Fue el 13 de septiembre de 1993 cuando los delegados de Jerusalén, a la cabeza de Isaac Rabin, y de Ramala, por parte de Yasser Arafat, firmaron en Estados Unidos los famosos Acuerdos de Oslo, una serie de compromisos dedicados para la creación de un estado palestino en Cisjordania y Gaza, la autodeterminación de los árabes en el terreno, el reconocimiento entre ambos territorios y la coexistencia pacífica en las fronteras por establecer.
No obstante, tanto Rabin, asesinado en 1995 por un extremista judío, y Arafat, quien falleció en 2004 por complicaciones de salud, no alcanzaron a vislumbrar la paz que habían firmado por el bien de las sociedades israelí y árabes, quienes en el 2023 cumplen 75 años de guerra continua.
El 29 de noviembre de 1947 con la aceptación en el pleno de la ONU de la división del Mandato Británico de Palestina entre judíos y árabes, se dio el 14 de mayo de 1948 la fundación del Estado de Israel bajo la amenaza de guerra por parte de algunas naciones árabes, la cual se cumplió seis horas después de su fundación.
No obstante, en 1949, Israel se alzó con la victoria, mientras los territorios de Gaza y Cisjordania, fueron tomados por Egipto y Jordania, respectivamente, cuyos terrenos habían sido destinados para la creación del Estado de Palestina, hecho que aún no ocurre formalmente. (A pesar de que ambos territorios cuenten actualmente con un parcial control palestino).
Una guerra por décadas
Tras varias batallas en medio del terreno árabe israelí, como la Guerra de los Seis Días en 1967 y la Guerra del Yom Kippur en 1973, ambas con victoria hebrea, los israelíes cada vez más contaban con el apoyo de las potencias occidentales mientras los palestinos se hacían con el apoyo árabe y de la extinta Unión Soviética, por lo que el panorama de esta guerra ya no solo tenía tintes nacionalistas sino también económicos y políticos globales. No obstante, no fue tan evidente como en la Guerra de Corea o de Vietnam.
Sin embargo, la mediación de Estados Unidos llegada la década de los 90 fue crucial para un avance significativo en el conflicto árabe israelí por lo que la administración de Bill Clinton logró sentar en una misma mesa a delegados hebreos y árabes con el fin de optar por una salida negociada de la guerra entre ambos territorios cuyo evento cumbre fue en 1993 con la firma de los Acuerdos de Oslo, evento visto como una esperanza finalizando el milenio.
A pesar de los grandes esfuerzos de Rabin y Arafat, con la llegada al poder de Benjamín Netanyahu, Ariel Sharon y la escalada de violencia por parte del grupo islámico Hamás, la fotografía en donde Rabin y Arafat estrechan su mano en una acto de paz, quedó hecha trizas al igual que los acuerdos, por lo que el tercer milenio sigue presenciando la violencia en esta parte del planeta.
Del ‘acuerdo del siglo’ al continuismo del milenio
Siendo el estatus de Jerusalén uno de los temas más delicados entre israelíes y palestinos ya que Israel considera a esta ciudad como su capital única e indivisible, mientras Palestina aboga que la parte Este de la urbe es posesión suya, en diciembre de 2017, el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, reconoció a Jerusalén como la capital del Estado de Israel, lo que provocó furia por parte de sus aliados árabes, la comunidad de centro izquierda a nivel global y el enojo de quienes consideraban a Washington como mediador del conflicto.
A pesar de que solo algunas naciones, y religiosos, consideran a Jerusalén como capital de Israel y los musulmanes aseveran que es la capital de Palestina, Trump aprovechó la situación para dar a conocer un plan de partición de Cisjordania para que los palestinos tuvieran el estado que siempre habían soñado conocido como el ‘Acuerdo del siglo’, no obstante, fue rechazado por buena parte del globo, en especial por los árabes.
Este plan de Trump ha sido uno de los pocos que se ha formulado para terminar de raíz con con el conflicto entre israelíes y palestinos, el cual ha sido una radiografía diaria por más de 70 años de la realidad en la que vive tanto una sociedad como la otra, en donde, mientras unos cuantos abogan por una solución negociada al fin del conflicto, tal como Rabin y Arafat lo intentaron, otros cuantos desean la destrucción de su enemigo sin importar afectar a sus propios ciudadanos.
Este conflicto cuenta con matices religiosos, geográficos e históricos por lo que la solución definitiva a este altercado, más allá de la voluntad política, depende, en gran medida, de los ciudadanos israelíes y palestinos.