Describir esta realidad revela, sin equívoco alguno, que el país está cambiando. Ya no es un cuento y tampoco es producto de análisis motivados por las emociones. La respuesta es clara y directa: los colombianos le quieren apostar a un cambio; es una idea que se viene madurando en muchos sectores de la población, concretamente en las clases medias y los estratos bajos. Hay un malestar generalizado producto de la ineficacia e inoperancia de las instituciones que pierden terreno frente a la desbordada corrupción. La vida política colombiana sigue bajo el cerrojo y sofocante control del poder secular de los políticos tradicionales que no quieren ceder un ápice. La educación pública la pretenden sostener con míseros centavos y condicionarle su inversión; mientras a los ricos les rebajarán los impuestos. Desde todos los flancos buscan restringir la democracia, asfixiarla. Ahora surgió la malintencionada idea de alargarle el periodo a alcaldes y gobernadores y, al mismo tiempo, cortarle las alas a las consultas populares. Es tal el abuso del sofocante control que se inventan riesgos donde no los hay (satanizar la protesta social) para fortalecer los mecanismos de defensa e incrementar la capacidad represiva de los estamentos militares y de Policía.   Impedir que el país se movilice y las renovadoras fuerzas políticas avancen es una estrategia en constante movimiento. Por ello no debemos bajar la guardia. El asunto es imperativo: hay que consolidar la paz para garantizar una participación democrática amplia y pluralista y garantizar la verdad como mecanismo de reconciliación.    Sabotear la verdad para preservar a la sacrosanta élite nacional es una causa superior. Por eso el notable hostigamiento contra la JEP (Jurisdicción Especial para la Paz). Ver y escuchar a exoficiales del Ejército comparecer ante esta institución, asumir responsabilidad y pidiendo perdón a las víctimas tiene un enorme valor que encarna la virtud de develar cómo los llamados falsos positivos, al parecer, obedecían a una política de Estado. La opacidad como método de ocultamiento es como se ha concebido el poder en Colombia durante siglos y ese manual hizo crisis. Todo esto resume el orden político y la ambición de una casta aferrada al poder que no ha hecho otra cosa que falsificarnos la democracia. Durante décadas promovieron la codicia y después infectaron la política.        Ese es el perverso esquema que hay que neutralizar, y se puede lograr si el país que votó la consulta y los jóvenes de hoy y mañana mantienen el ímpetu de cambio que reclama la nación. Es hora de hacer a un lado a esa vieja política que no ahorrará esfuerzos para detener la renovación. No hay que bajar la guardia. @jairotevi