Desde mi rol profesional represento una compañía que produce y comercializa productos que entregan nicotina. Sin embargo, mi razón de ser como persona, mi prioridad y mi mayor responsabilidad en la vida son mis dos hijos adolescentes – ambos menores de edad.
Mientras me siento desde mi casa y hablo largas horas al día sobre estos productos, mis hijos no sólo me han escuchado hasta el cansancio hablar sobre sus características y particularidades, sino también me han preguntado, cuestionado y hasta compartido sus opiniones sobre lo que me escuchan decir. Sin saberlo, uno de ellos expuso un proyecto en su colegio sobre lo que hago dentro de la compañía, desarrollando para su clase de español, una argumentación en torno al oficio de “defender lo indefendible”, como lo tituló.
Me han preguntado sobre vapeadores y también me han contado lo que han visto con sus compañeros y amigos de clase en el colegio. Hasta la fecha, ninguno de mis hijos ha sentido la necesidad de probar un vapeador. Quiero pensar que tener claridad de lo que significan y entender de primera mano los riesgos, con información factual y objetiva, ha contribuido en su formación. Esto también ha contribuido a restarles el interés y la curiosidad que naturalmente produce lo que es reprimido y/o prohibido, cuando no entendemos las razones.
El consumo de vapeadores es una problemática que no puede negarse y, que hoy con razón, ocupa la agenda de los colegios de nuestro país. Como muchas madres lo han hecho, he sido categórica y clara, con un enfoque de apertura, pedagogía y una alta dosis de realidad al momento de abordar esta temática con ellos: los vapeadores son perjudiciales para los menores de edad y nunca deberían estar a su alcance.
Ustedes – como cualquier menor de edad- nunca deberían acceder, comprar o utilizar uno de estos dispositivos. Tienen riesgos para su salud. No los hace ver ‘interesantes’, ‘a la moda’ o ‘cool’. No definen su identidad y, por el contrario, los exponen a un sinnúmero de riesgos físicos y psicológicos.
Hoy es el primer 31 de mayo, ‘Día Mundial Sin Cigarrillo’, que en Colombia contamos con una ley de la república que regula esta nueva categoría de productos sin combustión, un paso histórico que merece todo el reconocimiento a la gestión realizada por los congresistas que con determinación empujaron esta regulación. Dentro de sus principales disposiciones se encuentra una premisa poderosa, que no debería necesitar ser ley de la república para ser un mandato, pues debería obedecer al sentido común: la prohibición de venta a menores de edad de estos nuevos productos.
Como sobre cualquier temática, la ley dicta importantes parámetros que no serán suficientes si como sociedad no se complementan con actividades, iniciativas y proyectos específicos, cuyo propósito sea educar ampliamente – sin temor, sin ideología o tabúes- a nuestros niños, niñas y adolescentes sobre las verdades de estos dispositivos.
Verdades en toda la extensión de su significado. Es decir, hechos reales y verificables. No opiniones, percepciones o historias contadas parcialmente para satisfacer intereses creados desde un dogma. La desinformación ha permeado todas las esferas de nuestra vida y sobre los ‘vapeadores’ no ha sido la excepción. Sobre la nueva categoría de productos sin combustión esta realidad no es ajena. Es cierto que estos productos acarrean riesgos y especialmente si su consumo es hecho por menores de edad o por personas que nunca han consumido nicotina.
Es cierto que en ninguna circunstancia deben estar al alcance de nuestros niños, niñas y adolescentes. Y también es cierto que para los millones de adultos fumadores en Colombia que no han dejado el cigarrillo suponen una opción; una mejor alternativa que continuar fumando, sabiendo que la mejor decisión siempre será dejar el consumo de tabaco y nicotina por completo.
Con la expedición de la ley 2354 de 2024 tenemos una oportunidad única para deconstruir paradigmas y permitirle a la ciencia y la innovación, que ocupen su lugar en la historia, no como una forma de “defender lo indefendible”, sino porque sólo así podremos superar los retos que como sociedad tenemos en materia de educación y salud pública, siendo más exitosos en un objetivo común: lograr que las nuevas generaciones puedan crecer con conocimientos que los animen a ser consumidores inteligentes que privilegien su bienestar, mediante la toma de decisiones informadas.
Por: Silvia Barrero, vicepresidente de Asuntos Externos Clúster Andino