Al Mordovia Arena de Saransk asistieron 40.842 personas para ver Colombia versus Japón. A golpe de vista, el 80 por ciento, colombianos.  La pregunta es: ¿representan a esos 30.000 y tantos nacionales los presuntos listos que camuflaron su ‘guaro‘ en unos binoculares para luego grabar la imagen y ponerla a rodar en las redes sociales? ¿O representa a todos los colombianos el sujeto de camiseta amarilla que irrespetuosamente pone a decir al final del partido a una incauta hincha japonesa que ella es "una perra‘? ¿O es vocero de esos mismos miles de colombianos el tipo que pone a otro japonés ofenderse a sí mismo?Puede leer: Avianca despide a colombiano que ingresó licor en binoculares a partido de Colombia en el MundialQuizás, no. Mejor dicho, definitivamente no. Son excepciones. El comportamiento de la inmensa mayoría de hinchas colombianos en lo que va del Mundial de Rusia ha sido ejemplar. No es una simple cuestión de percepción. Lo dicen las propias autoridades colombianas enviadas aquí. "Se han portado bien", dijo a SEMANA el mayor Alejandro Saavedra, al mando de un equipo de la Policía Nacional que presta colaboración y asistencia en las diferentes sedes y subsedes por donde se mueve mayormente la fiebre amarilla. Pero además lo dicen los hechos, consignados ellos en esas mismas redes sociales, pero objeto de poca difusión. Por una sencilla razón, la misma de siempre: no tienen lo positivo el mismo impacto mediático de lo negativo o de lo grotesco. Aquí en Rusia, grupos de chat  sirven de guía a compatriotas y ayudan a solucionar más de un problema. Más aún en un país como este donde la barrera del idioma se hace más grande en la medida de que el inglés no siempre sirve de último  recurso. Es ahí, en esas cadenas de información que corren por los móviles, que se encuentran soluciones que van desde obtener una entrada (al precio de taquilla) hasta dar con un buen y económico plan de telefonía, o encontrar una tasa de cambio recomendable. O incluso ayudar a dar con documentos extraviados, tema en el que, a propósito, más ha tenido que trabajar el equipo de la Policía Nacional. 

Y hay historias como la de Alejandro, un casanareño de Yopal que en el aeropuerto de Kazán esperó a las dos de madrugada la llegada de vuelos para guiar a quienes desembarcaban, sin ningún otro interés que el de colaborar. "Tranquilos, es gratis", repetía sin cesar para evitar prevenciones de quienes íbamos rumbo a Saransk. Además del apoyo natural de algo en lo que hay general coincidencia: la hospitalidad de los rusos supera cualquier cálculo. Se podría decir que hay gente atenta, y los rusos. Eso sí, sin engañosa cortesía ni apegos. Ayudan, y se van.  Sin embargo, todas estas muestras de buena onda, solidaridad y cordialidad contrastan con las imágenes conocidas en las últimas horas, que se han hecho virales. Ellas  dejan mal parada a toda una  multitud por las acciones censurables de unos pocos. Hechos acaecidos además en los momentos previos, durante y luego del doloroso estreno de Colombia en esta Copa Mundo. En ese sentido, está claro que aquí hay un antes y un después colombiano.Le puede interesar: En video: Entrar alcohol en unos binoculares y otros actos reprochables de colombianos en RusiaEl antes -hasta el lunes 18 de junio, horas previas al partido-, cuando miles de colombianos  se embarcaron en trenes (varios de ellos gratuitos, facilitados por la organización), buses y automóviles para llegar a la pequeña Saransk, sede del debut. "En el tren en el que viajamos desde San Petersburgo no hubo incidentes. Todo bien entre nosotros y tuvimos la mejor relación con los japoneses", dice Gustavo, un joven que vino a Rusia desde Pereira. En general, y con las contadas excepciones de quienes habían tenido la suerte de conseguir hospedaje en Saransk o en pueblos aledaños, la mancha amarilla tenía en común una noche anterior larga, sin derecho a una cama para descansar. Ya el martes 17, en inmediaciones del estadio, había cánticos, tambores y banderas. Toda una fiesta. Pero además, un detalle adicional  nada menor: gente con evidentes señales de haber pasado la noche bebiendo. Y bastante. Aunque  corrían el riesgo de que se les impidiera el ingreso al Mordovia Arena por causa de su ebriedad, no parecía importarles. Y tampoco hubo controles severos sobre ese tema en los diferentes filtros de seguridad, más preocupados por  riesgos ya conocidos.  Si nos detenemos en las imágenes que inundan hoy las redes sociales y que sirven ahora para decir que "ahí están pintados los colombianos" ellas corresponden a ese perfil, el de personas pasadas de tragos, no quizás solo con la cerveza que se vende libremente en el escenario deportivo. Porque, en algunos casos, hubo más que licor. "En el intermedio bajé al baño. Al entrar olía a marihuana. Era tremendo. Tanto el ambiente a yerba como los gritos de ‘¡rótenlo!, ¡rótenlo!, entre carcajadas", dijo a SEMANA un prestigioso profesional de la salud que vino con su hijo desde el Valle del Cauca a Rusia 2018. "Me preguntó, dice él,  no solo, ¿cómo se atreven a hacerlo sino cuánto riesgo corren de que los sorprendan y terminen metidos en un lío inmenso?".  Acaso, ese tipo de comportamiento, el de típico barrismo en nuestros estadios, ¿encontró aquí espacio, en el Mundial? Es probable. Minúsculo sí, pero suficiente para hacer daño.  Otra muestra: "Estaba con mi hija, que tiene 14 años de edad, en una de las tribunas cuando unos tipos nos imprecaron feo porque no gritábamos con ellos. Nos dijeron que si habíamos venido desde tan lejos para quedarnos callados, para no alentar. Más ahora que la selección iba perdiendo. Soy hombre de fútbol. Jugué en Bogotá y estuve a punto de llegar al profesionalismo. ¿Cómo así que debo seguir cual borrego a esos imbéciles?", dice un hombre que prefiere guardar en reserva su identidad, desde Ulyánovsk, una población de la región en la que nació Lenin.  ¿Qué hacer? El tema pasa también por el control social. "Esa masa de la que somos mayoría, la de los buenos, no puede quedarse callada", dice Nancy,  bogotana y asistente a los tres partidos de la primera ronda de la selección en Rusia. "Vimos a algunos colombianos con aguardiente dentro del estadio, envasado en Tetra Pak pero también, y eso es lo increíble, en botellas. ¿Cómo lo entraron? Pero no dijimos nada. Hay que parar eso" Y apunta: "Mire, hace unos días, en San Petersburgo, entramos a un pequeño supermercado con mi esposo a comprar un par de cervezas. Cuando íbamos rumbo a la caja, un cliente comenzó a reclamarnos. Lo hacía en ruso. No entendíamos de qué se trataba. A él se le sumó otro. Eso sí, lo hacían de buena manera. Vino entonces la persona que atendía el lugar, que si hablaba inglés, y nos aclaró todo. Ellos nos estaban diciendo que a esa hora, diez de la noche, no podíamos comprar bebidas alcohólicas. Está prohibido por la ley. Lo hicieron como ciudadanos y lo entendimos. Al final, valga decir, el porcentaje de alcohol estaba por debajo de la prohibición y nos las pudimos llevar para el hotel porque aquí no se puede beber en la calle". El próximo domingo, en Kazán, Colombia volverá a saltar al campo de juego para jugarse ante Polonia su permanencia en el Mundial.  Y su hinchada, esa fiebre amarilla de un tamaño aún por definir (¿30 mil?, ¿40 mil? ¿50 mil?) tiene el doble compromiso de, primero, ir a alentarla. Y, segundo, mantener su buen comportamiento por encima de las pocas pero bien costosas excepciones hechas tristemente célebres, a las que, como dice Nancy, "también hay que ayudar a ponerles tatequieto, señalándolas y, si es necesario, denunciándolas, aquí y en Colombia. No callemos".