Basta ir a una corrida de toros para convertirse en antitaurino. Una conocida defensora de los animales me comentó que en su casa tiene un burladero para contar y recrear a sus visitantes su versión sobre esta clase de eventos y generar conciencia sobre la evidente crueldad a la que son sometidos los toros. El sufrimiento que viven seres sintientes y que no tienen voz, como son los animales, hace parte de muchas fiestas de nuestro país que, a la larga, han perdido espacios porque algunos alcaldes han decidido no apoyarlas. Sin embargo, otros se han amparado en el argumento de que es un “acto cultural” que une a la sociedad para mantener la tradición. ¡Qué poco racionales somos como humanos, al celebrar la barbarie del maltrato animal!

Literalmente, la tauromaquia es un espectáculo en el que el torero –quien se dedica de manera profesional a lidiar con el toro- se luce en la arena bajo los gritos de adulación de los asistentes, mientras viste un traje fabricado en seda, cubierto por un bordado de hilo de oro, plata o azabache y –ocasionalmente- con otros materiales como cristal. Es una vestimenta tradicional, proveniente del traje de majo (una moda de Madrid que se popularizó desde mediados del siglo XVIII), que se convirtió en una ropa exclusiva para el ritual taurino.

La plaza de toros –llamada también anfiteatro- hace parte de la estética de la “fiesta”. Así como el licor almacenado en una bota de cuero para los espectadores que esperan ver a un “buen” espécimen, que tendrá que soportar la corrida y lidiar –en muchas ocasiones- hasta morir ante un torero, que exhibe un capote, una muleta roja, las espadas, las flamantes banderillas y puntillas, en una jornada que finaliza -casi siempre- con una oreja cortada, lo que significa la muerte de un inocente animal.

Hemos leído o visto películas donde se presentan espacios de confrontación, como el Coliseo de Roma -que nació como anfiteatro- donde los hombres desarmados luchaban contra tigres o leones en un acto pagano rechazado por muchos.

Cierra tus ojos e imagina que eres un toro que está en la mitad de un círculo, rodeado de gritos que desorientan y hostigado por el movimiento de un trapo rojo. De la nada, sientes cortadas y chuzones en tu lomo y tu capacidad de respuesta para defenderte empieza a limitarse. Luego, tu cuerpo no responde y te lleva a golpear fuertemente contra los burladeros salpicándolos de sangre, que también es derramada en la arena. Estás sometido, humillado y, después, cuando estás agonizando, te pueden amputar la oreja. Entretanto, los asistentes celebran tu muerte chocando copas plásticas para decir: “¡Salud!” y “¡olé!”. ¿Será la cuestión cultural la que genera euforia o es la mezcla con el licor la causante de la irracionalidad? Prefiero atribuirlo al calor del momento y no a la consciencia de lo que está sucediendo al frente.

Siempre digo que entre todos debemos escuchar, construir y no dividir. No obstante, es necesario tomar posturas en relación con el maltrato animal y este, justamente, es un tema sensible cuando en el mundo se mueven millones de dólares en un evento que tiene opositores ambientalistas y une “la cultura” y la economía.

En 2018 Colombia volvió a la penosa lista de los ocho países en el mundo donde es legal la tauromaquia, luego de que la Corte Constitucional anulara la sentencia del 2017 que la había prohibido. Según el diario La República, para el 2018 cada corrida le dejaba a Bogotá 6.000 millones de pesos, creaba 15.000 empleos indirectos y 1.200 directos. En el caso de España, el negocio de la fiesta brava dejó en 2017 4.500 millones de euros (El País, 2018).

Pero hay que tener en cuenta otra información: aquí existen al menos 14 plazas de toros que se han convertido en espacios para la realización de espectáculos y conciertos, que generan recursos, a la vez que garantizan el mantenimiento de esos lugares.

Algunos piden el regreso de la tauromaquia, que –como en todas partes- se ha visto afectada por las condiciones del Covid-19, ya sea en los escenarios tradicionales o en otros armados temporalmente. Sin embargo, como persona, hago un llamado a la reflexión y no a la confrontación: es posible un país que explote su cultura y que demuestre lo mejor de sí y su gente sin maltrato animal. La Feria de Flores, en Medellín; el Festival de la Leyenda Vallenata, en Valledupar; el Carnaval de Barranquilla; la Fiesta de San Pedro, en Neiva, y el Carnaval de Negros y Blancos, en Pasto, son algunos ejemplos de verdaderas celebraciones donde no usamos ni torturamos los animales en una fiesta, sin desconocer la identidad cultural.

Colombia merece ser visitada y abierta al mundo. Hemos luchado por ser felices y amigables con el medioambiente, pero cada día debemos trabajar más por proteger la vida en todas sus formas y expresiones.

*Director del Área Metropolitana del Valle de Aburrá

Twitter: @JDPalacioC

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