Una experiencia espiritual y despertar de consciencia para unos, para otros un tabú. Lo cierto es que tomar yagé es una práctica que genera curiosidad entre las personas. Aunque para el mestizo y el blanco aún es algo extraño o desconocido, para los nativos de comunidades indígenas representa un ritual milenario y sagrado.
“La primera vez que tomé yagé tenía muchos nervios, incluso casi me arrepiento de hacerlo, pero fui con mi pareja y él me ayudó en todo el proceso. El sabor del yagé es al principio dulce y luego amargo. Al inicio me sentí bien, pero antes de tomar, me advirtieron que iba a vomitar y que tenía que tratar de contener la medicina en el cuerpo lo más que pudiera. Estaba en una casa grande dentro de una hacienda, en Samacá, entonces me senté en un sofá y me quedé viendo una vela. Allí perdí la noción del tiempo y empezaron el mareo y las visiones. Al cerrar los ojos veía varias figuras geométricas y, de repente, vi cómo se abrieron las puertas de un palacio gigante con muchas escaleras de todos los colores”, así recuerda Érika, una joven publicista de 27 años, el día que tuvo su primer encuentro con esta bebida ancestral preparada con la planta amazónica, ayahuasca.
El yagé es un elíxir producido a base de un bejuco de la especie Banisteriopsis caapi, denominada comúnmente como ayahuasca, caapi, cabello de Dios, entre muchos otros nombres de carácter regional y étnico. Además de esta planta, la bebida contiene un arbusto llamado chacruna o chaqruy (Psychotria viridis), que al mezclarse dan como resultado el yagé, cuyo componente primario es la dimetiltriptamina o DMT, que incide temporalmente las funciones psíquicas.
“Desde afuera de ese templo observaba una especie de ilusiones ópticas de colores. En el fuego también veía distintas figuras. Al cabo de un rato, sentí ganas de vomitar, lo hice en el pasto y veía el suelo moverse, como si estuviera lleno de culebras. Luego me senté afuera junto a la fogata. Seguía mareada, pero siempre consciente. Apenas dormí unas horas, pero cuando me levanté me sentía descansada, con más energía e incluso aliviada física y espiritualmente. La gente decía que me veía y sentía diferente”, agregó Érika.
Al igual que Érika, cada vez son más las personas que buscan vivir la experiencia de esta práctica que por siglos ha sido ejercida en las comunidades indígenas de la Amazonia y la Orinoquia colombiana con fines de curación espiritual y física, al igual que en otros países de la región como Venezuela, Perú, Bolivia, Ecuador y Brasil.
De acuerdo con la última Encuesta Nacional de Consumo de Sustancias (ENCSPA), ocho de cada mil personas han experimentado con el yagé en algún momento de su vida, lo que significa que aproximadamente 300.000 colombianos lo han probado. La encuesta es del año 2019, así que hoy esta cifra es mucho más alta.
“Algunas plantas, como las que se usan en el yagé, contienen DMT, un compuesto que produce un estado de alucinación, introspección y alteración de los sentidos. En cuanto a signos vitales, suele generar un aumento de la presión arterial y de la frecuencia cardíaca. En personas con una hipertensión no controlada o arritmia cardíaca, no es recomendable y puede ser riesgoso. En personas jóvenes y sanas, más allá de una deshidratación o náuseas, no representa un peligro. De hecho, para algunos resulta ser una experiencia constructiva y para otros, desafiante, dependiendo de la interpretación”, explicó el doctor Héctor Julián Pérez, docente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia y toxicólogo clínico de Lime.
Pero, ¿por qué las personas deciden tomar yagé? ¿Qué buscan a través de este? La respuesta la tiene uno de los representantes de las comunidades indígenas del departamento del Putumayo, cuya etnia ha sido guardiana de esta tradición. Su nombre es Nelson Díaz Queta, hijo de Ofelia Queta Alvarado y el mayor Diomedes Díaz, un importante taita de la etnia Cofán (abreviación de aborígenes, indígenas, gente a’i del Putumayo).
“El yagé es una planta sagrada o, como nosotros le decimos, una planta maestra que nos da la madre naturaleza y que tiene todo ese conocimiento que viene desde nuestro Padre Creador. Nosotros venimos del Putumayo a compartir ese espíritu de la naturaleza con la gente que lo necesite. Muchos vienen acá a tomarse esa copita de remedio para pedir por la salud, por lo que uno necesite o desee sanar. La planta también trae mucha visión para poder conocerse y sanarse a uno mismo. Hace una limpieza corporal, emocional y espiritual. Limpia, saca y sana todos esos problemas”, señaló el taita Nelson Díaz.
Este hombre, nacido y criado en las selvas del Putumayo, cuenta que desde muy niño aprendió de su padre y su comunidad la cosmovisión y los conocimientos ancestrales sobre la naturaleza, además del uso y las propiedades del yagé y muchas otras plantas milenarias que crecen allí.
Sin embargo, por el conflicto armado, él y su familia tuvieron que buscar un nuevo hogar. Fue así como, a mediados de 2005, llegó a Cundinamarca y, junto a su padre y sus hermanos, inició la búsqueda de un pueblo donde residir tranquilamente y empezar a enseñar y compartir la ceremonia del yagé, pasando por La Calera, Silvania y Granada, este último, municipio donde se estableció finalmente en una finca junto a sus hijos.
Planta sanadora
A este lugar acude ocasionalmente Cristian Parra, un artesano que descubrió el yagé hace 25 años e incluso compartió en más de una ocasión con el taita Diomedes. Para él, la ayahuasca es una planta que tiene demasiada sabiduría para entregarle al ser humano.
“Es muy profundo explicar en sí lo que es el remedio, pero escuché una vez del mayor que es como una gran enciclopedia universal. Con ella se puede alcanzar un gran conocimiento de la existencia y elevar la consciencia. Tomar yagé es un proceso fuerte, pero que sana en realidad, porque sana el cuerpo físico limpiando internamente los órganos, y también hay una limpieza de la consciencia. Un despertar de consciencia, que es lo importante para sanar las enfermedades”, cuenta Parra, oriundo de Boyacá.
Con respecto a las propiedades curativas de esta bebida ancestral, personas como Parra y el mismo taita Nelson Díaz dan cuenta de casos extraordinarios. “Con el yagé se han hecho cosas valiosas. Aquí tenemos una bonita respuesta de personas que han tomado, han reflexionado y mucha gente que se ha curado de la úlcera, de cáncer de estómago, de cáncer de colón crónico; incluso los mismos doctores les han dicho que vayan a morir a la casa. Pero yo les digo: tomen yagé con ese amor, con fe, pidiéndole a Dios y a la madre naturaleza para que el espíritu llegue y haga su proceso de sanación”, aseguró Díaz.
Por su parte, el doctor Pérez difiere de las capacidades curativas atribuidas a este brebaje natural, basado en su composición química: “La molécula del DMT está clasificada dentro del grupo de las sustancias que estimulan la psique, como la psilocibina u otras. A través de nuevos estudios se ha mostrado que tiene potencial terapéutico para la depresión refractaria o el trastorno de estrés postraumático, es decir, enfermedades psiquiátricas o mentales que tienen que ver con la alteración de neurotransmisores. Sin embargo, biológicamente no tiene ningún fundamento pensar que esta sustancia va a ayudar a tratar algún tipo de cáncer u otro tipo de patologías, que no sean netamente nerviosas o mentales. Puede haber otros factores que causan confusión sobre esos casos. Puede que esas personas ya estuvieran en otro tratamiento y al final le atribuyeron la cura al yagé”, analizó el médico y docente.
En lo que sí coinciden el taita y el toxicólogo es en que lo más importante cuando se toma yagé es hacerlo con personas que de verdad sepan de este ritual y que tengan una conexión o herencia cultural con las comunidades originarias que han perpetrado este conocimiento por generaciones. Realizar una toma con personas que no sepan guiar el proceso, preparación o utilicen otros ingredientes en la bebida puede resultar peligroso.
La ceremonia
La ceremonia del yagé es un ritual que realizan algunos nativos de etnias indígenas y conocedores de esta práctica (como Nelson, su padre y sus hermanos), para rendirle homenaje a la planta maestra, según las creencias y la cosmovisión de su pueblo.
En medio de esta ceremonia, que se hace en la noche y en áreas rurales o aisladas para evitar ruidos y distracciones, se hace primero una consagración del elíxir y luego se da a tomar a los asistentes, quienes comienzan un proceso individual de meditación o introspección mientras se acomodan cerca de la fogata, pues el fuego suele ser un medio para activar las visiones. En ese momento se da un espacio para que las personas se concentren y se relajen durante su experiencia. Aquí se produce el mareo, al que los cofanes se refieren como “chuma”.
Entretanto, el mayor, o guía de la ceremonia, vestido con su “kusma” (traje típico ceremonial) y sus collares, va cuidando y observando la experiencia de cada persona, mientras toca la armónica o produce los “ikaros” (cantos sagrados profesados en lengua indígena con unas frecuencias y ritmos específicos). Posteriormente, muchos vomitan y varios deciden entonces hacer una segunda o más tomas y reiniciar el proceso, mientras otros se van a descansar.
En la madrugada suele realizarse un ritual de sanación para cerrar la ceremonia. En la mañana, las personas suelen intercambiar sus experiencias, visiones y revelaciones sucedidas durante la toma.
“En la sanación que hacemos a la madrugada tratamos de sanar el cuerpo de la persona, armonizar, cantamos en nuestro idioma, hacemos nuestras danzas ancestrales y aplicamos un líquido con puras plantas naturales en el cuerpo de la persona, pidiéndoles a los espíritus de esas plantas que limpien, sanen y abran el camino para armonizarla y que esté contenta, tranquila consigo misma y saque las cosas negativas para que entre lo positivo. Que lo que sirve se quede en ese ser y lo que no, que se vaya”, aseguró Díaz.
Crecimiento personal
Aunque hay gente que acude a la ceremonia de yagé por curiosidad, para algunos, este ritual representa una manera de trascender y elevar la consciencia, incluso es un espacio para hallar paz interior. Así lo concibe Jeferson Barreto, diseñador gráfico de profesión, quien ha tomado yagé desde hace 16 años.
“Para mí el yagé es la fuente completa del conocimiento, en ella podemos divisar la vida, no solamente en el plano físico, sino en los diferentes planos de consciencia, porque cuando tomamos la medicina es posible utilizar los cuatro planos vitales del ser: mente, emociones, sentimientos y espíritu; entonces, cuando tomamos la medicina conectamos con todo. Hay preguntas que casi todos nos hacemos, como: ¿quién soy realmente?, ¿para dónde voy? y ¿cuál es mi propósito en la vida? En ese aprendizaje uno va encontrando a través del yagé las respuestas y empieza a conectar con todo”, indicó Barreto.
Y añadió: “Tomar la medicina también se convierte en una terapia para tener tranquilidad, paz y claridad”.
Por otro lado, el mayor Nelson Díaz agregó que “el yagé no es una planta que lo va a dejar a uno loco. Dios premió a los pueblos indígenas con ese conocimiento sagrado de las plantas y nuestros abuelos nos enseñaron a compartirlo con nuestras familias y amigos para hacerle un bien a esta humanidad”.
El Legado continúa
El hijo del taita Nelson Díaz, Adrián Díaz, es uno de los jóvenes llamados a preservar y continuar la tradición del Yagé, pues los hijos de los mayores heredan el conocimiento y la facultad para dar la medicina y llevar a cabo la ceremonia después de atravesar por un proceso de formación y guía de su familia y ancestros.
De acuerdo con Adrián, desde muy pequeño fue preparado para el camino del yagé; incluso aseguró que en su cultura, se recibe la medicina ancestral desde el nacimiento, pues “cuando la mamá toma remedio, desde el seno, al bebé se le viene inyectando el espíritu del yagé; asimismo, los niños desde los dos o tres años ya pueden tomarlo para ir fortaleciendo el cuerpo, por eso estamos tan preparados”, explicó.
Adrián, de 23 años, es uno de los guías en la ceremonia del Yagé. Asiste a su padre, ayuda dando instrucciones y acompañamiento a los asistentes al ritual, y es el principal destinado a ser el próximo Taita de la familia Díaz.
“El camino del yagé y de la espiritualidad es un camino que no es fácil; pero que también, si uno lo recorre con cariño, con amor a la medicina, así mismo uno va aprendiendo. La naturaleza le va enseñando a uno ciertos principios, cierta ética, que hoy en día se han perdido. Gracias a la medicina, hoy nuestros pueblos conviven con amor. Gracias también a los mayores, que cada vez que nos aconsejan, vamos aprendiendo y nos van corrigiendo porque hay que ser un poco estrictos con las reglas de nuestra cultura para ser cada día unos mejores seres humanos… Entonces, ha sido un proceso muy duro y muy bonito a la vez”, afirmó.
Y destacó: “Gracias a la medicina, uno aprende a valorar las cosas más pequeñas, aprende a valorar cada plato de comida, a valorar la vida, a quererse, a amarse, a reencontrarse con uno mismo, para poder fluir y algún día llegar a ser mejor, haciendo el bien, sin hacer daño a nadie, ni a la naturaleza. Gracias al yagecito, hoy me encuentro aquí con una nueva visión de poder servir a la humanidad”.
Pero, además, Adrián es un amante de la música étnica, y por medio de la agrupación Tsanda U’fa (en la que toca con sus primos y otros jóvenes), da a conocer un poco más de su cultura y su folclor ancestral. A su vez, el grupo ayuda a amenizar la ceremonia antes, durante y después de la toma de yagé.