Quienes hayan estado en El Espinal en plenas fiestas del San Pedro -que a propósito se celebran este puente que se avecina-, podrán hacerse a la idea del calor que hace en la ciudad rusa de Samara, donde este jueves Colombia se juega su clasificación a los octavos de final, cuando tenga que sudar la gota gorda contra Senegal. Las altas temperaturas, que llegan a superar los 30 grados centígrados, castigan la piel incluso bajo el amparo de la sombra que ofrecen los árboles.

FOTO: Esteban Vega / Revista SemanaPor ejemplo, en la ciudad tolimense, capital mundial del quesillo y la lechona con insulso, el calor es tan fuerte que uno puede meterse con todo y ropa a una pileta, y a los cinco minutos volverá a estar seco, aunque bañado en sudor. Es un poco lo que sucede en Samara.Por eso, la lluvia que empezó a caer pasadas las 6:00 de la mañana en la ciudad del astronauta Yuri Gagarin, el primer hombre en llegar al espacio, fue recibida como un auténtico maná caído de los cielos, que en lugar de mojar y obligar a buscar refugio, parecía llenar de energía a quienes salían por las desembocaduras de la Estación Central de trenes, donde desde primera hora del día, empezaron a llegar vagones repletos de colombianos, cargados con equipajes con sus mudas de ropa y altas dosis de ilusión. “Vamos Colombia…”, eran las palabras que se escapaban de sus entrañas, apenas descendían y pisaban suelo ‘samario’, como si quisiéramos encontrarle parentesco (al menos lingüístico) a esta sede de Rusia 2018 con Santa Marta, la tierra que vio nacer al Pibe Valderrama y al Tigre Radamel Falcao.

FOTO: Esteban Vega / Revista SemanaLos colombianos sonreían con dificultad, apenas podían pronunciar esas dos palabras, y sus caras eran un auténtico monumento al sacrificio. "Vueltos mierda...", para llamar las cosas por su nombre. Con ojeras y el cuerpo adolorido, muchos de los que llegaron al amanecer de este miércoles ya llevan más kilómetros a cuestas que Nairo Quintana en un Tour de Francia, o más millas acumuladas que el finado Héctor Mora para grabar un capítulo de su recordado programa El Mundo al Vuelo. Pero no lo han hecho en el confortable sillón de primera clase, sino más bien como si fuera en el tortuoso sillín de una bicicleta. Entre Moscú y Saransk, de Saransk a Kazán, y desde la capital tártara hacia Samara, los gitanos colombianos perfectamente pueden haber completado mínimo 1.404 kilómetros en dos semanas, y por lo menos 38 horas escuchando el “tak-tak, tak-tak; tak-tak, tak-tak; tak-tak, tak-tak…”, o el sonido que va marcando el paso sobre los rieles del ferrocarril. “Más o menos llevamos 2.500 minutos entre trenes, más minutos que los que tienen los jugadores de la Selección Colombia en la cancha en toda la temporada”,  dice con ironía un grupo de cuatro amigos de Bucaramanga, enfundados en la camiseta del Atlético de la Ciudad Bonita, y que salieron en la tarde del martes desde la estación de Kazán.

FOTO: Esteban Vega / Revista SemanaOtros como el periodista deportivo Óscar Munévar, quien completa nada menos que nueve mundiales, desde que debutó como mochilero (en aquel entonces para Caracol Radio) en México 86, puede sumar más kilómetros por la sencilla razón de que fijó su centro de operaciones en Moscú. Ha viajado a los juegos de Colombia y tan pronto acaba su transmisión se devuelve a la capital rusa. Lo acompaña su hijo, también periodista, y dice que Rusia ha sido el Mundial más difícil. Precisamente por la enorme distancia entre las sedes de los juegos. Pero hay otros que van camino a llevarse el récord mundial de la combatividad y el amor a la Selección Colombia. Andrés Daza, bogotano, dice completar más de mil horas como itinerante. Las más recientes, 16 desde Kazán, fueron en un viaje más largo de lo previsto, pues el tren en el que encontró litera le dio por  parar en cuanto pueblo pasó recogiendo gravilla y arena, y tuvo que hacer un recorrido adicional para llevar a reclutas que están prestando el servicio militar de un cuartel a otro. Llegó a Madrid el 3 de junio, y desde allí empezó a recorrer miles de kilómetros hasta llegar a Rusia. Tras 12 días, entró por San Petersburgo, y asegura haber pasado por 12 países. “Sin dormir, sin comer bien. Pero aquí estamos. Todo por un sueño. Dios quiera y lleguemos hasta las finales…”, dice mientras exhibe un  trapo con la imagen de su amigo Kevin, un compañero de los Comandos Azules que perdió la vida y es una de las víctimas de la violencia que ha manchado el fútbol alrededor de los estadios colombianos, y que seguramente lo estaría acompañando en su correría por el país más extenso del mundo.

FOTO: Esteban Vega / Revista SemanaLas caras de los colombianos que bajaban de los trenes durante toda la mañana, en la víspera del encuentro, eran reflejo de que el Mundial se disfruta, pero también se padece. En los trenes se descansa. La mayoría de vagones está compuesto por literas, con puertas corredizas como si se tratara de una habitación, en la que hay cuatro camas, dos abajo y dos arriba. Otros como el tren en el que viajó Juan Esteban Mosquera, no tenía divisiones, sino aproximadamente 15 camarotes, en los que perfectamente olía a todo menos a primera clase, y en el que había plaza para 30 personas, de todas las nacionalidades. Muchos rusos viajaron a apoyar al segundo equipo que respaldan en el Mundial: Colombia.

FOTO: Esteban Vega / Revista SemanaSolo hay una forma de compensar tantos sacrificios y recuperar el cuerpo maltrecho. No es un plato de comida ni una cama confortable. Es un triunfo ante Senegal. No solo significaría el paso a octavos de final, sino un nuevo tiquete en tren, hacia Moscú o con destino a Rostov del río Don, las ciudades donde jugaría la selección si supera al difícil equipo africano. De hacerlo, la fiesta de los colombianos, que van haciendo amigos atravesando paisajes, con la mochila al hombro, será más que merecida. No solo en Rusia. Si este jueves se consigue la victoria, es posible que se anticipen las calurosas fiestas del San Pedro en El Espinal.