Por José Guarnizo*Alguna vez Juan Villoro dijo que el temperamento superadictivo de Maradona no conocía la noción del límite. Así era cuando jugaba. En México 86, Diego Armando era capaz de sobrepasar el esfuerzo humano. Sin importar qué equipo enfrentara, el 10 se tragaba en la cancha a los once jugadores que le pusieran por delante. Y eso no parecía normal en un jugador de este mundo. No era posible tanto talento en una sola pierna. Parecía un relato de ficción.Pero Diego Armando, el chico del barrio Villa Fiorito, ya no hace goles. Ya no tiene en sus pies la pelota de la adicción. Los años lo han tomado por sorpresa como un sobreviviente de escándalos suficientemente conocidos. Su problema es que ahora es tan terrenal como cualquiera de nosotros.En Rusia, Maradona se pasea por las tribunas en las que juega Argentina exhibiendo esas profusiones pero ahora llevadas a un límite más pedestre. En el partido de su selección contra Nigeria, Diego Armando ni se podía sostener. Tambaleaba enajenado, agarrado de la baranda y de un asistente, mientras las cámaras y los celulares lo hacían trizas y mandaban a rodar su imagen de borracho –o de inconsciente o de drogado o qué se yo- a través de millones de dispositivos móviles.Maradona se volvió un triste centro de atención en la cita más importante del fútbol. En el primer partido de Argentina contra Islandia, se le vio fumando un puro, como si estuviera en la sala de su casa palaciega, mientras al frente un letrero gritaba: “Welcome to the tabaco free 2018 Fifa World Cup”.Pero con el discurrir de los cada vez más sufridos partidos Argentina en Rusia, Maradona parece que cae más en el delirio. Una fotografía de Getty Images lo muestra con los brazos extendidos a modo de Cristo redentor, rodeado de cámaras y celulares como si fueran abejas que necesitan chupar miel.  Al rato, Diego Armando se puso a bailar con una nigeriana, como preludio de una mala tarde. Minutos después se quedó dormido. Con el primer gol de Messi frente a Nigeria revivió y dejó salir su cara más proclive a los memes: era un hombre que ya no estaba en sus cabales.

Todo parecía anecdótico hasta que se vino el gol de Rojo con el que Argentina logró la clasificación. Maradona se dirigió a las cámaras haciendo pistola. Para ese momento el exjugador ya no estaba en el estadio. Físicamente sí, pero no su mente. Ni siquiera tenía los pies sobre la tierra. Estaba escapado a otro planeta, huido sí mismo.

A Maradona tuvieron que sacarlo en brazos. Mientras millones de argentinos celebraban la clasificación de su selección, un hombre robusto a quien alguna vez llamaron Dios, era atendido por paramédicos envuelto en un estado delirante.

Diego Armando ya estaba en los titulares en todo el planeta, ese mismo que algún día se rindió a sus pies. “Vergonzoso, lamentable, deplorable”, escribían los periodistas. Maradona ya no es el Maradona de la pelota. Desde que dejó de tenerla, de dominarla, de mandarla a las redes, se fue a vivir al mundo de los humanos, que es justamente el de los defectos, el de lo imperfecto, el de los malos días. Y eso fue lo que sucedió en el estadio Krestovski de San Petersburgo.

*Editor general de Semana.com.