El origen de Kipara Té, la primera etnoaldea de Colombia, se remonta al año 2013. Los indígenas de la ‘Boca de Jagua’ le presentaron un proyecto al Gobierno para construir una experiencia ecoturística inigualable: una etnoaldea en Nuquí (Chocó). Esta iniciativa, que además fortalece la economía y sostenibilidad de la comunidad, es una inmersión en la idiosincrasia del pueblo embera. Una excusa para empaparse de todo su acervo cultural.
En Kipara Té hay ocho ‘tambos’: unos bohíos hechos de madera, caña y paja cuyo único respiradero es una puerta angosta. Son la vivienda tradicional del pueblo embera y su existencia en la selva chocoana no es fortuita: fueron construidos milimétricamente para que los turistas pudieran vivir una experiencia completa. Los caminos ancestrales, los rituales embera y la pintura con jagua completan las actividades. Y ese es solo el comienzo.
El propósito principal del pueblo embera fue construir un lugar donde sus tradiciones espirituales, gastronómicas y culturales se visibilizaran y pudieran experimentarse. De la mano del ecoturismo, la apuesta económica más importante de Nuquí, este proyecto fue una oportunidad incomparable. Tenía que suceder.
Once años después, más de 120 turistas, sobre todo extranjeros, visitan la etnoaldea cada año en busca de saberes y experiencias ancestrales.
“Desde entonces nos hemos proyectado para ofrecer hospedaje, alimentación y actividades culturales como danza, presentaciones de música tradicional, pintura con jagua, senderismo y pesca artesanal. Es una experiencia que solo se puede vivir en Kipara Té, compartiendo con una comunidad de 368 emberas de 75 familias”, comentó Julio César Sanapi, vocero administrativo de Kipara Té.
El recorrido por la vida embera en Kipara Té comienza en los bohíos, una insignia arquitectónica de la etnoaldea y símbolo intachable de la ritualidad indígena. Gracias a su belleza estética y su diseño, esta innovadora propuesta recibió el Premio Internacional de Arquitectura en 2016, un reconocimiento que otorga el Anthenaeum de Chicago y el Centro Europeo de Arquitectura, Arte, Diseño y Estudios Urbanos.
Luego, los visitantes pueden participar de rituales como el “Tachira Krinzia”, caminatas por senderos sagrados que conducen a experiencias de conexión con la madre Tierra, recorridos por cascadas, noches de mitos y leyendas, pesca artesanal, talleres de artesanías, experiencias de caza y supervivencia, entre otras muchas más.
“El objetivo de la asociación fue propender por rescatar nuestra vida cultural y hemos notado que el rescate ha sido significativo, sobre todo en el área gastronómica y artística. Incluso, desde el punto de vista monetario, ha mejorado nuestra calidad de vida. Ahora tenemos lanchas de fibra comunitarias, acueducto, luz”, agregó Sanapi.
Asimismo, Sanapi mencionó que, desde el establecimiento de Kipara Té, la comunidad no ha estado expuesta a tantos riesgos. “Como, por ejemplo, que una lancha de madera naufrague. Gracias a la etnoaldea compramos dos motores 75 para uso comunitario. Si alguien necesita atención médica, ahora podemos llegar a Nuquí en 45 minutos. Ya no tenemos esos riesgos”, aseguró.
Los 368 indígenas no viven en Kipara Té sino alrededor del complejo. A lo largo del día, comparten con los turistas, les enseñan su forma de vida, visitan las azoteas y comparten conocimientos sobre justicia y educación indígena. “Les mostramos cuáles son los propósitos de la educación, cómo está diseñada la comunidad, la cocina. Es una integración con la comunidad”, agregó.
“Es un turismo participativo, de relación, intercambio y cooperación, que le ofrece a sus visitantes una experiencia auténtica en torno a nuestros saberes ancestrales, nuestras expresiones culturales y nuestra gastronomía tradicional. Estas actividades ayudan a los turistas a generar un pacto de reconocimiento consigo mismos, el medio ambiente y el empoderamiento”, señalaron desde Kipara Té.
Debido a su conexión con el mundo espiritual, la danza es una de las expresiones culturales más significativas del pueblo emberá y, por ende, de la experiencia en la etnoaldea. Los turistas se reúnen en los tambos y participan de los rituales.
“Es un equilibrio y un agradecimiento que tenemos hacia los espíritus. Gracias a las danzas, se hacen sanaciones espirituales y de enfermedades. Es algo profundo. Nosotros involucramos a nuestros visitantes para que se conecten y puedan concentrarse con su energía”, mencionó Sanapi.
Otra de las actividades que se destacan en Kipara Té son los recorridos por senderos sagrados. Durante cuatro horas, las personas se someten a un descargue de energía y abrazan árboles milenarios. Según la creencia indígena, al abrazar el árbol, la planta absorbe las energías malignas imperceptibles y entrega, a cambio, energía positiva.
“Así creamos un compromiso con la naturaleza. Nos comprometemos con los árboles y les decimos: “Donde quiera que esté, a donde quiera que vaya, protegeré la naturaleza y sembraré un árbol”. Es un compromiso personal que todo ser humano debería tener”, afirmó el vocero.
Finalmente, todo el que visite Kipara Té vivirá una experiencia gastronómica inolvidable: pescado asado con plátano cocido, chicha de arroz, torta de maíz, frijoles y arepas.
“Los turistas salen contentísimos. Muchas veces se arrepienten por no comprar más noches. Es una conexión completa con la naturaleza. Un lugar único. Al llegar a la etnoaldea se siente tranquilidad, paz. Lo reduzco a una sola frase: el equilibrio de la vida”, concluyó Sanapi.