua. Además, con los movimientos de sus aletas remueven los sedimentos y mantienen así la profundidad de los cuerpos de agua.
Tortugas a salvo
“Empecé a trabajar con las tortugas marinas por error y creo que fue el mejor error de mi vida”, dijo Karla Barrientos, bióloga de la Universidad de Antioquia y quien lleva 17 años trabajando por la conservación de las tortugas. Su primer acercamiento fue en el Golfo del Urabá chocoano, donde una noche, por error, se cruzó con una tortuga de casi dos metros y su vida cambió para siempre. Desde entonces, ha trabajado en diferentes países en proyectos de conservación, investigación y educación ambiental.
Cinco de las siete especies que existen en el mundo habitan en los mares colombianos. La caretta caretta, famosa por estar en la moneda de 1.000, está en riesgo de desaparecer. “Si no tomamos acciones rápidas, posiblemente solo la tendremos en las alcancías de los colombianos,” dijo Karla.
Su esfuerzo se ha enfocado en el trabajo con las comunidades costeras. “Entiendo el riesgo en el que están las tortugas, pero también lo complejo que es tomar decisiones desde la ciudad frente a temas de conservación y más cuando son comunidades que han estado bajo el abandono del Gobierno”.
En 2014 creó la Fundación Tortugas del Mar, de la cual actualmente es directora científica. Su misión es proteger a estas especies mediante procesos de educación, investigación, conservación y proyectos de monitoreo biológico en el que participan las comunidades. “Queremos ser un hilo que ayude a conectar a las comunidades con las organizaciones”, afirmó.
Karla hizo de las tortugas la misión de su vida. Recibió el premio Archie Carr, el máximo reconocimiento entregado a los investigadores que trabajan con tortugas marinas en el mundo. También lidera el único proyecto interinstitucional que hay en el país para frenar el tráfico ilegal de artesanías de carey.
Guardián de los jaguares
Aunque para muchos ganaderos el jaguar representa una amenaza, Jorge Barragán los considera un símbolo de la vida. Hace más de una década quedó fascinado con el felino más grande de América y desde entonces no le ha importado perder algunas vacas para conservar la especie. Puso freno a la expansión de su actividad ganadera y se dedicó a cuidar el hábitat del jaguar en el municipio de Hato Corozal, Casanare, donde está ubicada su finca familiar.
Este hombre de 62 años, dueño de miles de cabezas de ganado y una propiedad de 15.000 hectáreas llamada La Aurora, es propietario del único lugar en Colombia en donde es posible ver un jaguar en su medio natural.
Su interés por el jaguar empezó en 2009, cuando vio al majestuoso depredador en una fotografía tomada por una cámara trampa que había instalado una estudiante para un proyecto de investigación. Desde entonces, no ha dejado de tener cámaras para observarlos y empezó un proceso de aprendizaje sobre estos animales. “A medida que uno entra en la dinámica del jaguar y que va aumentando su población, mi interés es mayor y cada vez sé un poquito más sobre él”, aseguró.
El jaguar es el tercer felino más grande del planeta y el depredador más feroz de la región. Su mandíbula es la más poderosa entre todos los felinos: puede atravesar el caparazón de una tortuga y son muy buenos nadadores. A pesar de eso su existencia está en riesgo. Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, el jaguar es una especie “casi amenazada” que ha desaparecido del 46 por ciento de su territorio original.
Hoy día, el ganadero revisa periódicamente una docena de cámaras ubicadas en puntos selváticos de La Aurora y tras 13 años de monitoreo hay registro de que habita una población de 65 jaguares, de los cuales 10 a 12 pasean por su propiedad mensualmente.
Barragán ha sido ejemplo para que otros ganaderos se sumen a la preservación del jaguar y construyan una red en beneficio del medioambiente.
El señor de los delfines
Fernando Trujillo es posiblemente el hombre que más conoce sobre delfines rosados en el planeta. Lleva 32 años estudiándolos y ha viajado desde el Amazonas hasta la India con el único objetivo de conservarlos y evitar su extinción. Para eso, ha participado en más de 40 expediciones científicas en continentes como Asia y la Antártida.
Siempre regresa a Colombia, a la selva amazónica, donde descubrió su pasión por estos animales. En 1985 conoció a quien sería uno de sus grandes mentores: el explorador francés Jacques Cousteau. Él fue quien le dijo que los lagos de Tarapoto, en el Amazonas colombiano, era un lugar interesante para explorar delfines. Y no se equivocaba, desde entonces Trujillo no ha dejado de explorar el pulmón del mundo.
Fernando Trujillo tiene una maestría en Ciencias Ambientales de la Universidad de Greenwich, Reino Unido, y es doctor en Zoología de la Universidad de Aberdeen, en Escocia. Pero la mayor parte de su tiempo la ha dedicado a estar en el agua, junto con los delfines de río, una especie carismática e interesante que en Suramérica pasa su vida en las cuencas de los ríos Amazonas y Orinoco.
Este animal se ha convertido en su fuente de inspiración para proteger y preservar todo el ecosistema que los rodea, ya que el delfín es una especie que desempeña un papel fundamental en la biósfera, pues regula las poblaciones de peces. No obstante, los delfines enfrentan varias amenazas como la pesca, las malas prácticas turísticas y los proyectos que interrumpen la conexión entre los ríos.
La vocación de Trujillo por la preservación de especies como los delfines rosados lo llevó a crear hace 29 años la Fundación ‘Omacha’, un término que lo ha acompañado desde los inicios de su carrera cuando los indígenas lo empezaron a llamar ‘Omacha’, que significa ‘el delfín que se transformó en hombre’.
En 2007 recibió el premio Whitley Gold Award, uno de los más prestigiosos reconocimientos ambientales en el ámbito internacional, por su trabajo a favor de la conservación de los delfines de río. Actualmente es explorador de National Geographic, y este año recibió la Orden Nacional al Mérito por parte del Gobierno nacional como reconocimiento a su compromiso y trabajo incansable alrededor de la investigación, manejo y conservación de mamíferos acuáticos y otras especies amenazadas.
Un estudioso de las serpientes
Juan Manuel Renjifo es el defensor de un animal que a muchos atemoriza: las serpientes. Hijo del reconocido médico y salubrista Santiago Renjifo, exministro de Salud y cofundador de la Escuela de Medicina de la Universidad del Valle; a sus 9 años le tomaron su primera fotografía con una culebra. Aún no sabía que pasaría el resto de su vida buscándolas.
Después de estudiar Biología en la Universidad Javeriana de Bogotá, ingresó como auxiliar de laboratorio al Instituto Nacional de Salud, donde se dedicó a buscar culebras por todo el país para extraerles el veneno y crear suero antiofídico polivalente. Llegó a ser el coordinador del Grupo de Sueros del Instituto Nacional de Salud y se convirtió en pionero del antídoto contra la mordedura de serpientes venenosas.
Durante casi 40 años pasó días y noches enteras recorriendo las selvas de Colombia en busca de serpientes. “Las serpientes han sido mi vida”, dijo.
En el país existen aproximadamente 300 especies de serpientes, distribuidas en todas las regiones, principalmente en zonas cálidas. De estas, solo el 18 por ciento son peligrosas y cinco causan la mayoría de los accidentes ofídicos.
Renjifo no solo recorrió el país buscando culebras, también hacía pedagogía para enseñarles a las comunidades la importancia de estos animales en el ecosistema y así evitar que los maten. Además, les ha enseñado cómo identificar serpientes venenosas y qué hacer en caso de una mordedura.
Nombrado investigador emérito por el Instituto Nacional de Salud, Juan Manuel, ya jubilado, entregó al Banco de la República 85.000 fotografías de especies de flora y fauna que tomó durante sus años en su recorrido por las selvas de Colombia.