En nuestro país existen algo más de 1.700.000 empresas formales, y alrededor de 6 millones de micronegocios. Cerca del 99 por ciento de las empresas registradas son micro y pequeñas, la mayoría con menos de cinco años de funcionamiento, que les dan trabajo a entre una y tres personas. Nuestro sector empresarial es vulnerable y limitado en tamaño y capital institucional. Aquí no hay ni 8.000 empresas grandes y permanecer activo en los negocios es toda una odisea para la gran mayoría de los emprendedores.
La precariedad en la que se desarrollan los negocios tiene efectos en el ingreso de la empresa, que, al mes, para la mayoría de los empresarios, resulta inferior al valor del salario mínimo legal vigente, con lo cual no es posible ni siquiera que se pague el salario del propietario en condiciones de formalidad. Cada empresario es algo así como un “ejército unipersonal” que hace de todo y más: atiende los clientes, sirve los tintos, paga la nómina, trata con proveedores, fía, pide prestado, cuadra el inventario y vende por whatsapp; mientras literalmente, además, se defiende de un entorno hostil que actúa como su enemigo.
El mundo del trabajo no es necesariamente mejor. Nuestro país no solo tiene una de las jornadas laborales más extensas del mundo, sino que además el aporte de cada hora trabajada al PIB está, comparativamente hablando, en el sótano de las estadísticas globales. De acuerdo con la Ocde, un trabajador colombiano contribuye en promedio con 20,5 dólares al PIB por hora trabajada, en tanto que el promedio de la organización se sitúa en aproximadamente 67,5 dólares, y en los países líderes esa cifra puede alcanzar hasta 160 dólares por hora. La Cepal, en un análisis similar, nos situó de 11 entre 22 países de América Latina y el Caribe con apenas un aporte de 17 dólares por hora trabajada.
Y claro, subsistir en el mundo laboral y empresarial es cada vez más complejo, pues se demandan mayores competencias para adaptarse al cambio y nuevos conocimientos y habilidades para producir más con menos y atender mejor a cada cliente. Gracias a la Inteligencia Artificial parece existir una luz de esperanza para países que, como el nuestro, tienen rezagos relevantes en competitividad laboral y empresarial. Por primera vez en la historia, todo aparentemente indica que esta tecnología no actúa exclusivamente en favor de los más aventajados, aumentando irremediablemente la brecha entre países, empresas y personas de alto rendimiento en comparación con sus pares de bajo desempeño.
Por el contrario, la Inteligencia Artificial parece estar operando como un nivelador de competencias en favor de quienes enfrentan limitaciones por falta de recursos, experiencia, formación o habilidades. Estudios recientes y en industrias o actividades específicas sostienen que las personas de bajo rendimiento laboral o empleados principiantes, con la ayuda de la Inteligencia Artificial, no solo no están perdiendo masivamente su trabajo, sino que pueden alcanzar niveles de productividad similares a trabajadores de alto desempeño, incluso cuando estos también usan IA. De confirmarse esta teoría a medida que hay más datos disponibles, estaríamos frente a una oportunidad extraordinaria para cerrar brechas y fortalecer la vitalidad empresarial al mismo tiempo que los trabajadores podrían mantener y crecer en su trabajo.
Para que esto sea posible, no basta pontificar sobre el potencial de la IA. Es imperativo avanzar con sentido de urgencia en la democratización de su uso y en la alfabetización masiva de empresarios y trabajadores. Es una tarea de todos. Cada persona debe descubrir cómo es que miles de aplicaciones disponibles, asistentes y agentes digitales pueden transformar su vida y su negocio con impactos verdaderamente exponenciales. Y las empresas y el Estado deben asumir su propia responsabilidad, contribuyendo en planes de formación y reentrenamiento. No hay vía rápida para aplicar esta tecnología sin entender sus alcances y limitaciones.
Minimizar su impacto es una tontería, así al final no se cumpla con todas las expectativas. Por floja que parezca para algunos esta tecnología, la IA nos da literalmente la posibilidad de tener un cerebro extra disponible y pone a nuestro alcance una herramienta para reforzar competencias o integrar en nuestro desempeño aquellas que nos son esquivas. El abogado humano podrá dialogar con un abogado de IA para contrastar sus tesis, pero también tendrá a su alcance a un científico de datos para extraer conocimientos comerciales de un conjunto de datos que le ayudarán a conseguir nuevos clientes.
El único límite de la IA es la imaginación y la necesidad. Si aprovechamos su potencial, el futuro puede ser próspero incluso para el más precario comercio, que, con herramientas como ChatGPT, puede optimizar la gestión de su inventario, aprender nuevas estrategias comerciales y entender cómo administrar mejor sus cuentas. Es inspirador pensar en lo que la Inteligencia Artificial puede hacer por estudiantes sin acceso a libros o docentes, brindándoles planes pedagógicos y recursos que antes estaban fuera de su alcance. Para aquellos que comienzan su primera experiencia laboral, la IA ofrece un acceso instantáneo y gratuito a miles de millones de datos y experiencias, con lo cual es posible acelerar significativamente su curva de aprendizaje.
Para acceder a las posibilidades de la IA no se requieren habilidades específicas de programación; es más, ni siquiera se necesita saber leer y escribir, porque como lo anticipaba la ciencia ficción, estamos ante una realidad en donde las máquinas pueden expresarse y conversar con los humanos en lenguaje natural e incluso nos superan en creatividad y profundidad en tareas específicas.
Eso sí, para que todo esto se haga realidad, es fundamental pasar de la curiosidad a la productividad, porque de lo contrario no tendremos un aliado poderoso sino una fuente adicional de distracción.