Se dice que el Festival Petronio Álvarez es, ante todo, un homenaje. Y lo es. Pero también cabrían muchas otras palabras para definirlo: celebración, vitrina, ventana, exposición, escuela, una premiación… Es un poco difícil explicar con exactitud su esencia porque, como reconoce Hugo Candelario, director del emblemático Grupo Bahía y una figura clave en la música del Pacífico, “es algo que se siente, no que se razona”.
Y es que es difícil explicarlo porque el Petronio es un evento en el que todo ocurre al tiempo, en el que la diversidad de las comunidades del Pacífico se junta en un solo momento y lugar. Las músicas de las palmas en los cununos, el golpeteo profundo del bombo, los cánticos de las marimbas, los movidos bailoteos al son de lo que Candelario llama “la matriz”, el ritmo madre que llegó de África a Latinoamérica, y que le da la vida a las variantes de lo que suena en el Petronio y a otra infinidad de ritmos andinos. “Hay muchos matices, pero la matriz siempre está ahí”, dice Candelario.
Todo ese estrépito ocurre no solo en el escenario principal, porque el Petronio es un escenario en sí mismo: se podría darle la espalda a la tarima y toparse con una coreografía improvisada entre desconocidos que parece aprendida hace años. Y es que sobre eso, el maestro Candelario asegura que para una fiesta del Pacífico solo se necesita un par de tambores, así que no es extraño que espontáneamente nazca un festival paralelo en algún otro rincón de Cali, ocurre.
Viche, el combustible de la alegría
También se dice que el Petronio es un homenaje al viche, una bebida tradicional de la región. El viche se extrae de la caña de azúcar y se dice que es afrodisíaco, que tiene poderes curativos, que mejora la fertilidad y que es la bebida del amor. Lo fabrican en Timbiquí, Guapi, Buenaventura, Pizarro, Triana, Pilizá, Sivirú y otros municipios vecinos.
Durante el Petronio se bebe y se venden varios tipos de viche: el famoso ‘Arrechón’, el ‘Curado’, el ‘Tomaseca’, cada uno con propiedades que alivian, curan, embriagan o curan. Pero todos con un aspecto en común: el amor. El viche es el combustible de la alegría de los músicos, de los bailarines, de los artesanos. La gente, con orgullo, dice que en el Petronio nunca hay peleas, que, por el contrario a otros tragos, el viche los une, los acerca, y lo mejor de todo, no da guayabo.
La fiesta que sigue
El Petronio no necesariamente es ese inmenso escenario con una producción impecable, la logística a punto, la infraestructura en la ciudadela donde se puede disfrutar de la gastronomía tradicional, los puestos de emprendimientos con ropa, tejidos, artesanías y productos emblemáticos de la identidad afro. No es necesariamente todo eso porque, como ya decía, para armar una fiesta del Pacífico solo se necesita un par de percusiones, ni siquiera hacen falta micrófonos.
De esto tratan ‘Los arrullos’, entonados por las cantantes tradicionales durante la noche, en una casa cualquiera de alguna calle en el barrio Ciudad Córdoba, en Cali, luego de que el Festival termina. Tarimas no hay pero sí tamboras y cununos, marimbas, cantadoras y multitudes.
En una sala o en una terraza la fiesta sigue hasta al amanecer, con las puertas siempre abiertas para que la música salga más fácil hacia las calles y la gente, sin importar su procedencia, entre como dueña de una fiesta que no le pertenece a nadie.
El futuro
El pasado domingo se cerró la edición número 25 del Festival Petronio Álvarez con la premiación de las agrupaciones ganadoras en las cuatro categorías de este año, en el que por fin se volvió a la presencialidad, lo cual tuvo un significado especial. Para el maestro Hugo Candelario el futuro del Festival depende de lograr blindarlo jurídicamente y conservar su esencia: una oportunidad de mostrar la música y la cultura del Pacífico. “Este festival nació con un norte claro; no hay que soltarlo nunca”, dice.