Los logros en conectividad han sido considerados la punta de lanza para avanzar y mostrar al mundo que tenemos acceso a internet. Nos hemos esforzado en visibilizar cómo esto puede beneficiar y facilitar la vida y el entorno de los ciudadanos urbanos y rurales, en un mundo completamente conectado.
Sin embargo, la pandemia, entre el shock inicial y el posterior largo encierro, demostró que nos podíamos educar más solos que acompañados, y que existían más herramientas y recursos tecnológicos de los que usábamos. Esto se debe a que hay exceso de ellas y defecto en priorizar la educación y la sensibilización a usarlas. Sin duda, en nuestro país la conectividad crece a un ritmo más acelerado que la educación. Debemos asegurarnos que haya un equilibrio. Esto para comenzar.
Por otro lado, cómo hacer para no limitar la conectividad al bienestar personal o a que haga más fácil nuestra vida. Competir o ser más competitivos con el foco puesto en los mercados de mayor potencial y diferenciados de nuestras regiones para el mundo, debería ser un propósito. Por ejemplo, si formamos una cultura más creativa y especializada en la promoción del turismo, y en la venta de nuestra diversidad e ingenio en productos y servicios a través de canales virtuales, locales o internacionales, estaremos más conectados que nadie.
La conectividad no es el fin, la tecnología es de quien la usa, y quien lo hace adquiere el conocimiento. Debemos asumir el papel de tener una educación práctica y enfocada en adquirir formación que nos ayude a competir en un entorno donde las decisiones no se toman en nuestros escritorios o teléfonos, sino en los móviles de los consumidores y usuarios. Son ellos quienes tienen el control sobre lo que debemos ofrecerles. Nos ordenan, a través del manejo de sus datos, de la observación y la conexión con ellos, hacia donde dirigir las oportunidades o problemas no resueltos –o que se pueden resolver mejor–. De ahí nacieron los Uber, Rappi, Nubank, Habi y muchos más.
Cuando vamos a implementar tecnologías o dar conectividad debemos conectar primero con la educación. Por cada peso invertido en conectar, debemos invertir otro en formar. Es un mensaje que aplica para todos: gobierno, compañías, personas y emprendedores. Puedo ver, a través de mi participación en el programa Shark Tank, a decenas de startups que invierten enormes montos en Apps que terminan no funcionando porque creen que una aplicación es un emprendimiento. Se enamoran de ella, sin invertir los recursos necesarios en entender la necesidad no resuelta, en experimentar con su usuario final, en educar a sus equipos en el mejor uso de las herramientas que están ahí para facilitar las cosas.
El turismo es uno de los mejores ejemplos. Somos un país que podría vivir de este maravilloso mercado. Más de un 50 por ciento de las personas deciden a dónde ir en las plataformas digitales. Y allí estamos nosotros, desde el hotel más pequeño, el guía más escondido, los servicios de transporte más lejanos; inclusive en las ciudades turísticas de Cartagena, Mompox o Villa de Leyva, o como parte de los 365 festivales y fiestas que tenemos, con la necesidad de educarnos para estar en el foco de los viajeros, para convertir a ese turista en un huésped de manera profesional, ágil y efectiva. ¿Qué tan dispuestos están de invertir la mitad del tiempo y dinero en educación? Es hora de pensarlo.
*Fundador de la agencia Sístole y uno de los ‘tiburones’ de Shark Tank Colombia.
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