Nacer en esta época es definitivamente un privilegio desde el punto de vista de género. Al menos comparativamente hablando, las ventajas que hoy tenemos frente a nuestras predecesoras son enormes y el avance, aunque lento, es evidente.
Sin embargo, muchas de nosotras seguimos convencidas de que no somos capaces. Nos inundan pensamientos como “ese trabajo no es para mí”, “es imposible que a mí me reconozcan por eso”, “no me lo merezco”, “lo que yo he hecho es normal y no quiero que me lo resalten”, “mi lugar está en la casa encargada de las tareas del hogar”, “yo no puedo”, “debería estar es con mis hijos y no aquí pensando en mí”, “soy la peor mamá / esposa / partner / cuidadora que nunca está presente”, “¿emprendedora yo? imposible”… ¿Les suena familiar? Mientras más exitosas seamos, más nos inunda la inseguridad que trae consigo el éxito personal. La incapacidad cultural que aún habita en nuestras mentes nos juega en contra todo el tiempo y nos evita participar en muchas situaciones en las que seguramente brillaríamos por talentosas.
Culturalmente tenemos un sesgo mental. Queremos cerrar las brechas y acabar con la inequidad de género, pero seguimos pensando en que no somos capaces. Las miles de mujeres que hemos logrado resolver el problema del cuidado de los menores, que tenemos ayuda con las labores del hogar, y que logramos balancear el tiempo familia - trabajo, nos autoconvencemos de que no es suficiente y nos inunda la angustia que trae consigo aquella creencia de antaño, donde lo único válido y reconocido era estar sometidas (muchas veces involuntariamente), al estándar de cuidado y de mujer del hogar de hace años. Aquella creencia en la que las mujeres nunca salían de casa porque eran responsables de las “despreciables” labores domésticas.
Tenemos la tendencia a comportarnos invalidando la capacidad de delegar tareas en otros. Nos dejamos encerrar por esa paradoja de la incapacidad. Hemos aprendido por décadas que el reconocimiento no es para nosotras y que pasar desapercibidas es más seguro que tomar el riesgo de la vocería para que no nos tilden con frases despectivas y excluyentes, que sólo estimulan los prejuicios y potencian las diferencias: “muy de buenas, eso era para hombres”, “déjela que hable… con eso desahoga sus emociones”, “es conflictiva como todas”, “lo único valioso que mostró es el escote”.
Nos tenemos que convencer de que somos fuertes, que sí podemos, que somos capaces y nos lo merecemos. Nos debemos la decisión de soltar todo aquello (y a todos aquellos) que nos anclen al estándar sexista que nos ha presentado la sociedad por años.
Las invito a que se reten a pensar en lo que sí podemos hacer, a salir de ese esquema de pensamiento restrictivo y atrevernos a ser emprendedoras, a trabajar para ser independientes y para construir un futuro profesional para nosotras mismas. Tenemos ya suficientes argumentos y apoyo teórico sobre el aporte a la sociedad que podemos hacer como género. Podemos escalar y ser exitosas sin sacrificar una obligación histórica que nos ata y nos impone restricciones.
Brillemos con nuestros logros, creamos en ellos y en lo importantes que son. Aprendamos que esa inseguridad cultural fue el gran inspirador para asumir el reto, y hagamos visibles los aportes que le hacemos todos los días a la sociedad. Que la paradoja de la incapacidad se convierta en una incongruencia.
*CEO de Exponencial Confirming
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