A muchos les he escuchado decir que Colombia es hermosa, que gozamos de montañas grandiosas, acompañadas de condiciones ambientales envidiables, pero que, definitivamente, no se puede vivir solo de ello; se necesita más que de fauna y flora para subsistir en un país donde los recursos económicos son necesarios para tener una vida en condiciones dignas.

Entre otras virtudes, poseemos una riqueza valiosísima: la natural. Nos diferenciamos de otras naciones porque nuestra biodiversidad no es única, pero se vuelve exclusiva cuando sumamos toda su grandeza y variedad, pues nos permite contar con oportunidades y ventajas competitivas que no hemos sabido cuidar y aprovechar.

Hoy podríamos tener una gran apuesta turística sostenible y en función de un desarrollo económico responsable, a través del cual se fortalezca el cuidado de nuestros páramos y humedales que, así como las abejas –por ejemplo-, son vitales para la supervivencia humana.

De acuerdo con información publicada por el Instituto Humboldt, “Colombia tiene la mitad de los páramos del mundo, con 2,9 millones de hectáreas distribuidas en 36 complejos”, que tienen la capacidad de abastecer de agua a cerca de 17 millones de personas. Estos se podrían considerar bosques enanos, ubicados en las partes altas de las cordilleras, donde se encuentran los frailejones, unas plantas que tienen hojas aterciopeladas, que permiten retener la humedad de la neblina para, posteriormente, convertirla en agua.

Los humedales, por su parte, son un lugar de vida, porque ahí se refugian miles de especies. Además, ayudan a modular las condiciones climáticas y el ciclo hidrológico, entendiendo por este último la circulación y conservación de agua en la Tierra. Desde 1998, Colombia hace parte de la Convención RAMSAR, un convenio internacional que tiene el objetivo de asegurar su protección. Hasta la fecha, nueve de los nuestros son de importancia mundial.

Las plantas, animales acuáticos y terrestres y microorganismos que habitan en ellos consolidan servicios ecosistémicos, que permiten la supervivencia de familias y pueblos enteros que no están aislados del desarrollo económico.

Históricamente, nuestra economía ha estado basada, principalmente, en los hidrocarburos y la minería, que hoy representan el 5 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB). No obstante, la falta de responsabilidad ambiental ha hecho que pongamos en riesgo los páramos, a pesar de que defensores de estas actividades han señalado que es posible realizarlas sin afectar las condiciones naturales del territorio. Y puede que sea cierto, pero hay varios asuntos que se deben dejar sobre la mesa: 1) Es muy probable que sean pocas las empresas que tienen un verdadero compromiso con la sostenibilidad. 2) Estamos en un país donde la informalidad y la ilegalidad son una constante y donde obligar a las organizaciones a poner el medio ambiente por encima de la producción es una gran dificultad. 3) Muchas actividades agrícolas también afectan estos entornos naturales, por lo que cambiar la destinación de sus suelos no es la solución.

Pero todo puede cambiar. El Estado colombiano ha adelantado un proceso de delimitación de los páramos para protegerlos. No obstante, actualmente es posible encontrar explotaciones de alto impacto en estos, porque no todo lo que se considera ecosistema de páramo ha sido definido como tal y la ausencia de una simple actuación administrativa que lo declara deja la puerta abierta para su aprovechamiento por parte de particulares que poco se interesan en su cuidado, dando pie a la destrucción de nuestro preciado patrimonio natural.

Entre tanto, los humedales, que podemos encontrar en lugares más visibles o de más fácil acceso por su cercanía a los centros poblados, se han visto afectados por el deseo de sectores económicos de cambiar su destinación para convertirlos en otros espacios con vocaciones diferentes a las ambientales.

Las responsabilidades de la institucionalidad -en cabeza de los gobernadores, alcaldes, diputados y concejales-, la empresa y la ciudadanía deben estar centradas en la conservación y la apuesta hacia una transición socioecológica, que consiste, según el Instituto Humboldt, en realizar procesos de gestión de la biodiversidad que son apropiados y agenciados por los actores sociales, con el fin de maximizar el bienestar de la población y la seguridad ambiental del territorio.

En ese sentido, hay formas sostenibles de negocio que pueden generar ingresos y empleos. Algunas de ellas pueden ser:

  • El turismo de naturaleza, con apropiación por el reconocimiento de los servicios ecosistémicos que están allí.
  • El avistamiento de aves.
  • Servicios de restauración ecológica y el uso de plantas para la industria farmacéutica.

Es imprescindible saber que el cuidado por el medio ambiente y generar riqueza es posible. Y que ambos elementos pueden ir de la mano con simple consciencia, en un país que tiene que buscar más alternativas económicas para el bienestar de sus habitantes.

*Director del Área Metropolitana del Valle de Aburrá.

Twitter: @JDPalacioC

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