Tras un par de viajes por el Parque Nacional Natural Tayrona en el año 2000, Luis Naranjo regresó a Santa Cruz de Lorica, Córdoba, con una intención clara: proteger la naturaleza. Desde entonces le propuso a su padre cambiar la ganadería extensiva por la restauración y conservación de más de siete hectáreas, el equivalente a diez canchas de fútbol, que hoy son la Reserva Natural Sol y Luna.
“Recuerdo bien que todo inició el 20 de abril del 2001”, dice Naranjo, como si fuera a contar un cuento fantástico, pero se trata de la historia de su sueño. Con los conocimientos como profesor en ciencias naturales y educación ambiental, planteó tres líneas de conservación: agua, biodiversidad y agroecología, áreas estratégicas por la ubicación de la reserva.
Sol y Luna hace parte de la cuchilla de Cispatá, una formación montañosa aislada, al nororiente de la cuenca del río Sinú. “Los entes administrativos no han entendido la importancia de este escenario natural”, comenta Naranjo y afirma que esta zona juega un papel muy importante en la regulación del clima local, la temperatura, la humedad, los vientos y es fundamental por su biodiversidad.
La reserva tiene un bosque seco tropical húmedo y yacimientos subterráneos de agua, el escenario ideal para la conservación de fauna y flora, sin embargo, representa esfuerzos económicos muy altos, por ejemplo, en la consecución de semillas para la restauración y conservación del bosque. “Camino por la región y visito el Jardín Botánico de Cartagena para recoger las semillas que están en el suelo, después las pongo a germinar y las siembro”, señala Naranjo.
La guacharaca es el ave insignia de este lugar y al cuidar de esta especie se garantiza el bienestar de muchas otras, incluso, la reserva es territorio para la liberación de serpientes, tortugas, aves y ardillas. “Estamos muy contentos porque hay mucha presencia de anfibios y esto es un bioindicador de la salud de los ecosistemas”, dice con orgullo Naranjo, pues estos animales tienen respiración cutánea y no pueden estar expuestos a ambientes donde hay presencia de químicos.
A pesar de los esfuerzos, en la zona hacen presencia cazadores o personas que quieren talar árboles, esto impulsó a Naranjo y a su familia a tomar la decisión de vivir allí. “Ha sido una experiencia fabulosa porque aquí nos sentimos aislados, pero no encerrados y eso es sano”. Cultivan maíz, ñame, yuca, plátano, hortalizas, habichuela, ahuyama, calabazas, berenjenas, tomates y todo lo que se puede dar en el bosque seco.
También realizan conservación de especies frutales que a los alrededores ya no se están sembrando como el marañón, el torombolo, la chirimoya, entre otras. “Estamos tratando de conservarlas con el fin de conformar un banco frutal importantísimo para nuestra fauna, pues muchos animales se alimentan de estos frutos”, agrega.
Sol y Luna es también un escenario para el aprendizaje y la contemplación de la naturaleza. “Realizamos actividades en las que nuestra reserva se convierte en un aula natural para los estudiantes de los colegios públicos o las universidades”, precisa Naranjo. “Lo que no conocemos, no lo cuidamos, ni lo valoramos, entonces queremos que ellos sean conscientes de la riqueza que tenemos en nuestro territorio del bajo Sinú”.
Junto a su equipo de colaboradores, entre los cuales hay biólogos, trabajadores sociales, profesores y algunas personas de la comunidad, realiza actividades de concientización ambiental. “Gracias a esto hemos podido contar con el apoyo de fincas y propiedades privadas que han entrado en la dinámica de generar procesos de conservación”, comenta. Sin embargo, reconoce que aún queda mucho trabajo para hacer realidad el sueño de establecer el corredor ecológico de Lorica.
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