Correr y andar en bicicleta es el mayor deseo de Jhoselyn Nobrega, una niña cubana con discapacidad que a sus 11 años superó cinco cirugías y a la que el covid-19 le obligó a posponer el tratamiento que le permitirá cumplir con ese sueño.
Ella y otros 31.000 niños que acuden a escuelas especiales interrumpieron sus terapias debido al cierre de esos centros por el coronavirus, que se sumó a la escasez de medicamentos y equipos ortopédicos por el recrudecido embargo que Estados Unidos aplica a Cuba.
La educación especial “ha sido una de las más golpeadas en este periodo por la combinación de pandemia y el hecho de que se haya arreciado toda la política de bloqueo contra nuestro país”, dijo en conferencia Beatriz Roque, directora de Enseñanza Especial del Ministerio de Educación.
Jhoselyn, una delgada preadolescente de piel morena, ha superado obstáculos inimaginables, incluida la pérdida de su madre a los seis años y una serie de operaciones para corregir las malformaciones provocadas por una parálisis cerebral al nacer.
“La niña está con una operación pendiente que no se ha podido hacer porque la covid no lo ha permitido”, dice preocupado su padre, Maikel Nobrega, un trabajador de la construcción de 39 años. El hospital que atiende a su hija fue destinado a personas contagiadas de coronavirus.
Sin embargo, Jhoselyn, que también contrajo el covid en febrero, no pierde la alegría. Baila moviendo los brazos, mientras disfruta de videojuegos en la computadora con sus primos.
“¿Qué es lo que más quisiera hacer?”, ella misma se pregunta y responde con un brillo en sus ojos color café: “Mandarme a correr con mi prima” y “montar en bicicleta”.
La ONU acaba de votar a favor de la resolución anual de condena al embargo impuesto a Cuba por Estados Unidos hace 59 años.
Reprogramar cirugías
A estas alturas, la habrían operado de las rodillas y los pies. Los especialistas tenían previsto que esas cirugías -fijadas inicialmente para el año pasado- combinadas con terapias, corrigieran las malformaciones que le impiden aún caminar con normalidad. Las operaciones serán reprogramadas cuando termine la emergencia por el covid.
Eso es algo que por ahora luce lejano. Aunque Cuba tiene pocos fallecimientos por coronavirus (1.123), los contagios no paran.
El pronóstico para Jhoselyn “es súper favorable, pienso que si no sucede nada, si todo sale bien, que ella saldrá caminando sin ningún aditamento” después de estas cirugías, considera su fisioterapeuta, Jamileth Quintero, durante una de las terapias que ahora recibe.
Las dificultades no son una novedad. “Hubo un tiempo que le mandaron una prótesis que era para dormir y el plástico no estaba”, al igual que muchos materiales que no llegan a la isla por el embargo. “Hubo que esperar a ver que apareciera”, dice su padre.
La diferencia fue la escuela Solidaridad con Panamá, un centro de educación para niños especiales en las afueras de La Habana que, dice, cambió la vida de su hija.
La directora Esther Lao se jacta de conocer de cerca a cada uno de los alumnos, quienes la llaman “Tete”. “Hay palabras que yo no las uso con mis niños”, como “yo no puedo. No. Tu sí puedes”, enfatiza. Su papel, dice, es preparar al niño “para que se enfrente a este mundo”.
Pero su dedicación a veces es insuficiente porque en esta escuela, como en las 345 especiales del país, hay muchas necesidades.
Las máquinas de braile no se pueden reparar por falta de repuestos, no hay suficientes sillas eléctricas ni otros materiales para prótesis, explica Marlen Triana, directora de educación básica del Ministerio de Educación.
Hasta las baterías para aparatos auditivos faltan. “Si no están esas baterías, esas prótesis no funcionan, el niño no escucha y si el niño no escucha, ¿cómo lo reinventamos? ¡Porque nuestro niño cubano tiene que escuchar!”, señala subiendo la voz con impotencia.
Roilan y Ramdall González, dos hermanos de 13 y 14 años que sufren de discapacidad intelectual, acuden a la escuela Sierra Maestra, en un céntrico barrio de La Habana. También han avanzado a pasos agigantados con la ayuda de maestros y terapeutas.
Pero Roilan, por ejemplo, “necesita la carbamazepina y ha habido momentos en que no hay”, dice de su lado Pilar Medina, directora de este plantel. “Su madre tiene que buscar por todas partes el medicamento para calmar su ansiedad y eso empeora su proceso de sociabilización”, agrega al confesar que a veces hasta los analgésicos faltan para bajar la fiebre a los niños.
Por Leticia Pineda
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