Por: Juan David Palacio*
Las sociedades están inmersas en función del consumo y la demanda de bienes y servicios que estimulan la economía y que han permitido, para unos, la generación de riqueza, el fortalecimiento de la propiedad privada y el mejoramiento de condiciones de vida —en función del bienestar— con productos que satisfacen las necesidades básicas y particulares. Sin embargo, estas dinámicas superan la capacidad del planeta de generar recursos para nuestra supervivencia. Según cifras de las Naciones Unidas, “si la población llega a los 9.600 millones de habitantes en 2050, se necesitaría el equivalente a tres planetas para proporcionar los recursos naturales que hoy en día demandamos con el estilo de vida actual”.
La producción de cualquier elemento y el consumo son situaciones que van ligadas por causa-efecto. Y, por responsables y básicas que sean, siempre generarán contaminantes y consecuencias adversas para nuestro entorno ambiental. Incluso con nuestras actividades diarias, que cada vez demandan más recursos, aportamos al deterioro de los ecosistemas.
Se escucha decir que en la economía “la que manda es la demanda” y esto, palabras más palabras menos, significa que la demanda es el motor del comercio, la dinámica empresarial y el sistema de mercado. Por esto, en la práctica, se encuentra que los empresarios rivalizan entre ellos para obtener o conquistar la mayor porción de demanda posible, pues esto garantizará su permanencia en el mercado y la sostenibilidad de su modelo de negocio a largo plazo.
Fruto de esta competencia resultan, en muchas industrias, multiplicidad de productos, tanto en variedad como en cantidad, generando un comportamiento a la baja de los precios. Aunado a lo anterior, los competidores apelan a la “emocionalidad” con el fin de capturar clientela, bien sea a través de la publicidad o de la generación de tendencias que conducen a los consumidores a estar al servicio del ritmo de los productores, pues consumen de manera innecesaria e irresponsable, si se considera el costo ambiental de tales decisiones. No debería existir la necesidad de elegir entre economía y medio ambiente, es una cuestión que debe estar superada, al reconocer la importancia de contar con un equilibrio.
Recordemos que, para producir, cada industria requiere consumir grandes cantidades de:
Fuentes fósiles para generar la energía que necesitan.
Agua. Por ejemplo, la industria alimentaria consume el 70% del recurso hídrico mundial.
Y, para operar, necesita de aceites y otros elementos para el funcionamiento de los automotores, que permiten la distribución y abastecimiento en la cadena logística. A la vez, se generan innumerables toneladas de residuos sólidos: un informe de la organización británica Verisk Maplecroft reveló, en 2019, que a nivel mundial se producen más de 2.100 millones de toneladas de desechos cada año, “lo suficiente para llenar 822.000 piscinas olímpicas”.
Nos hemos acostumbrado a estas dinámicas. Sin embargo, es el momento de hacer un alto en el camino y reflexionar sobre la forma en que producimos y consumimos, concientizarnos de la necesidad de cuidar el medioambiente y reconocer que el cambio climático es una realidad. Reducir, reutilizar y reciclar es parte de la solución para salvar vidas y el hogar de todos: el planeta.
Como sociedad deberíamos ser más racionales y responsables con nuestros comportamientos. La pérdida de alimentos, principalmente por la compra desbordada, supera las necesidades; e incluso las vanidades de contar con vegetales bonitos para exhibir hacen que un tomate, una lechuga o cebolla que pueden estar un poco maltratados y no ser estéticamente perfectos, pero que sí cumplen la misma función, terminen en la basura como muchas otras verduras y frutas, negando la posibilidad de ser fuente alimentaria cuando alrededor de 690 millones de personas padecen hambre en el mundo.
Precisamente, el sector alimentario es uno de los que más implicaciones adversas tiene ambientalmente. Este representa alrededor del “30% del consumo total de energía del mundo y el 22% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero” (ONU. 2020). En Colombia, por ejemplo, hemos tenido cerca del 40% de los alimentos en la basura y, en el mismo sentido, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), a nivel mundial el 17% de los alimentos han corrido la misma suerte.
Debemos promover que la economía sea dinámica y genere riqueza, pero privilegiando el cuidado de la vida y los recursos naturales. Cada decisión y acción tiene consecuencias que impactan el planeta y, por ende, nuestra existencia. ¿Cuál es el mundo que queremos para todos?
*Director del Área Metropolitana del Valle de Aburrá
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