Por: Juan David Palacio Cardona, director del Área Metropolitana del Vallé de Aburrá*
En los últimos años, el acelerado crecimiento de las ciudades se ha dado a la par de un desmedido aumento de automotores, una situación que no es ajena a países en desarrollo como lo es Colombia. Al punto que las principales ciudades del país han optado por mecanismos restrictivos, como el pico y placa, con el fin de controlar la movilidad, reducir los rodantes en las vías y mitigar el impacto en la calidad del aire.
Esta medida ha dado lugar a un debate ciudadano, técnico y político en torno a su efectividad, al haber cumplido su vida útil, pues los resultados ya no son los esperados y la reducción de vehículos en circulación no son evidentes, lo que debe llevarnos a una reflexión sobre su continuidad.
En todo caso, el uso desbordado de los automotores nos ha demostrado que causa problemas como la pérdida de la competitividad en el territorio, al demandar más tiempo en los recorridos y afectar la logística de las empresas. A esto se le suma el deterioro en la calidad del aire, que incide negativamente en la salud de los seres humanos -en especial de los grupos poblacionales sensibles-; el menoscabo de la calidad de vida de las personas y el aumento en costos para el sistema de seguridad social en salud, al tener que asumir el pago de las incapacidades, producto de enfermedades respiratorias. Incluso los empleadores también se pueden ver perjudicados, como consecuencia del ausentismo laboral.
Sin embargo, la discusión principal se debe centrar en las horas de vida que pierden los ciudadanos en los recorridos, horas que pueden ser destinadas al bienestar familiar, social y hasta profesional. La tabla de tráfico global de INRIX Global Traffic Scorecard, que se encarga de estudiar la movilidad y las condiciones de tráfico en más de 1.000 ciudades de 50 países de todo el mundo, arrojó que en el 2020 Bogotá estaba dentro de las ciudades más congestionadas del mundo y sus habitantes gastaron 133 horas en embotellamientos, mientras que Cali se ubicó en el puesto 10, con 81 horas y Medellín en el 22, con 62 horas desperdiciadas.
Por lo anterior, las ciudades deben ser construidas y diseñadas de manera planificada y no al azar. Ser incluyentes, sostenibles ambientalmente y que estén en función del bienestar de sus ciudadanos. Parte de esa estrategia es aplicar algunas enseñanzas internacionales relacionadas con la movilidad, como puede ser la creación de las Zonas Urbanas de Aire Protegido (ZUAP), la promoción del uso de la bicicleta como alternativa de transporte eficiente y limpio, los cobros por congestión y el fortalecimiento del transporte público, como la columna vertebral de los desplazamientos en los territorios.
Desincentivar el uso de automóviles y motocicletas particulares nos permitiría recuperar algunos espacios públicos perdidos y disminuir los niveles de congestión y de contaminación causados por las fuentes móviles: según el Registro Único Nacional de Tránsito (RUNT), al finalizar febrero del 2021, en Colombia estaban rodando cerca de 16.176.803 de automotores, cifras que seguirán incrementándose.
A esto se le suma el componente ambiental: la generación de gases de efecto invernadero, producto del consumo de combustibles fósiles, está incidiendo en el cambio climático, lo que nos motiva a tomar decisiones inmediatas. Es por ello que la principal apuesta gubernamental debe dirigirse a generar conciencia ciudadana para privilegiar la destinación del territorio a la expansión de espacios para el disfrute de sus habitantes, orientados a la sostenibilidad ambiental y el cuidado de la biodiversidad, y menos espacios reservados para obras de infraestructura, cuyo único beneficio sea conducir un vehículo de manera particular y rápida.
Si en cada ciudad contamos con sistemas de transporte público limpios, con la suficiente cobertura, frecuencia, calidad, seguridad, tarifa apropiada, servicio, intermodalidad y accesibilidad, el ciudadano terminará comprendiendo que el vehículo o motocicleta particular no son sinónimo de bienestar o status y mucho menos de comodidad. No controlar el incremento de los automotores demandará más espacios destinados a la infraestructura vial, cuando estos deberían estar dispuestos para la conservación de los ecosistemas y la materialización de una verdadera biodiverciudad, con parques y espacios incluyentes para todos.
*Twitter: @jdpalacioc
Lea también: El municipio de Guachené avanza en la rehabilitación de sus vías para impulsar la competitividad de los agricultores
Lea también: Área Metropolitana del Valle de Aburrá recupera la Regional Sur, un corredor logístico clave para Colombia