Juliana Urtubey nació en Bogotá, pero se podría decir que es más norteamericana que colombiana por la vida que ha construido desde que sus padres se mudaron a Estados Unidos cuando tenía 4 años. Sin embargo, ella afirma que es un privilegio ser “de aquí y de allá”. Hace unas semanas se anunció su designación como Maestra Nacional del Año por parte del Gobierno norteamericano. Después de haber decantado la noticia y tras unos días muy agitados por cuenta de ese reconocimiento, Urtebey sacó un espacio para conversar con SEMANA y reflexionar sobre la educación pública.

Su identidad le ha permitido trabajar ampliamente de la mano de una comunidad tan diversa como la latina en Estados Unidos, que representa el 50 por ciento de la Escuela Primaria Booker, de las Vegas, donde actualmente enseña a niños desde prejardín a quinto grado; la otra mitad está conformada por afroamericanos. “Este nombramiento me ha hecho reflexionar sobre la necesidad de ser vistos. No nos sentíamos visibilizados, representados, celebrados y el hecho de que la primera dama, Jill Biden, viniera a entregarnos el reconocimiento nos celebró y alegró a todos”, comenta mientras sonríe con todo el rostro, una expresión común que la acompañó durante toda esta entrevista.

SEMANA: ¿Cómo se llega a ser la maestra del año en Estados Unidos?

JULIANA URTUBEY: En septiembre de 2020 fui nombrada la Maestra del Año de Nevada. Luego pasé a formar parte de un grupo de 56 maestros que representaban diferentes estados. De allí quedaron cuatro finalistas, que pasaron a ser evaluados por 30 organizaciones educativas de Estados Unidos que tenían la tarea de escoger a la Maestra Nacional del Año y me seleccionaron a mí. Esto me llena de orgullo en este año de tantos retos, de tantos cambios, con el compromiso de responder a la comunidad; además entre tantos maestros que trabajan con la meta de mejorar la vida de cada estudiante.

SEMANA: El día que se hizo pública la designación usted dijo representar a los “educadores resilientes” de Estados Unidos y la resiliencia ha sido clave para avanzar durante esta pandemia, especialmente en el sector educativo por los cambios que impuso la no presencialidad...

J.U.: En Estados Unidos, me imagino que como en Colombia, el recurso más importante para la educación pública son los maestros y este año se ha podido ver cómo responden los profesores: cómo nos conectamos con las familias, cuánto importa la conexión que tenemos con nuestros alumnos, cómo sabemos los detalles de las vidas de nuestros estudiantes, cuánto nos importa que estén sanos, salvos, queridos, cuidados. Este año hemos tenido que formar una comunidad aún más cercana, aunque nos tocó virtual, para poder asegurarnos que todos los estudiantes pudieran avanzar en su aprendizaje, aún en la distancia; en mi caso, niños que tienen diferencias en aprendizaje y pensamiento y discapacidades. Ha sido nuestro reto. Adicionalmente, están temas asociados a la educación pública como los presupuestos, la cantidad de trabajo, mantenernos al día con las estrategias, el contenido y ahora la tecnología. Había maestros que quizás no la dominaban, y nos tocó a todos hacerlo y trabajar en colaboración para ayudarnos unos a otros. En este último año se ha visto la necesidad de asegurarnos que los profesores tengan todos los recursos que necesitan para enseñar.

SEMANA: Una de sus premisas ha sido la construcción de “espacios alegres y justos donde todos los niños prosperen”, mientras aprenden. ¿Cómo hacer esto posible? Si bien algunos de los mejores recuerdos de la infancia están en la escuela, también una buena parte de los traumas...

J.U.: Yo escogí esa plataforma, la de una educación alegre y justa, porque a veces cuando trabajamos en campos de justicia social se nos olvida la importancia de la alegría. Algunas veces vemos que en las escuelas que sirven a comunidades de bajos recursos les falta esa alegría al conectarse a los niños, que estos puedan aprender según sus intereses, su creatividad, y eso es muy importante. Ahora sabemos y conocemos mucho más sobre el desarrollo del cerebro, y cómo aprendemos y lo hacemos a través de la conexión, la creatividad y el juego. La idea de la alegría tiene también que ver con ser tal cual somos. En Estados Unidos muchas comunidades, particularmente latinas, negras, árabes, etc, sentimos que no podemos ser quien somos, nos hacen sentir que somos diferentes, en vez de verlo como un regalo. Por ejemplo, el hecho de que yo hable español es un regalo a este país. Creo que las escuelas pueden ayudar a brindar y a afirmar un cierto sentido de pertenencia. Esto les permite a los niños sentirse seguros de quiénes son y eso favorece su aprendizaje.

SEMANA: Esta plataforma educativa que promueve hace énfasis en incluir a las familias y las comunidades en el proceso de aprendizaje. ¿De qué manera?

J.U.: Ayuda mucho tener un espacio compartido entre las maestras y las familias, un poco informal, porque si yo solo me reúno con una profesora cuando es algo formal, o el comportamiento de mi hijo o hija no es el mejor, o las notas, siempre vamos a tener la conexión fundada en eso. En mi escuela, antes del covid-19, cuando dejaban a los niños, se abrían las puertas para que entraran las familias, y nos formábamos por clases y yo flotaba por ahí hablando con las mamás. En mi escuela anterior, en colectivo, construimos un jardín. Este tipo de acciones envía un mensaje muy importante a las comunidades: las escuelas públicas pueden ser un espacio sano, bonito y vivo. Mi plataforma espera inspirar a otros profesores a crear espacios que les permita conectarse con las familias, relacionarlas inclusive para que se brinden apoyo entre sí, y conocer a un nivel más profundo a los niños: intereses, hobbies, fortalezas.

SEMANA: Además de Estados Unidos usted ha sido profesora en México, Ecuador, España. ¿Qué tan grandes son las diferencias entre las metodologías educativas de cada país?

J.U.: Más bien veo muchas semejanzas, la diferencia con Estados Unidos es que cuando decimos que es gratis, realmente lo es. En América Latina decimos que es gratuita pero si al niño no pueden comprarle su uniforme o no pueden mandarle el almuerzo, la verdad es que las mamás no los mandan a las escuelas. Muchas comunidades no tienen acceso a una educación completa. Cuando decimos que la gente emigra para una mejor oportunidad educativa es verdad, aunque también en este país tengamos problemas con la asignación de fondos. En todo el mundo hay que analizar esas inequidades y poner la educación pública como una prioridad.

SEMANA: ¿Se siente más estadounidense que colombiana por haber vivido allí la mayor parte de su vida?

J.U.: Hay unos temas superficiales, como la comida, el lenguaje, las maneras de ser, que están presentes en mi colombianidad, pero hay otros más profundos como las raíces. Por ejemplo a mí me fascina Totó la Momposina, porque me recuerda que tengo ancentros negros, indígenas, que se vinculan en esa música y cuando la escucho siento profundamente quien soy yo. También la literatura. Creo que cuando uno tiene múltiples identidades, tiene la necesidad y el trabajo de investigar y mantener esa conexión con quien es. Ser colombiana, ser de los Estados Unidos es algo que yo escojo conscientemente. Muchos latinos en este país no se sienten ni de aquí ni de allá. Mi esposo, que es mexicano, músico, poeta y profesor universitario, siempre me dice que ‘somos de aquí y de allá’, porque podemos ser muchas cosas sin negociar quienes somos. Quiero ayudar a mis estudiantes a mantener sus identidades, ser un modelo de lo que es posible.

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