"Cuando vi que los alemanes avanzaban desde el oeste y los rusos desde el este, me dije: ‘este es definitivamente nuestro final‘”, recuerda Eugeniusz Sajkowski, nacido en 1913 y testigo de aquellos acontecimientos, en un reportaje de la televisión pública alemana ARD. "Nuestra Polonia volverá al cautiverio por otros 120 años. Nuestro pueblo está perdido”, señala, al rememorar aquel 17 de septiembre de 1939. A las seis de la mañana, más de 4.000 tanques soviéticos pusieron rumbo a Polonia. Stalin mandó más aviones que el Tercer Reich. Fue una invasión sin declaración de guerra y una batalla desigual, sobre todo porque las tropas polacas, muy inferiores en número, estaban en su mayor parte ocupadas con los alemanes. Hasta esa fecha, considera en historiador polaco Zbigniew Wozniczka, todavía había esperanzas de que la guerra no acabase sumiendo al país en una catástrofe absoluta.
Las tropas aguantaban en el sitio de Varsovia y grandes ciudades como Lublin, Vilna (hoy capital de Lituania) o Leópolis (actualmente en Ucrania) todavía no habían sido conquistadas. Si las potencias occidentales hubieran venido en ayuda, quizás podría haberse conservado parte de Polonia. Pero el 17 de septiembre arrebató a los defensores toda la esperanza que les quedaba. No se desplegaron operaciones militares en el este, y el comandante en jefe polaco Rydz-Smigly dio la orden: "Contra los bolcheviques no luchamos”. Peor aún son las heridas psicológicas ante esta "traición”, la formación de una coalición entre socios tan desiguales contra los polacos y la celebración conjunta de la victoria entre soviéticos y nazis. Polonia, una vez más víctima de sus vecinos. A menudo se habla de la cuarta separación del país. La herencia de Stalin pervive "Siempre se afirma que fue bajo los alemanes cuando los polacos más sufrieron”, dice Zbigniew Wozniczka, historiador de la Universidad de Silesia. Pero no es tan sencillo. "Para la generación de polacos que conoció la época de la separación, el gran enemigo entonces no era Alemania, sino Rusia. El régimen zarista, el aplastamiento de las sublevaciones, el destierro a Siberia: con la ocupación del 17 de septiembre, todo eso volvió a la memoria”. Es también cierto que esta vez se hizo muy pronto evidente que también por el lado alemán se aproximaba un peligro mortal. Y la herencia de Stalin pervive: en Polonia se sigue desconfiando aún de Rusia.
Stalin (izquierda) con el ministro nazi de Exteriores, Joachim von Ribbentrop Las relaciones con el "gran vecino” no solo están lastradas por la invasión de 1939. Tampoco se ha superado el asesinato de miles de oficiales y funcionarios polacos en la conocida como masacre del bosque de Katyn (hoy Rusia), perpetrada por el NKWD, precursor de la KGB, y su negación durante años en la Unión Soviética, hasta el período de Gorbachov. Todo a pesar de que el presidente ruso, Vladimir Putin, tildó de "crimen” la masacre durante la conmemoración de los 70 años del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en 2009, y propuso a Polonia elaborar juntos ese capítulo histórico. Relaciones envenenadas El encuentro de Putin, el 7 de abril de 2010, con el entonces jefe de Gobierno polaco Donald Tusk en las tumbas de Katyn fue considerada por muchos observadores como una reunión histórica. Por un momento, la reconciliación parecía posible. Fue la primera de un representante estatal ruso del rango más alto al escenario de unos crímenes estalinistas para honrar a los oficials polacos. Y la última hasta ahora. Solo tres días más tarde se estrelló un avión polaco en la base aérea rusa de Smolensk, con 96 pasajeros a bordo, entre ellos el presidente polaco, Lech Kaczynski, quien se dirigía a los actos conmemorativos con motivo de la masacre de Katyn.
La muerte del presidente Lech Kaczynski en un accidente de avión dejó una profunda huella en las relaciones entre Polonia y Rusia. El accidente desplazó nuevamente las coordenadas políticas hacia un terreno tan emocional, que se volvió prácticamente imposible la objetividad en la política. El suceso dividió a los propios polacos, pero también envenenó de nuevo las relaciones con Rusia, que retuvo los restos del accidente, abriendo la puerta a las teorías conspirativas. Eso hizo que hoy sea fácil para la derecha conservadora del PiS en el gobierno reprocharle a Tusk su contacto con Putin. El presidente ruso no fue invitado a la conmemoración este año del 80 aniversario del inicio de la guerra. La televisión pública ilustró esta decisión con un comentario mudo en el que sencillamento mostró las imágenes de un abrazo entre Tusk y Putin. La grabación tenía unos diez años. Smolensk, Katyn y el 17 de septiembre Katyn y Smolensk: dos vectores de los capítulos más sensibles de la historia polaca están irremediablemente vinculados con aquel 17 de septiembre, su punto de partida. Los alemanes atacaron, pero la Unión Soviética de Stalin permitió ese ataque y se quedó con su parte del botín, cuando los polacos fueron batidos. "El 17 de septiembre es el símbolo de una gran desgracia”, sostiene el historiador Wozniczka.
Si la reconciliación entre Polonia y Alemania fue posible porque los alemanes reconocieron su culpa, los obispos intercambiaron cartas y Willy Brandt se arrodilló en Varsovia, en este caso las preguntas delicadas de la historia común entre Polonia y Rusia fueron apartadas, convertidas en tabú e, incluso tras la caída de la URSS, jamás puestas sobre la mesa. Todo en favor de las décadas de hermandad socialista obligatoria. Los gestos de 2010 parecen olvidados, y no muchos en Rusia saben que la Unión Soviética atacó a Polonia por la espalda.