Nuestra subsistencia humana cada día depende más de la tecnología en la cadena de producción, sobre todo cuando nuestro mundo consumista ha buscado optimizar los procesos. Sin embargo, es necesario recordar la historia, no solo como un conjunto de hechos trascendentales aislados, que nos han permitido contar con territorios desarrollados en muchos aspectos, sino para reconocer los orígenes de la consolidación de nuestras sociedades.
Para llegar a lo que se ha logrado hoy se tuvo que pasar en muchos casos por confrontaciones en los territorios, donde estuvieron inmersas las capacidades y tácticas de valientes guerreros, acompañados de nobles y hermosos animales de la familia de los mamíferos, de gran porte; cuello largo, arqueado y poblado por largas crines y que en últimas se les denomina yegua, potros, potrillos, potras, potrancas y caballos.
Alejandro Magno fue uno de los grandes conquistadores de la historia. Todos conocen la magnitud y vastedad de su imperio. Su leyenda ha llegado hasta nuestros días, pero pocos saben que sus hazañas se hicieron sobre el lomo de un caballo que fue su fiel escudero en cada una de las batallas en las que el griego participó. Fue tal el amor de Alejandro por Búcefalo, así se llamaba el equino, que a su muerte levantó una ciudad en su honor: Alejandría de Bucéfala.
En nuestra sociedad actual aún seguimos viendo cómo juegan un rol importante en las economías locales de muchos de los pueblos de nuestro amado país. Los utilizan como una herramienta de trabajo con múltiples propósitos: como medio de transporte para recorrer extensas distancias en los territorios donde la presencia del Estado es mínima, o incluso nula, pues es difícil -o imposible- encontrar vías pavimentadas en muchos lugares para la movilidad de niños y familias campesinas que intentan educarse. También, su fuerza y capacidad han ayudado a la comunidad rural en el ejercicio de arar la tierra y como parte vital de las actividades lecheras, ganaderas y de arriería.
Con el objetivo de buscar la reactivación económica, en una idea de lo que podría ser una post pandemia y que aún pareciera lejana, muchos de los procesos culturales se reiniciarán en las fiestas locales de los 1.122 municipios que tenemos en Colombia, donde en algunos sitios se involucran como acto central las cabalgatas, como ocurre principalmente en Manizales, Cali, Tuluá entre otras.
Sin embargo, estos eventos -que reúnen muchas personas y estimulan los espacios sociales, culturales y de celebración- deben llevarnos a reflexionar sobre el maltrato animal. Si bien es cierto son muchos los que cuestionan el hecho de montar a caballo por diversión, es posible hacerlo de manera responsable y organizada, pues las celebraciones representan las costumbres de los pueblos y sus cambios requieren de años. Pero son muchas las historias que se conocen año tras año en relación con los jinetes, el licor y los equinos, siendo estos últimos los que se llevan la peor parte porque tienen que enfrentarse al estrés al que se ven sometidos por el alto ruido, las aglomeraciones y –en muchas ocasiones- los parlantes que ponen en sus lomos con música a todo volumen por la desinhibición y la euforia que produce el trago en las personas.
Celebro el constante acompañamiento institucional de la Policía Ambiental para defender el cuidado por el medioambiente. Sus miembros, con su capacidad técnica, están atentos para defender nuestra biodiversidad y para ser la voz de los que no tienen voz. No obstante, es contradictorio que dentro de la misma institución haya carabineros haciendo presencia en muchas manifestaciones sociales: debería ser una política de Estado eliminar la presencia de estos animales dentro de la Policía y, en vez de usarlos, fortalecer la capacidad con tecnología, de manera que no se ponga en riesgo -en ningún momento- la seguridad nacional, a la vez que se protege esta especie, más aún cuando el presidente Iván Duque acaba anunciar una modernización que podría ser una gran oportunidad para abordar un tema sensible que será aplaudido por muchos ciudadanos.
Son permanentes las reflexiones que debemos hacer en relación con el medioambiente y la economía, donde cada vez más se ha ganado terreno en la búsqueda de un equilibrio entre estas dos cuestiones. Pero con las nuevas condiciones de la pandemia, dentro de la reactivación económica, no se puede permitir perder el norte, que está marcado en las agendas internacional y nacional. Sobre todo, si se tiene en cuenta que en el mundo existe reglamentación para el cuidado de la fauna.
Quiero ver una Colombia sin zorreros, sin caballos que sean utilizados como vehículos de tracción animal y que, en cambio, sean reemplazados por motorizados. También, una Cartagena sin carrozas con equinos maltratados, una Policía sin carabineros -garantizando nuestra seguridad y la de los animales- y ferias responsables sin maltrato animal. En últimas, un territorio actuando real y consecuentemente como un país animalista. ¿Te imaginas un mundo donde se respeten los derechos de todas las especies y donde todos seamos responsables por el cuidado de estas?
*Director del Área Metropolitana del Valle de Aburrá
Twitter: @JDPalacioC