La voz de Ricardo Medina avisa que hemos llegado a nuestro destino después de navegar casi una hora en un silencio solo interrumpido por el chapoteo del remo. A primera vista es imposible distinguirlo: la densa selva inundada por el río Inírida, en Guainía, forma un espejo de agua que se extiende hasta más allá de donde alcanza la vista y confunde los sentidos. Pero Ricardo conoce el río y la selva. Aquí ha pescado toda su vida, igual que su padre, y todos sus antepasados del pueblo Puinave.

Ricardo señala con el dedo y de pronto se revela el cacure, su trampa para pescar. Es un corral circular de un metro de diámetro, hecho con troncos clavados bajo el agua. La carnada que había dejado hacía tres días desapareció, lo que significa que hay peces atrapados en el interior. “Hay que tener cuidado porque pueden entrar cachirres (caimanes) o caribes (pirañas)”, dice, mientras se introduce en el agua hasta el pecho y entra en el cacure. En cuestión de minutos logra ensartar con su arpón 15 peces entre cuchas y bocachicos.

Más que suficiente para repartir y para cenar ajicero, la sopa típica local. Casi todos los indígenas que habitan en Guainía –el 74,9 por ciento de la población del departamento de acuerdo con el Dane– vive de la pesca de subsistencia. A esto se suma la caza de fauna silvestre que se realiza en largas faenas nocturnas a través de la selva. En la comunidad de Caranacoa –donde conviven miembros de los pueblos Curripaco y Puinave, a tan solo una hora del casco urbano de Inírida– los hombres acostumbran sumergirse en el río para cazar tortugas y siguen el rastro de lapas y picures hasta atraparlos en sus madrigueras.

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Mientras que en las ciudades el consumo de carne es principalmente de res, cerdo y pollo; la dieta de los pueblos amazónicos puede llegar a incluir más de 70 especies en una sola localidad, según un estudio del Instituto Sinchi. Además de ser un pilar esencial de la seguridad alimentaria, estas actividades ancestrales están profundamente relacionadas con la cultura y cosmovisión de cada pueblo.

Nuevas dinámicas

Aunque para la caza y pesca de subsistencia todavía se utilizan técnicas tradicionales, los cambios tecnológicos, culturales y ambientales han alterado estas prácticas y puesto en duda su permanencia en el tiempo. Adicionalmente, Saulo Osman, coordinador de conservación de ecosistemas de agua dulce de WWF Colombia, alerta sobre varios fenómenos: “Vemos comercialización con los centros urbanos cercanos, lo cual puede generar una sobreexplotación. A esto se suma la deforestación y finalmente tenemos el cambio climático que puede alterar las dinámicas de caza y pesca”.

En Inírida esta realidad se evidencia con claridad en lugares como el mercado de El Paujil. A pesar de ser un resguardo indígena, se encuentra pegado al casco urbano del municipio, casi como un barrio. Cada madrugada decenas de compradores llenan la plaza y negocian pescado, casabe, mañoco, entre otros. En este lugar también se comercializan los animales que traen los cazadores de toda la región: cachicamos (armadillos), venados, tortugas y babillas. “Estamos trabajando con los capitanes indígenas para explicarles que no se trata de prohibir la caza de subsistencia. Pero una cosa es la dinámica cultural, fundamental para la seguridad alimentaria, y otra es la comercialización de carne de monte que está penalizada por ley”, explicó Pilar Tafur, ecóloga de la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Norte y el Oriente Amazónico (CDA).

Esfuerzo comunitario

En 2015, el proyecto GEF Corazón de la Amazonia puso en marcha una iniciativa que busca monitorear la pesca y fauna de la región y que es realizado por las mismas comunidades indígenas que habitan los ríos Guainía, Atabapo e Inírida. La meta es conocer la biodiversidad de la región –declarada humedal Ramsar de importancia internacional en 2014– y las dinámicas de caza y pesca de subsistencia de sus pobladores.

Édgar Oleriano, del pueblo Curripaco, es el coordinador de los monitores de fauna. Cada vez que los cazadores traen alguna presa a su comunidad, Oleriano anota las características del animal y el lugar donde fue encontrado. Al principio los cazadores no querían mostrarle sus presas por temor a que fueran decomisadas. “Pero no nos hemos rendido porque esto nos va a servir para que nosotros mismos podamos establecer medidas de manejo”, comentó.

El equipo también se encarga de instalar cámaras trampa y de salir por las noches a contar caimanes en el río. La tarea más ardua, sin embargo, es recorrer senderos de cuatro kilómetros a través de la selva cada diez días para registrar los animales que se encuentren, sobre todo lapas y micos. Ricardo Medina se ocupa de monitorear la pesca: “Lo que pescamos lo medimos, pesamos, estimamos su edad, anotamos el nombre en español y en lengua nativa.... Con toda esta información hemos podido negociar con la Autoridad Nacional deAcuicultura y Pesca para ver si adelantamos la veda y que concuerde mejor con lo que vemos en el territorio”.

Todos estos datos son analizados por el Instituto Sinchi, que apoya esta iniciativa junto con entidades como la CDA, el Ministerio de Ambiente y la WWF. Resultados preliminares del estudio incluyen registros de 459 cazadores de 24 comunidades. Christian Martínez, biólogo del Sinchi y encargado de recibir los datos, explicó que la investigación seguirá al menos hasta 2023. Los resultados preliminares ya han dado pie a discusiones en el interior de las comunidades sobre qué medidas tomar. Entre ellas está no cazar a las hembras preñadas, delimitar zonas libres de esta práctica y establecer tamaños mínimos para las presas. “El objetivo es conservar la naturaleza como hemos hecho siempre”, concluyó Oleriano.

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