Nací y pasé mi infancia en Santa Marta. Allí conocí la música tradicional del Magdalena grande, la cumbia, la música de las Antillas y la música provinciana, que pasó a llamarse vallenato, gracias al impulso que le dio la ciudad de Valledupar. Sin embargo, era Santa Marta la capital por donde pasaban los juglares en sus recorridos por la provincia y allí pude conocerlos de la mano de mi padre y de mi tío Rodrigo. Cuando mis padres se separaron tuve que irme a vivir a Bogotá, dejando atrás ese mundo para adentrarme en la niebla capitalina. Aquí, en mi adolescencia, descubrí a los grandes cantautores españoles e hispanoamericanos, pero, sobre todo, conocí el rock en nuestro idioma.
Y solo hasta que comprendí el poderoso llamado del origen pude encontrar la esencia de mi música, el rock de mi pueblo, que bien podría llamarse el rock de mi origen. Con el paso del tiempo he venido comprendiendo el sentido que tiene la historia de la ciudad. No es casualidad que por haber nacido allí se me hayan abierto las puertas para trabajar con las músicas originarias de nuestro país. Y es que en Santa Marta está el origen de lo que somos, no solo como colombianos sino como hispanoamericanos, hombres y mujeres nuevos, en cuya sangre se hace posible el encuentro de mundos distantes.
Buscando ese origen me he dado cuenta de que Santa Marta no es solo una ciudad, sino una poderosa idea de convivencia. Una idea que ayudó a construir Rodrigo de Bastidas una vez entabló amistad con los caciques de Bonda y Gaira. Bastidas fue traicionado y asesinado por sus detractores y es impactante darse cuenta de que el origen de Santa Marta fue una idea de convivencia guiada por la visión de sus fundadores, hombres y mujeres españoles y americanos, de un mundo nuevo posible.
Al cumplirse los 500 años de la ciudad, tenemos la oportunidad de conmemorar la historia y aprender de ella. Y también podemos celebrar que antes de la violencia nos funda un acuerdo que permite el equilibrio al que siempre podremos volver, como a la música del Magdalena grande, porque está en el origen. La elección, que permitirá forjar nuestro futuro, está en nuestras propias manos.
PS. Carl Henrik Langebaek en su libro Antes de Colombia, nos habla del verdadero valor y grandeza de los seres humanos de las culturas prehispánicas, divinos y terrenales como nosotros. Siempre intuí ese gran valor y humanidad de nuestros ‘hermanos mayores’ y leyendo a historiadores y antropólogos puede corroborarse. Quinientos años después de la odisea de Bastidas es importante que los herederos de los criollos españoles entendamos la belleza de esas culturas con las que unimos nuestra sangre para que naciera Colombia.