Cuando la luz del foco reveló vida en el interior del huevo, Fernando Castro se sintió en la dirección correcta y tan emocionado como nunca antes en su trabajo. La cáscara traslúcida por el ovoscopio dejó ver por primera vez el corazón del embrión, un puntico rojo latiendo rápidamente entre membranas y venas. Suficiente, en todo caso, para seguir creyendo que en dos meses nacería el primer cóndor por incubación artificial en Cundinamarca.
Si bien la fertilidad no garantizaba la eclosión, sí significaba el paso más grande del momento para la Fundación Parque Jaime Duque desde que entró al Programa Nacional para la Conservación del Cóndor Andino en 2012. Además, el equipo integrado por Castro, coordinador de Conservación e Investigación de la Fundación, se aferró a una rigurosa rutina para mantener el progreso.
Cada día, durante dos meses, el huevo fue rotado 180 grados, un día a la izquierda, otro día a la derecha, y estuvo sometido a una temperatura de 36,8 ° y a una humedad cercana al 55 % con el objetivo de que perdiera el 14 % de su peso inicial.
“Todas las mañanas lo pesábamos a las once. Si había perdido mucho peso, aumentábamos la humedad; si había perdido poquito, la disminuíamos”, recordó Castro, zootecnista bogotano de 32 años.
En cada acción rondaba el miedo de que un segundo huevo no sobreviviera dentro del parque. El accidente de abril de 2023 había ocurrido en el nido de una pareja de cóndores, llamados Chie y Xue, como la luna y el sol en la mitología chibcha. Así los bautizaron al llegar en 2015 para ayudar a repoblar la especie en Colombia.
Fueron de los primeros cóndores que recibió la fundación. Llegaron desde el centro de rehabilitación de aves rapaces de Chile, donde los salvaron de morir por envenenamiento, una de las principales causas —al igual que la caza y la baja tasa de reproducción de estos animales— por las que el cóndor está en peligro de extinción y de que en Colombia no haya más de 150 ejemplares.
“Para combatir predadores, los campesinos envenenan carroña. Y los carroñeros como los cóndores no tienen defensas contra el veneno”, advirtió Castro. “En Chile los rescatan, pero no los liberan porque pueden morir en vida silvestre. Ese es el caso de Chie y de Xue. Quedaron con problemas de locomoción y aprendizaje. Pero no perdieron su capacidad reproductiva”, añadió.
Tras un proceso de ocho años en el que maduraron sexualmente y se adaptaron entre sí, Chie y Xue se conformaron como pareja en Wakatá, una reserva cerrada con polisombras y telas negras, ubicada a unos metros del Parque Jaime Duque. Pusieron un primer huevo en marzo de 2023, pero 26 días después el macho lo rompió intentando rotarlo.
“El 31 de mayo de este año, cuando volvieron a poner, decidimos hacer el proceso por incubación artificial”, contó Castro, quien tomó el huevo del nido en la mañana del 2 de junio y lo incubó en el edificio El Cóndor, ubicado en la entrada del parque y adornado con una escultura del ave nacional en su techo. A los ocho días vieron por primera vez el corazón del embrión.
El éxito de su decisión quedó aún más en evidencia cuando el polluelo rompió la cáscara con su pico en el día 58. Cada dos horas, durante las siguientes 60 horas, Castro le dio golpecitos al huevo, lo humedeció con agua destilada y fue retirando pedacitos de cáscara con una pinza. La reacción del polluelo lo emocionaba al punto de sentir que era suyo, especialmente si se movía cada vez que le hacía sonidos guturales como los del cóndor. Al asomar la cabeza, una diminuta cresta identificó al polluelo como macho, y en la tarde del 29 de julio abandonó el huevo del todo, aún sin poder abrir los ojos. Se llamaría Rafiki, en honor a Rafael Torres, gerente de la fundación.
“La sensación era increíble. Tenerlo vivo en mi mano fue un alivio después de un proceso tan complicado. En ese momento estábamos cansados después de 60 horas de dormir muy poco. Pero la emoción era gigante. Yo solo pensaba: ‘¡Lo logramos!’”, aseguró Castro. En sus manos no solo reposaba un condorito de 208 gramos, 13 menos que un iPhone 15 Pro Max, también el resultado del esfuerzo y la promesa de más cóndores en el futuro.
Cuando pese los 12 kilogramos y tenga unas alas de hasta tres metros de envergadura, más o menos en dos años, se espera que Rafiki aporte a la repoblación de esta especie clave en ecosistemas a través de su función de acelerar la descomposición de animales muertos, y evitar la contaminación del agua y la proliferación de bacterias dañinas en humanos.
El papel de Rafiki será tan importante que justifica tanto revuelo por su nacimiento y los cuidados que recibió al salir del huevo. Desde entonces, en una pequeña criadora a 25 grados y con 60 % de humedad, Rafiki come pedacitos de ratón muerto cinco veces al día. Castro, sin dejarse ver, lo acompaña con sus manos cubiertas por marionetas de látex en forma de cóndores que fueron fabricadas en Argentina para este proyecto. Todo con el fin de simular la presencia de Chie y Xue, y de impedir que Rafiki asocie la comida con el ser humano.
En dos meses, ya con capacidad para termorregularse y cerca de los cinco kilogramos, Rafiki será llevado en guacal hasta su nido en Wakatá, rodeado por una roca artificial y ruidos simulados de cóndores. Y entre seis y ocho meses después de su nacimiento empezará a interactuar con otros tres ejemplares de su especie que habitan en la misma reserva.
Si los cálculos de la fundación no fallan, Rafiki será liberado en 2026 en el páramo del Almorzadero en Santander. Tendrá rastreador y bandas alares, y seguirá siendo monitoreado en vida silvestre. Desde ese momento, cuando emprenda su primer vuelo en cielo abierto, ya no necesitará de humanos para valerse. La humanidad, sin embargo, sí seguirá dependiendo de él.