Viajar a India es un sueño común y recurrente entre millones alrededor del mundo; el colombiano Rodrigo Uribe lo cumplió cuando tenía 35 años, aunque estuvo en su foco desde que era adolescente. A los 15 años le dijo a su mamá que era una de las cosas que debía hacer en la vida y veinte años después inició la travesía: Bogotá, Panamá, Cuba, Moscú y Delhi. “No estaba entre mis planes a corto plazo cuando lo decidí, pero luego preparé papeles y maletas, y en quince días ya estaba en el sur de Asia”. Rodrigo tenía la certeza de que era una visita de varios años, pero no sabía exactamente cuántos.
Al llegar a India se instaló en Nueva Delhi, de ahí se fue a Agra y luego a Dharamsala, refugio del Dalai Lama en el Himalaya indio. Al líder espirtual lo conoció cuando participó en un encuentro presencial y gratuito, al que asisten personas de todo el mundo para escuchar sus enseñanzas. “Los primeros 5 años recorrí India; estuve en el norte, en el sur, Varanasi, Goa, Trivandrum, en las montañas, en los Himalayas”. Lo más difícil fue sobrevivir con su inglés promedio en un territorio donde cada 20 kilómetros “uno se encuentra una cultura diferente en el sentido del lenguaje local y con el inglés particular de cada una de las nacionalidades que allí convergen. Fue abrumador, pero al final te adaptas. No tienes tiempo para detenerte a pensar en eso”.
Después de los primeros cinco años de reconocimiento se quedó en Dharamsala, específicamente en el pueblo de McLeod Ganj donde vive en Dalai Lama y la gente practica y da clases de yoga en muchos espacios. “Es una pequeña villa donde viven puros monjes tibetanos y donde llegan los turistas que quieren conocer al líder espiritual. Allí, y Rishikesh, capital del yoga en India, fue donde aprendí realmente acerca de esta práctica”.
En Rishikesh hay un lugar llamado Lakshman Jhula, donde se dedican de forma exclusiva a la enseñanza del yoga. “Es una pequeña villa a orillas del río Ganges donde todos son vegetarianos. Allá no consigues carne ni pescado. Es un sitio donde van los peregrinos a orar. En ese lugar pasé temporadas de varios meses, porque era muy tranquilo para la práctica del yoga”.
A medida que el dinero con el que viajó se agotaba, comenzó a trabajar en lo que sabía hacer para ganarse la vida. En Bogotá era maestro de tai chi y chi-kung, hacía regresiones, leía las cartas y trabajaba con los centros energéticos del cuerpo; también practicaba yoga, pero no en el nivel que tiene ahora. Cada noviembre, cuando hacía mucho frío en el norte, se iba al sur, a Palolem Beach, en Goa, considerada una de las playas más hermosas de la región. Ofrecía clases de lo que sabía, “uno iba a lugares donde había turistas porque ellos eran quienes querían aprender”. En abril, regresaba a su casa en Dharamsala. Con el sol de vuelta al norte, se iniciaba la temporada de turismo en ese lado de India. En el trayecto, debía pasar temporadas en Katmandú, Nepal, para lograr la renovación de su visa y luego retornar a India.
Varanasi fue uno de los destinos que más lo marcó. De hecho, cree si alguien va la India, pero no visita su capital espiritual, en realidad no conoció el país. “Es uno de esos lugares donde no puedes pasar 3 o 4 días para entender lo que allí ocurre y partir con un aprendizaje. Hay que estar al menos un mes; aunque mucha gente llega y se va al otro día, porque no lo aguanta”. Rodrigo vivía en un edificio al frente de Ganges, con vista a sus característicos crematorios al aire libre. El yogui cuenta que es un lugar lleno de contrastes entre los cuerpos que arden bajo las mantas blancas, las mujeres que lloran a los difuntos, los niños que juegan muy cerca cricket, las vacas que rumen y los perros que hurgan entre las cenizas.
“India te cambia de una manera física, de una manera mental, emocional y espiritual y eso hace el yoga, ayudar a que que conectes contigo mismo. Cada movimiento de yoga, cada respiración habla de quien eres. Aprende uno a observarse así mismo, a aprender otra vez a estar vivo”, precisa.
A medida que pasaban los años se distanció de sus orígenes. En India no era usual encontrarse con algún colombiano; la mayoría eran compatriotas que vivían en Europa y, adicionalmente, luego de 5 años en India cortó toda comunicación con su familia. “Un día les escribí y les dije que cerraría el correo, Facebook, cualquier canal de comunicación digital por el cual pudieran contactarme”. El silencio duró 10 años, entonces, retornó al mundo virtual, y 12 meses después, también a Bogotá. “Yo no sabía nada de Colombia, que había pasado en el país. Cuando llegué, por ejemplo, habían cambiado todo el transporte y me tocó volver a aprender coger bus”.
Rodrigo cuenta que en todos esos años solo supo de una noticia vinculada con Colombia cuando, mientras se tobaba un café en un local, vio a Ingrid Betancout hablando por televisión desde Europa sobre su secuestro. “Como será que cuando fui a cambiar el pasaporte se rieron de mí cuando presenté la cédula blanca, la vieja. Me dijeron que la habían cambiado hacía 5 años. Me tocó tomarme la foto en la Embajada, la mandaron para Colombia y se demoró un año. Solo hasta entonces pude obtener el nuevo pasaporte”.
Un día como hoy asegura que después de 6 años en el país le ha costado adaptarse a los ritmos y a la energía de Bogotá. “Ha sido complicado. McLeod Ganj, donde yo pasé más de una década, solo tiene 4 calles. En un lugar donde se vive un día a la vez, sin afán, donde no importa qué día de la semana es. Pero también entiendo que el universo trabaja de una forma muy inteligente y que todo esto que está sucediendo en el mundo, y en el país, busca elevar nuestra conciencia, para que aprendamos a conocernos y encontrar lo qué buscamos, para que seamos honestos con nosotros mismos y dejar ir las cosas que ya no nos sirven. Al final, la única respuesta a todo este viaje que es la vida es el amor”.
Yoga transformadora
“Rod”, como lo llamaban en India, considera que el hecho de que cada vez haya más gente convirtiéndose al vegetarianismo o practicando yoga es parte de una moda, pero también responde a que muchas personas han comenzado a entender, de forma consciente, que es una ruta de sanación “comer más verduras, vincularse más a la naturaleza, aprender a estar relajados, sin estrés, a tener una vida mucho más lenta”.
El yogui colombiano cree en la conjunción entre la medicina tradicional y la china. La primera, dice, ayuda a sanarse físicamente y la otra, emocional y mentalmente. “Tu cuerpo es la representación de tus pensamientos y tus emociones; por eso cuando una persona está estresada, cansada, nerviosa, se enferma físicamente. Debemos saber que cuando las personas presentan malestares, el médico tradicional se va directamente al cuerpo y el centro de la enfermedad puede ser mental, emocional”.
Otro de los temas clave es la respiración. Uribe explica que en este lado del continente las personas lo hacen con el pecho, mientras que en lndia respiran con el estómago, como los recién nacidos, algo que, explica, olvidamos a medida que crecemos. “Aquí en Colombia, por ejemplo, el yoga se practica de una manera muy física, en India se profundiza en la respiración que es el pranayama; tiene que ver con lo que comes, la forma como vives, se trabaja una cosa que se llama no mind - no mente. Cuando estás haciendo una asana (posición), la persona debe estar completamente relajada, presente, y no debe haber mente, la alineación debe ser perfecta”.
Ante la interrogante de cuál es la edad ideal para iniciarse en la práctica de esta disciplina, el profesor de yoga iyengar, responde que cualquier edad es buena, “puedes tener 6 o 80 años, y va a estar bien”. Lo más importante, como todo en la vida, precisa, es la construcción del hábito. “Hay que enfocarse en los 21 días y aunque al principio va a requerir un poco más de esfuerzo, a medida que se forma el hábito comienzas a disfrutarlo”.
Sobre las exigencias físicas del yoga y el desafío que supone alcanzar ciertas posturas aclara que “el cuerpo llega hasta donde lo deje la mente. Desafortunadamente nos enseñaron a pensar de forma negativa y a decretar la imposibilidad de lograr cosas”; y si las responsabilidades no permiten dedicar tiempo al yoga o a la meditación, el experto recomienda caminar en un parque durante 30 minutos, sentarse bajo un árbol, “abrazarlo, abrirle la puerta a la naturaleza para que podamos cambiar de vibración. Allí están las curas a todas las enfermedades del planeta. Mejorar es tan simple como la vida, que nosotros hemos complicado. Duerme y come bien, relájate, haz ejercicio, ama lo que haces y no le hagas daño a nadie; el resto vendrá por añadidura”.
Rodrigo comparte que uno de los mayores aprendizajes que le dio la India, fue entender la importancia de vivir un día a la vez “mañana no importa, es decir, se siembra para mañana, pero no se piensa en mañana. Uno aprende que lo importante es estar aquí y ahora, en este momento. Fíjate, la gente que está en el pasado sufre de depresión; la gente que está en el futuro, de ansiedad. Tenemos que estar aquí y ahora, eso es lo que enseña el yoga, el autoconocimiento: que debe haber una unidad de mente, cuerpo y espíritu; no hay otra opción”. En este sentido, cree que la pandemia es una gran lección para los tiempos y ritmos que vivimos. “Todo lo que dimos por garantizado, todo lo que teníamos, realmente, no lo estaba”.
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