Bajo el sol, a orillas del lago Titicaca, Bertha Aguilar se inclina entre los surcos de la tierra para cosechar las papas que ella misma sembró. En medio de su labor, suena su teléfono y al otro lado de la línea una mujer aymara busca su ayuda. Golpeada por sus cuñados en un conflicto de tierras, confía en esta abogada indígena boliviana para defender sus derechos.
Aguilar, de 56 años y madre de dos hijos, es una de las escasas representantes aymaras que ofrece asistencia legal a indígenas víctimas, especialmente de violencia machista. Estas mujeres, que se comunican exclusivamente en su lengua originaria, encuentran en ella un puente hacia la justicia.
Pese que junto al aymara hay otras 35 lenguas nativas reconocidas en Bolivia, en los juzgados solo se habla en español.
El 41 % de los 12,5 millones de bolivianos se identifican como indígenas o descendientes de los pueblos originarios, pero la justicia no está obligada a tener intérpretes. El aymara es el tercer idioma más hablado después del español y el quechua.
Aguilar, quien también sufrió maltratos de su expareja antes de estudiar leyes, siempre lleva con orgullo su pollera (falda abultada), su bombín y zapatillas estilo ballet.
“Es diferente cuando les explicas en aymara, mejor te cuentan qué les ha pasado”, señala la mujer antes de guardar su celular y regresar a la cosecha.
La discriminación por el idioma y la vestimenta dificulta el acceso a la justicia para las aymaras, sostiene Lucía Vargas, de la Coordinadora de la Mujer, un colectivo de oenegés feministas.
“Quisiéramos saber cuántos jueces y fiscales hablan un idioma indígena. Si las aymaras no entienden el castellano, tienen mayor dificultad de entender la complejidad de un proceso judicial que además está (escrito) en castellano”, indica.
Violencia machista contra el pueblo aymara
Cuando no está litigando, Bertha Aguilar cuida su parcela en Chachapoya, un pequeño poblado a 170 km de La Paz, de donde migró a los 16 años. Entonces solo hablaba aymara.
Sobrevivió limpiando casas y luego de separarse de su marido ingresó a la Universidad Pública de El Alto, una ciudad contigua a la capital boliviana, donde obtuvo su título como abogada en 2012.
Solo el 10 % de las casi 800.000 mujeres que se identifican como aymaras en Bolivia acceden a la educación superior, según un estudio de la Universidad Católica. En total los aymaras representan el 9,6 % de los bolivianos.
Las mujeres que llegan a Bertha Aguilar tienen historias de violencia machista, una más dramática que otra. “He visto todo tipo de hematomas, puñetes en el ojo, o sea, todo maltrato. Creo que el varón no tiene miedo de agarrarle (a la mujer)”, dice la abogada.
Aunque no hay una estadística de indígenas víctimas, “el mundo aymara no es un aparte, es un mundo que es parte de una realidad nacional donde hay una fuerte carga de machismo desde tiempos inmemoriales”, sostiene la historiadora Sayuri Loza.
En 2023, Bolivia registró 51.000 denuncias de agresiones físicas, sexuales, psicológicas y económicas, entre otras, contra las mujeres.
Entre los casos se cuentan 81 feminicidios, según datos de la fiscalía.
En América Latina se registraron el año pasado 4.599 feminicidios, de acuerdo con la oenegé Mapa Latinoamericano de Feminicidios, que recabó datos de 16 países de la región.
De víctima a defensora
Aguilar también fue víctima de violencia intrafamiliar y discriminación por su origen aymara.
En la familia de su esposo había profesionales universitarios, y recuerda que sus cuñados le decían: “Si mi hermano te va a dejar, es porque eres de pollera”.
Se separó en 2005, pero tardó en encontrar un abogado que llevara su divorcio. Hablé con “unos cuatro, pero no me hacía entender. No me explicaba bien (...) y defendían al hombre”, evoca.
Se empeñó entonces en ser la defensora de las aymaras. “En los juzgados (...) hay muchas mujeres que no pueden hablar en castellano”, remarca.
La oficina de Aguilar está frente al Tribunal de Justicia de El Alto. Es un espacio pequeño de paredes de color turquesa, con un escritorio y algunos libros. “Si no estoy llame”, se lee a la entrada en un mensaje junto a su número telefónico.
Actualmente, lleva 40 casos de mujeres en trámites de divorcio o conflictos por propiedades, entre otros procesos. Nunca rechaza una llamada en su celular.
“Nayax aka divorciox doctorat mistuñap munta” (Quiero que salga ese divorcio doctorita), le dice Silveria Palle, de 57 años y quien fue golpeada durante años por su pareja, en una visita al despacho.
La abogada aymara suele transmitir a sus clientas el mismo mensaje: “Si yo he salido de los maltratos de la violencia, ¿cómo no vas a poder tú?”.
*Con información de la AFP.