“Cambiar el chip mental para vivir mejor sí se puede. Y esto se logra con una profunda revisión interior que nos lleve a actuar de forma diferente, a no repetir patrones de comportamiento malsanos y a trabajar en esas heridas emocionales y mentales con las que crecimos y que nos pueden dejar vacíos que nos afectarán a lo largo de la vida, si no los atendemos y tratamos”.
Este es el urgente llamado que hace la psicóloga clínica Angélica Maldonado para frenar el fenómeno de la violencia intrafamiliar, que genera otros problemas en la salud física, emocional, espiritual y social de los distintos miembros de una familia.
Esta experta en salud mental es un testimonio de resiliencia, sanación y superación, quien supo transformar el dolor para salir adelante. Es que su vida no ha sido fácil: Maldonado, de 42 años, hija de un policía (ya fallecido) y de una ama de casa, creció en un hogar en el que la violencia intrafamiliar era una constante. Su infancia estuvo marcada por las agresiones físicas y emocionales que su papá ejercía contra su mamá, y contra ella y sus cuatro hermanos.
Su situación no difiere de la que hoy viven miles de mujeres en todo el mundo pues el maltrato no conoce fronteras. No distingue edad, nivel socioeconómico ni cultural.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el tipo de violencia más frecuente es aquella en la que el agresor es la pareja. Y las víctimas, en su mayoría, son mujeres entre los 15 y 49 años.
En Colombia, la mayoría de violencias contra las mujeres se tipifican como violencia intrafamiliar porque los agresores continúan siendo, por lo regular, sus parejas y exparejas. En otras palabras, el mayor escenario de peligro de una mujer increíblemente es su propia casa.
De ahí que en 2021, de acuerdo con datos de Sisma Mujer, cada 51 minutos una mujer fue víctima de violencia por parte de sus parejas o exparejas; la pandemia agravó la situación porque se vieron obligadas a estar 24/7 con su agresor.
Las llamadas a la línea 155 —que presta servicios de orientación y atención a mujeres víctimas de violencias— se incrementaron un 110 por ciento. Y, de acuerdo con datos abiertos de la Fiscalía General de la Nación, se registraron en el mismo periodo 16.791 casos de violencia intrafamiliar, de los cuales 12.098 corresponden a mujeres (72,05 % del total) y 4.693 a hombres (27,95 %).
Así las cosas, en este periodo, cada 33 minutos al menos una mujer fue víctima de violencia intrafamiliar.
Esta psicoterapeuta bogotana habla desde su dolorosa experiencia y por eso recalca que es consciente de la importancia de preservar la salud mental en todas las etapas de la vida, pues están estrechamente ligadas al bienestar psicológico, emocional y social de toda persona.
Una vida de resistencia
Angélica Maldonado quedó embarazada a los 19 años, a los 22 se casó y a los 23 ya tenía tres hijos. Y como no quería que ellos sufrieran lo mismo que Angélica en su infancia y juventud, buscó ayuda terapéutica para hacer un trabajo interior de sanación de sus heridas emocionales y comenzar un proceso de perdón y de reconciliación con su mamá y con su papá, quien falleció hace 20 años. “Aprendí a no juzgarlos y a entender que ellos hicieron lo mejor que pudieron con nosotros, sus hijos, y que nos criaron con las herramientas y recursos que tenían a su alcance en ese momento. Los perdoné y también me perdoné”, explica la hoy fundadora y directora de Ship Mental, organización que presta servicios de cuidado de la salud mental en Bogotá, Villavicencio y Medellín.
Fue así como reafirmó la necesidad de aprender a creer en sí misma, a mejorar su autoestima, gestionar sus emociones de forma asertiva, ser resiliente y no repetir los patrones de dependencia emocional y de falta de amor propio que vio en su mamá al soportar por tantos años la violencia doméstica. Situación que la llevó con los años a refugiarse en el alcohol y la soledad.
E incluso a atentar contra su vida: “Yo quería salir de esa cadena de repeticiones y darles una vida diferente a mis tres hijos. Fueron años muy duros, llenos de lágrimas, privaciones y dolor, pero no me di por vencida y me lancé a perseguir ese sueño que tenía desde niña: ser psicóloga. Y lo hice ya siendo una mujer separada y madre de Daniela, Felipe y Santiago, de 22, 20 y 18 años, respectivamente. Sentía la necesidad de dejar de actuar en piloto automático, de salirme de mi aparente zona de confort y sanar todo aquello que me llevó, por ejemplo, a buscar en mis parejas la figura del padre que nunca tuve y a hacerle constantes reproches a mi mamá por no protegernos del maltrato en nuestra niñez”.
Tras la separación de su esposo y padre de sus hijos, esta psicóloga sentó las bases para comenzar un proceso de perdón y de reconciliación con su expareja y con ella misma.
“Hace 22 años nos casamos y hace 15 nos separamos; fue un proceso muy duro, traumático, porque terminamos llenos de rabia, rencor, dolor e impotencia. Pero un día, sentados en una cafetería dijimos: ‘Nosotros tenemos que vernos toda la vida por nuestros hijos, que son lo mejor que nos queda de la pareja que fuimos, y debemos sacarlos adelante. ¿Cómo? Uniendo fuerzas porque dos es más que uno. Entendimos que peleando no íbamos a conseguir absolutamente nada bueno y decidimos que, si como pareja no funcionamos, como dupla de trabajo seríamos los mejores. Y así ha sido”, narra esta mujer ejemplo de valentía.